Alegoría , evocación constante, luminiscencia
de esa luz de austera y especial belleza
–irradiación de tus ojos- que descubría maravillado
en luminaria o conjuro de astros y soles, torrente
impetuoso, calor y gozo. Éramos enlaces
de armonía, rozando encuentros utópicos
entre mares ostensibles en la noche, navegantes
del amor y del silencio. Ensombrecida ahora,
posiblemente inexistente para lo esencial cercano,
contengo, en el vaso que bebo, el mal de mis males,
al poblarse la vida de sombras que desvanecen
toda claridad. Tengo displicentes silencios guardados
o dormidos mientras levito hacia ningún mutuo
espacio a través de angustias y desastres.
No puedo escudarme en el destino del que soy
zarandeado una y otra vez. Entro en ausencias
profundas, navegante irresoluto por sendas de dolor,
en vagos ámbitos afectivos: la mujer amada
no lanza anclas en mi puerto, no dispone de brújulas
para arribar, no hay bienestar posible ni templanza
en los océanos inabordables que habita.
Percibo abismos profundos, simas donde se masca
la tragedia crepuscular, espacios ponderativos
nacidos del dolor y de la ausencia, que va poblando
y despoblando en la medida del ahogo, la extenuada
sutil mixtura del epigrama o informe personal,
que hoy como ayer revela la tristeza...
Teo Revilla Bravo.
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