Me siento agotada de escuchar
palabras que se repiten –como un vino agrio- una y otra vez –solo provocan acidez- Estampas de vidas alegres que esconden
frustración y, en esas, la camisa y la corbata reposan sobre la cómoda. Un
cigarrillo se consume en el cenicero y un vaso de güisqui guarda el secreto en sus posos. Al fondo una ducha moja el cuerpo que una vez
amé,
Miro desganada el camino que se
divisa desde la terraza. Pasto seco, verde muerto y un cielo plomizo que parece
que se va a caer de un momento a otro sobre mi cabeza. Intuyo el mar al otro
lado de la cadena de pardas montañas que tengo en frente. El caso es que no reconozco lo que veo, no me
trasmite nada, ni bueno ni malo. ¿Tanto he cambiado que he dejado de sentir mi casa?
Me siento apátrida en una tierra que la
hacía mía sin plantearme nada más.
Una tórtola, porque creo que es
una tórtola, se ha posado con confianza a unos metros sobre la raída barandilla
que sostiene mis antebrazos. Picotea una mancha de hollín, sin reparar que por
más que pique no va a conseguir nada, solo astillarse el pico. A veces, la
perseverancia, solo daña, tragándose un
tiempo que se diluye sin piedad ante tus ojos.
*Rocío Pérez Crespo*