Una más


Rincones y pensamientos...




UNA MÁS...I

Es una mañana preciosa, delante de un café con leche y un croissant, soy consciente que a partir de ahora estaré sola y, eso no me asusta, aunque si me pone un poco nerviosa. Me enfrento a un futuro que desconozco, será que todo lo desconocido crea ese algo de inseguridad. Me digo a mi misma… ¿Qué pasaría si te levantases y emprendieras camino por  aquella angosta calle de la izquierda? Posiblemente me perdería. No conozco esta ciudad. Pero también sé que siempre habrá alguien que me ayude a poner los pies de nuevo sobre la acera para volver sobre mis pasos… entonces  ¿por qué temo a  adentrarme en ella?
El toldo verde me resguarda de una luz espléndida, esta ciudad es pura luz. Hace un tiempo que me enamoré de ella, de su olor, de su color, de su versatilidad.  Detrás de mi, descansa majestuosa la catedral y en mi cabeza se agolpan de pronto mil pensamientos.
Me gustaría quedarme aquí, aun sin ser mi pueblo y, sin embargo, el temor me invade…y me pregunto otra vez ¿a que le tienes miedo?
Las palomas revolotean en la plaza y el reloj de la catedral marca las once, me viene a la cabeza una imagen de la película “Bajo el sol de La Toscana” esa donde la protagonista está escribiendo una carta y las uvas toman referencia de la sensación que emana la ciudad. No puedo evitar sonreír. ¡Valiente romántica estás hecha!
Mis ojos se deleitan con el ir y venir de las personas; caras extrañas que nunca he visto, ojos que  miran sin verme, bocas que me sonríen por inercia a la empatía de mi sonrisa. Unos buenos días dichos con amabilidad.
Bajo la cabeza y entre sorbos de café, abro el libro donde lo dejé la noche pasada…es un buen compañero de viaje, para ser franca, es el mejor compañero que conozco.
Una calidez inusual me reconforta  mientras leo unos versos hermosos…pienso que ojalá te viese llegar por los soportales de la catedral, sé que no pasará y siendo consciente de ello levanto la vista con esperanza y oteo el horizonte, hoy todo me nutre de una ilusión fluorescente.
A mi lado se han sentado unos músicos, deben ser los contratados a la boda que se está celebrando dentro. He visto al novio y los invitados cuando salía del hotel…sus caras están agotadas, han dormido poco y los años les pesan a los dos demasiado…les calculo cuarenta años y algo me dice en sus miradas que los sueños se quedaron en el camino. Ahí están, otros de tantos.
Empiezo a observar a las personas…es una tarea que me gusta, que la practico de toda mi vida y me hace aprender mucho de mi entorno.
Algunas las describiría con tal precisión que hasta ellos mismo se asustarían…es un toque, una referencia, es como leer una biografía. La blusa de rayas naranjas sobre una falda  turquesa, arrugada y sin gracia. Pero no un turquesa cualquiera, es un color en toda su gama muy concreto; la decadencia. El hombre que lleva el paquete de tabaco marcado en el bolsillo delantero del pantalón; la apatía.  Él otro que está hablando por teléfono y su voz retumba en toda la plaza haciéndonos participes de su conversación; la prepotencia…el señor mayor leyendo la prensa; la serenidad. La chica cargada de seguridad que hace sonar sus pasos; la inseguridad. El niño sobre un patín; la cotidianidad…aquel que cruza la calle, sin expresión, sin sensación; el despropósito.
Me quiero quedar y me quiero ir…quiero ser eterna y fugaz. Quiero ser escuchada y no quiero  ser oída…quiero y no puedo, puedo y no quiero. Yo soy la contradicción…el blanco y el negro, el sí y el no. Mi punto de referencia…mis ojos, quien sabe mirarlos, sabe de lo que hablo.
No contrasto con esta ciudad pero sé que aquí sería medianamente feliz…con todos los contras que me invaden, con todos los pros que alimento cada día al levantarme.
La luz ha rebasado el toldo y da directa en el libro, es magia…la claridad de las letras brotan ante mis ojos…
¿Por qué quiero y no quiero? Porque estoy hecha de mil pedazos de sueños y mil pesadillas.
Soy una película de amor y un corto de miedo, un libro, una rosa, un pensamiento…soy una poción, un tormento, un insulto, un lamento…soy risa, soy llanto, soy dolor y angustia…soy canto,  baile, ausencia, amor, libertad, encarcelamiento. No pego con nada y pego conmigo misma.
Cierro el libro y pago la cuenta. Me levanto despacio, dejando un algo de mi espíritu en este lugar. Un perro pasa por mi lado y juega unos instantes con mis piernas... vuelvo a sonreír, ante mí tengo otra definición, otra biografía: la ternura.
Tengo que coger el autobús que me vuelve de nuevo  a casa. Allí las personas me conocen, el saludo no es por empatía, sino por amistad. Conozco sus calles, sus subidas y bajadas, el nombre de las personas, su historia personal. Puedo ir a cualquier lugar sin temor a perderme. Pero no quiero llegar, no quiero…no quiero otra vez más días iguales, no quiero más vida sin vivirla, no quiero esa falta de claridad, de luz, de sol…no quiero. Allí lo tengo todo, allí no hay miedos…allí no hay, allí no hay.
De nuevo me quiero ir y me quiero quedar…es un si y un no constante. Es una mezcla, un crucigrama, una sopa de letras…es estar al borde de un precipicio.
El sol me acompaña por la acera, no sé si el camino que he cogido es el más largo o el más corto para llegar a la estación de autobuses, pero es el que conozco. El olor de los arbustos me llega nítido cuando cruzo el parque del Salitre. Mi parque favorito.
No dejo de pensar, de sentir y de contradecirme…no dejo de ser yo.
Mientras el conductor tica mi pasaje, me viene una cita a la cabeza…no sé quien la escribió, pero me es aplicable por completo…soy imperfectamente perfecta.


*Rocío Pérez Crespo*



UNA MÁS...II.


Es otra mañana calurosa  ¡parece mentira que estemos en otoño! El cielo tiene ese color azul perlado, hay pocas nubes y son blancas y esponjosas. He comprado la prensa antes de llegar aquí, a éste jardín. Estoy sentada con mi eterno café con leche en otro rincón de esta ciudad que adoro. El jardín del Salitre tiene un toque especial. Como su nombre indica, antiguamente era una fábrica donde se afinaba el salitre que se adquiría de los salineros y donde se producía el propio.
Ahora está lleno de plantas aromáticas, de arcos que simbolizan las etapas por donde ha pasado y de  un lago artificial que recoge el agua que sale del subsuelo del aparcamiento subterráneo y,  sobre esas aguas  unos cuantos cisnes; que de vez en cuando, entre vaivenes  y contoneos, dejan escuchar ese graznido tan peculiar. Me gusta levantar la mirada y chocar con sus reclamos, que ya sé que nada tienen que ver conmigo, pero es algo que me da igual.
Es en este lugar con duende, con ese toque de magia para mí, donde las raíces de los árboles están expuestas al sol. Es cuando en la soledad de mi constante individualismo afloran los pensamientos.  Dejo que suenen como ellos quieran, con total libertad.
El sol me está templando la piel, me dejo llevar por esas sensaciones.
Espero, espero como es mi costumbre… ¿pero qué espero? A veces me gusta soñar, como estoy haciendo ahora y me permito el lujo de hacerlo con los ojos abiertos. A fin de cuentas soy una romántica sin remedio y no preciso  cerrar los ojos o acogerme a la penumbra de mi cuarto para reflejarlos en mi cabeza. No me gusta perderme detalle de nada. La vida, el presente es lo que vivo, sería ridículo quedarme solo en una fantasía sin afrontar como se debe, con todos los respetos, la veracidad que desprenden mis venas, la sangre que fluye dentro de ellas, lo que me permite estar viva y aquí.
He pensado muchas veces que no soy una mujer hecha para ser amada, pero sí para amar. Que los detalles que me hacen feliz, jamás se me han dado. Que incluso las respuestas a algunas preguntas concretas e importantes, han sido mortales de necesidad al ser escuchadas. Algo dentro de mí se quebró con ellas, dejándome expuesta a una intranquilidad y una inseguridad perennes.
Cuando me permito trasladarme a los mundos del nunca jamás...choco con el hombre que amo, el real…no imagino una cara y unos ojos, ¡no!...existe, es, está. Lo visto con mis deseos…y lo veo enamorado hasta las trancas por mis huesos, haciendo incluso locuras por no perderme. No me rescata de la almena de ningún castillo, ni de una madre malvada, ni nada de eso. Sencillamente se queda ante mis ojos como el hombre que a mi me gustaría que fuese. Esa rosa dejada sobre una almohada, ese palpitar en una mirada, esa sensación de saberte adorada. De ser casi idolatrada.
Pero es solo eso...una ilusión.
Una pareja de enamorados pasa por delante de mí,  ya no son jóvenes, sin embargo desprenden una ternura increíble, me gustaría ir así, de la mano. Es curioso observar que contra más mayores son más se deja palpable el cariño. Más visible al mundo, sin miedos. Conservando la esencia de un eterno milagro…el amor.
Sé que no tengo futuro en esta relación, pero cuando el sentimiento brota, pocas veces podemos controlarlo. Y yo que soy una osada, como buena arquera, no controlo nunca lo que nace de mis entrañas.
Así que, con este café con leche muy caliente, bebido a tragos chicos, mientras leo sin leer la prensa…sigo esperando un respiro que me permita canalizar a positivo lo genuino de mis días.
Entender de una vez que me pueden querer mucho aunque no lo demuestren… ¿pero como se hace eso? Hay cosas que se aprenden en los libros, pero otras ¡otras! no hay manera de dar con la formula. Y te quedas ahí con cara de tonta sin saber muy bien si lo que haces es elucubrar o sencillamente, deliras.
Ya me decía mi abuela, que ser todo corazón era una mala idea. No preciso nada para vivir, solo amor. Con eso tengo la fuerza, la precisión y la constancia. Teniendo eso, me como el mundo. Y no me sirve que me digan que con mi amor se alimenta el poco amor de tu pareja (en caso de que lo tuviere) eso es una majadería. Es todo lo contrario…cuando amas intensamente y no eres amada ni en  la misma medida, ni se acerca si quiera,  solo sientes vacío y dolor. Y una incomprensión que te rompe todos los esquemas.
Del sueño a la realidad hay que saber poner un abismo  enorme y apabullante. No me permito nunca alimentarme de ellos, son una mala ingesta con digestiones muy pesadas. Y con estas,  le doy la razón al poeta en su afirmación…los sueños, sueños son y añado yo, y allí se tienen que quedar…en los recodos de los pensamientos y saber distinguir muy bien, qué no pasará nunca y que pasa todos los días.
Quiero decir que las personas son como son, o somos como somos y nadie es capaz de cambiar a nadie…ni por amor. Ya que, si no nace ese sentimiento con la fuerza y la garra necesaria,  es una pérdida de tiempo y, el tiempo es lo más valioso que tenemos. Solo queda la aceptación y tirar para adelante.
Un cisne me ha sacado de estos torbellinos cerebrales…lo miro por encima de las gafas y le sonrío…porque mirando un poco más allá de mis narices también comprendo que lo que me envuelve tiene un punto hermoso y así me lo ofrece el destino.
Me levanto y rodeo el lago...a mi espalda dejo un color sereno, una estampa bucólica y un reencuentro;  y me llevo el futuro en mis bolsillos.
No será mañana, ni pasado…pero será, sé que  será.


*Rocío Pérez Crespo*



 
 UNA MÁS...III.


Hoy mis pasos me han traído a otro lugar precioso, la plaza de santo Domingo. He cruzado por el arco desde la plaza Julián Romea hasta llegar a esta terraza vestida de armonía. Hay mucha gente paseando, al ser peatonal, es una invitación a la calma. Hay una temperatura ideal…es una eterna primavera.
Me siento y pido mi consumición. Me acompaña un libro de intrigas, novela negra; mis favoritas. Aunque suelo leer de todo, me decanto por estas. Las encuentro totalmente atractivas.
Miro el centenario ficus y me quedo un segundo observando el busto del “Apóstol  del árbol” que reposa en sus raíces, en realidad es del ingeniero Ricardo Codorniú…no sé porqué le llaman Apóstol, no deja de ser curioso.
Abro el libro y sigo con su lectura, aquí no necesito gafas, la luz es increíblemente hermosa y los reflejos son azulados.
Cuatro monjas pasan por mi lado y levanto la vista; una de ellas me saluda con una media sonrisa, es joven, no tendrá más de treinta años. Va camino de  la iglesia, le devuelvo la sonrisa y mis ojos las acompañan. Los hábitos idénticos, los mismos pasos, el silencio entre ellas, un único objetivo y, supongo, que nunca se han cuestionado nada. Eso en el fondo es admirable, se vive  en un estado permanente de paz interior. Y si por la circunstancia que sea, le llegan las preguntas, se desechan rápidamente por  miedo al pecado.
Yo lo cuestiono todo y, me choco contra muros infranqueables…pero soy así, sin más. Ni mejor ni peor, solo yo. Y si tengo que disculparme por ser así me acojo a unas palabras que pocas veces son aplicables, incluso por la propia iglesia cuando acusan a todos aquellos que son “diferentes”…estoy hecha a imagen y semejanza.
Levanto la cabeza y me quedo mirando la campana que preside el templo, parece que está suspendida entre las nubes…es una estampa bonita, serena, reconfortante y, me pregunto: ¿Dónde está Dios? En cada uno de nosotros…una contestación confortable, pero no me es valida. Y llegan más, cosa por otro lado  innato en mí.
¿Dónde estaba Díos antes de nacer Jesucristo?...tenemos más prehistoria que historia ¿Por qué si es tan omnipotente no hay constancia en las pinturas rupestres de su existencia? Solo hay datos de un ser extraño con escafandra… ¿Qué es Adán y Eva?... ¿un incesto? A mi me lo enseñaron como religión pura y dura, me decían con voz severa...son nuestros primeros padres. Y de ahí en cierto modo radica la superioridad del hombre y que las mujeres hayamos sido y para muchos sigamos siendo  el pecado con patas y ojos, hijas de la lujuria y el desenfreno…hasta se hizo un  consejo, el consejo de Macon, donde se deliberó si las mujeres teníamos cuerpo solamente, o cuerpo y alma, pensado que lo más probable fuera lo primero y no tuviéramos alma para ser salvadas. Así decidieron dejar solo a María… ¿era mujer? Eso es un sí sin replica. Hasta el concilio de Trento, creo que unos doce siglos después del de Nicea, estábamos sin espíritu.  En fin.  Sin embargo a mis hijas se lo han enseñado como metáforas, se ve que se han dado cuenta del lío generacional y del pecado que conlleva la descendencia con discriminación incluida. Es sencillo, si Adán y Eva tuvieron dos hijos varones y uno mató al otro ¿con quien procreo el que quedó? Aunque da igual que lo matase o no, la procreación se corta igualmente… ¿Por qué se ha cambiado el padre nuestro? ¿Acaso se pueden tocar las palabras de Jesús a nuestros antojos?
¿Por qué somos los únicos animales con inteligencia? ¿Por qué esa discriminación? ¿Dónde radica la verdad? ¿Dónde el dogma? ¿Dónde la mentira?
Y sigo con mi café con leche dándole vueltas a la cabeza y contemplando esa campana que reluce con los rayos del sol.
El ser humano siempre ha tenido la necesidad de creer en alguien superior, la retención con castigo para poder controlar sus actos. O una esperanza, ya que esta vida nunca ha sido fácil…los que tienen más, los que tienen menos, los que no tienen nada. Somos alimañas con entendimiento ¿hay algo más peligroso?
Hay un señor mayor sentado en la mesa de al lado, creo que sabe lo que estoy pensando…aunque parezca extraño al cruzarse nuestras miradas he percibido que lo sabía, posiblemente él se ha hecho también millones de preguntas en su vida.
Se levanta y coge dirección La Merced, veo sus pasos que ya no son ágiles. De pronto se para, se da la vuelta y de nuevo nuestras miradas se encuentran. Con una inclinación de cabeza y una amplia sonrisa, se despide de mí.
Me queda una paz interior enorme y la incógnita si estos pensamientos los habré tenido en voz alta….conociéndome no es de extrañar, ea.
Me terminó el café y enciendo un cigarro. Aquí puedo fumar sin represalias ni multas…pago mi cuenta y decido adentrarme por Traperia y de paso comprar tres bollos de la mejor pastelería que conozco.
Y sigo pensando…no dejo de hacerlo. Cuando vuelva a mi pueblo, haré chocolate, que les encanta a mis hijas y esto nos servirá de cena.
¿Soy esclava de mis propios pensamientos? Bueno, todos lo somos, a fin de cuentas como dijo alguien importante;  somos los que pensamos…. ¿a que si?


*Rocío Pérez Crespo*



UNA MAS...IV.

Está lloviendo. Podía haber desayunado en el hotel, pero he decidido que no era  bueno perderme esta luz tan especial  en La Plaza de Belluga.
Porque si algo me llama la atención de esta ciudad es su luz. Posiblemente las gentes que viven aquí no reparen en ella. Sin embargo cuando vienes de un lugar tan gris, este resplandor que me acompaña, es una maravilla.
Hoy me he sentado algunas terrazas más  allá que la última vez que estuve aquí. Concretamente en una franquicia de “Valor” y en lugar de un café con leche (aunque debo reconocer que he ganado cuatro kilos)  he pedido chocolate y churros; haciendo propósito de enmienda para la próxima semana y prometiéndome no tener remordimientos por tal desayuno. No me sientan bien los michelines, soy bajita y a poco que me descuide parezco una pelota vasca.
Delante de mi, toda la plaza y como no, el Obispado. He reparado en los coches tan limpios que tienen, impecables ¡da gusto verlos!
La lluvia golpea el toldo que me cubre y se escurre por los flecos brillando como si fueran diamantes. Acabo de abrir el libro por la página cuatrocientos diecisiete. Me está gustando esta novela, me ajusto las gafas e intento meterme en la lectura. Aunque sé que en momentos como estos, donde los pensamientos y la observación  se adueñan de mi, igual me resulta imposible.
Leo tres páginas…
Una paloma se ha resguardado debajo de la mesa sacándome de pronto de la historia. La miro y sonrío. A fin de cuentas yo también estoy resguardada. Son curiosos estos bichos, unas ratas con alas a las que no tememos, todo lo contrario, nos infunden ternura. No como sus hermanas que nos dan asco.
Pienso si tendrá madre… ¿cómo será el trato que no vemos? ¿Ese que no somos capaces de imaginar?
Yo tengo carencia afectiva, lo sé. No es un secreto. Y esa carencia me introduce en una especie de espiral de la cual me cuesta salir. Me autoanalizo, me critico, me penalizo, me castigo…y, al final todo se encuentra en la misma etimología. Carencia afectiva. No es cuestión que me quieran como yo quiero, es solo una sensación de que ese querer, sea el que fuere y como fuese, no me llega. Y no me llega porque no he tenido nunca abrazos, ni besos fuera de lugar… ni un “te quiero cariño” cuando más se necesita, que como suele ser, es cuando menos se merece.
Llevo unas cuantas horas en esta ciudad, he hecho noche…nadie ha llamado. Nadie se ha acordado de mí...si he llegado bien, si estoy bien. Nada.
Unos porque no pueden, otros porque no se acuerdan…
El caso que aún siendo libre e independiente, algo escuece dentro. Me canso que me traten como la chica dura que puede con todo, no con casi todo…con todo.  Porque no lo soy. Soy tierna, dulce, entrañable y, no sé hacer las cosas siempre sola,  aunque se vuelvan contra mis propias formas.
Me río de mi misma… ¡lo que ha dado de sí una paloma! ¿Por qué me ha llevado a este pensamiento? Quizá porque lo vuelvo hacia esa necesidad.
La soledad es mi amiga, me llevo bien con ella…pero duele estar sola rodeada de gente. Duele.
Creo que me voy a marchar. Ha dado las once y media en el reloj de la catedral, una bandada de palomas ha salido despavorida. Escucho el eco del zapateo de los bailarines de la escuela de danza, me acuerdo de mi hija mayor, adora bailar.
Una gota de agua se ha deslizado por la barra lateral que sostiene el toldo, la veo bajar, despacio, no tiene prisa por hacerse charco con las demás.
Todo a mí alrededor rezuma vida.
Todo es brillante, todo tiene luz…soy yo la que está apagada.
Pago mi desayuno y meto el libro en el bolso para que no se moje…me enciendo el tercer cigarro de la mañana y serenamente abandono el lugar.
Mis pasos suenan en la plaza…me llega la  definición que tengo para estas cosas: seguridad… Pero no, esta vez no es seguridad… es soledad.
Al subir al autobús, el conductor con un guiño me  pregunta.
- ¿de vuelta a casa?
Y yo, sonriendo, le  contesto
- ¡No queda otro remedio!
Porque pienso que si por mi fuese, me borraría de la faz de la tierra. Correría, correría, correría...lejos, lo más lejos que pudiese.
Me he sentado detrás de él, porque me gusta ver la carretera y el paisaje, no es que sea bonito, pero entretiene y,  al lado de un hombre que al segundo de acomodarme me he dado cuenta que olía a tiempo. A mucho tiempo.  Va limpio, la ropa, el pelo,  las manos, las uñas, sin embargo no es agradable. Lo he ido observando mientras el autobús salía de la terminal. En el dedo pulgar un tatuaje mal hecho; pienso…”ha estado en la cárcel” y lo he confirmado con otro que tenia impreso entre el índice y el anular. Un reloj dorado,  una alianza y unos papeles fuertemente asidos, posiblemente, un recuerdo.
Sigue lloviendo.
Un camión ha salpicado el parabrisas cuando el autobús lo ha adelantado. Como una bruma, millones de gotas se han estampado contra el cristal.
Hemos dejado atrás la autovía. Todo queda atrás. El horizonte es una mancha oscura, las nubes están por debajo de las montañas…cuando llegue todo será negro.
El camino se me va a hacer muy largo. Pero mi educación me impide levantarme.
De vez en cuando me pregunto… ¿soy normal?



*Rocío Pérez Crespo*





UNAS MÁS...V


Es una mañana fresca de enero, la noche pasada llovió y me he levantado con todas las calles mojadas. Aún así, he salido a desayunar al lugar de costumbre. Plaza de Belluga, franquicia de Valor.
Todo está gris, yo también.
Me reconforto en el ir y venir de las gentes. En la señora que ha pasado por mi lado y ha dejado una estela de olor a lavanda. En el señor que ha saltado uno de los charcos y casi se ha caído…en al acordeonista, raído y melancólico, que mira sin ver. Me trasmite una pena infinita…el perro juguetón, la sonrisa del niño.
Hoy las palomas están casi como yo. No las veo volar, y aunque el sol parece que quiere ir asomando, sólo es capaz de proyectar sus rayos hasta la mitad de la plaza, dejando un halo dorado y haciendo brillar las baldosas. Pero dura poco.
Algo ha pasado, algo que ni tan siquiera era real. Algo he perdido, algo he ganado… ¿pero qué?
He comenzado una búsqueda que no sé donde me llevará.
Las presencias se tornan fantasmales, no escucho la algarabía del entorno, queda suspendido entre mis recuerdos. Las ilusiones, los secretos, lo que fue, lo que nunca será…esa mirada, las prisas, la sensación de haberme equivocado. La creencia vomitiva de unas letras, el saber que nadie sueña conmigo.
No  ha quedado ni la impronta de mi presencia.
Miro al cielo…gris, opaco, mortecino. Sonrío irónicamente ¡vaya! Por lo menos los dioses están de mi lado.
Bajo la mirada y me centro en el toldo,  es de un verde bonito, debe ser que me gusta ese color…hoy por suerte para mi no hay azules, ese color tan delicado y universal. No necesito que me cubran los colores…hoy no.
Me fumo dos cigarros para amortiguar el nudo que se me está formando en la garganta. Cuando siento que lo he controlado, me levanto, pago y con paso sereno emprendo mi retirada…
Regreso a casa con el corazón vacío, lo que antes pude controlar  no puedo evitar que ahora ocurra, he comenzado a llorar y voy  pensando, mientras el autobús gira rumbo norte,  que me queda mucho que aprender, que la vida únicamente me está enseñando su peor cara, pero que algún día será capaz de hacerme sonreír.
Sin cruzar ni media palabra, todo ha quedado dicho...

*Rocío Pérez Crespo*




UNA MÁS...VI


Esta mañana de viernes que sabe radiante, al volver de desayunar he descubierto en uno de los laterales de La Catedral una pequeña, pero muy pequeña librería donde  venden libros antiguos y de segunda mano.
Al entrar en ella, me ha cubierto esa sensación de antaño; cuando siendo niña me colaba en la biblioteca de mi pueblo a experimentar entre sus baldas todas las sensaciones que me eran permitidas.
He encontrado uno de Chaucer, que lo he leído recientemente (de nuevo) pero curiosamente no lo tengo en mi gran tesoro (pequeña biblioteca) así qué, ni corta ni perezosa, lo he comprado; con esa sensación interna que se produce cuando se consigue lo que se quiere o sea, sin frustraciones.
Me ha chocado, arrancándome una sonrisa, el entorno clásico, austero, recogido, casi agónico, con el ordenador del dueño descansado altanero sobre el mostrador. Desde luego, hay cosas que nunca casaran por más empeño que le pongamos. He pagado mi libro y, al  despedirme del señor que tan amablemente me ha atendido, mis ojos, estos ojos que cuando están rodeados de belleza se empiezan a desprender se han tropezado de frente con un Fausto que estaba  colocado en el diminuto escaparate,  francamente me ha resultado más que provocador, al punto de pensar que si estuviese en mis manos, me lo llevaba a casa, seguro que luciría mejor. No ha pasado desapercibida mi reacción antes el dueño de la librería, que con un brillo especial  ha dicho: es toda una maravilla, lastima que unos pocos solamente,  reparen en ello.
“Cuatrocientos euros ahora mismo, es una pasta que no me puedo permitir”
Al salir de nuevo a la calle, he respirado profundo el aroma, el calor, el sueño, la distancia, la risa, los amigos, la soledad…todo ha regresado a mi piel.
He bajado por Traperia casi con la indiferencia de quien pasea por sus calles todos los días, llegando a la Plaza de Santo Domingo para darme cuenta que en ésta mañana me apetecia mucho más el color rojo. ¿Por qué? ni idea, supongo que los humanos somos así de raros. En un segundo aparece un cosquilleo que te dice que mejor un lugar con más flores o más privado o más escandaloso…no lo sé.
Eso sí, sin pensarlo mucho, he desandado el trayecto, he atravesado la Plaza de Belluga, para sentarme en una cafetería rodeada de geranios rojos, preciosos, aunque no me guste  el aroma que desprenden. Me abruma. Pero sin embargo me gusta y mucho el paisaje que ofrece ésta hermosa Glorieta, por lo tanto compensa una cosa con la otra.
Ya sentada, en un espacio con sombra cerca de una palmera, he pedido un café con leche. Mientras espero mi consumición viendo el ir y venir de las gentes me ha llegado a la memoria el libro que estoy leyendo. Bueno, más bien me lo ha traído de regreso, la pareja de ancianos que están desayunando a mi lado. El lleva pajarita sobre una camisa que en su estreno era blanca y, ella un vestido a flores que hace juego con los parterres de geranios. Un algo escandaloso en sus colores, pero no deja de ser un toque personal, que a fin de cuentas, es lo que importa. Se les aprecia con esa complicidad de una vida entera. Ella lo ha ayudado con la aceitera y, él le ha contestado con  un gruñido que ninguna mella ha dejado sobre su compañera. Cómo el que oye llover una tarde de lluvia, pasando de idioteces supinas. “Di misa, pedazo carcamal”.
Anoche, en la soledad de esa habitación de hotel, me reafirmé  entre páginas y páginas, que el amor no tiene edad. Lo que sentí al comenzar la historia, ese momento casi tétrico de la tristeza que producía la escena, se fue difuminando con esa melancolía de una vida de cara al escaparate,  tremendamente vacía para sus protagonistas. El amor es lo que mueve el mundo y, lo que nos da la fuerza, la voluntad y la fe a cada humano. Sin él, no existe la plenitud…y aunque se tarde cincuenta años, los corazones que se han amado con esa fuerza, con ese ímpetu, con esa armonía total, terminan por buscarse y por encontrarse, aunque solo sea para morir juntos. Hermoso pero trágico.
En realidad somos sencillos para entendernos a nosotros mismos, pero francamente complicados para hacernos entender. Nos da tanta vergüenza decir lo que sentimos, dejar nuestros sentimientos al descubierto; que nos quedamos en esos hilos suspendidos durante años y años, haciendo profundas oquedades en nuestro interior. Alimentando las carencias de una forma brutal  a  sabiendas que ni tan siquiera se intentó y, por ende, culpando a un destino que igual hizo su trabajo y se quedó esperando que nosotros hiciéramos el nuestro, para compensar esa balanza que no somos capaces de apreciar.
Traen el café con leche y salgo por unos segundos de mis pensamientos.
Hoy no regreso en el autobús de las doce y media, sino en el de las nueve de la noche. 
Ayer tarde lo pasé genial con mi gente en una cafetería que me costó encontrar una eternidad. Fue una tarde noche distendida, hermosa, muy amiga, llena de encantos. Me gustan esas reuniones, las disfruto como nadie. Tengo una carencia importante de compañía…siempre ando sola. Eso sí, aquí aplico una cita de Shakespeare…nunca dudes que amo y, yo añado, por mas soledad que veas en mi.
Ésta tarde tengo “Té con poesía” una tertulia literaria en casa de una amiga, donde el ambiente, la conversación y la poesía obran el milagro de la cercanía. Momento que también me gusta, todo lo que sea cercano y personal, me gusta.
Me gusta reír, mirar a los ojos, saber que soy parte de un proceso de unificación.
Estoy esperando a mi hermana, gracias a ella, he decidido quedarme.
Y vuelven los pensamientos…con esa seguridad que me dice que me estoy perdiendo lo mejor de mi edad. Lo que me gusta, lo que quiero, a quién quiero. Estoy tan lejos de todo, tan sumamente lejos que ya no puedo medir las cosas ni por distancias. Es un abismo.
Espero, no ser yo como la protagonista del libro que me estoy leyendo ahora, no quisiera pasarme lo que me resta de vida, pensándote, añorándote y preguntándome…por qué nunca te dije mirándote a los ojos: eres tú. En lugar de conformarme con la creencia absurda y obsoleta que tiene que ser el hombre quien de el primer paso. Si la respuesta es no, el corazón y el cerebro confabulan para hacer pasar a otro estadio y olvidar el agravio y la desazón. Mira tú si es sencilla la cosa. Pues no, nos agrada meternos de cabeza en esas telas de arañas.
 El amor… ¡dichoso amor de los cojones! Que levanta corazones o los llena de podredumbre hasta las trancas conformando a golpe de maza una vida. No es justo, joder…no lo es.
Tendríamos que tener una especie de luz incorporada, cómo la que tienes los parking. Ocupado, libre…pero ni aún así. Porque luego queda que tus sentimientos sean los mismo que los de él. ¿Probabilidades?...una aguja en un pajar, ea.
Creo que nunca llegaré a comprender, el forro tan grueso con el que nos vestimos para disimular la piel que habitamos y, tengo la seguridad, que si hiciéramos las cosas más naturales y mucho más sencillas, no habría tanto sufrimiento, pena y desconcierto en las personas.
Estamos cargados de “vitriolo”.
Pero nos gusta lo complicado, somos incapaces de sentarnos en la piedra que nos oferta el camino, tenemos que andar kilómetros para hallar un confortable banco que posiblemente esté astillado…
Burros, somos burros.
Veo llegar a mi hermana, le hago una señal con la mano para indicarle que sigo viva, porque con las horas que llevo esperándola, es para estar muerta.
Se sienta a mi lado; tiene unos bonitos ojos verdes, me gusta cuando sonríe. Se difuminan mis pensamientos, regresa el color rojo, la luz, se callan mis voces internas… escucho la suya.



 *Rocío Pérez Crespo*



UNA MÁS...VII.



Suena un violín y un acordeón en la plaza de Santo Domingo. Un grupo de palomas levantan el vuelo y, la más temeraria, planea por debajo del toldo de la cafetería imponiendo su autoridad.
Hace calor, demasiado para mi gusto. Es como si en lugar de venir de fuera, naciera de tu propio interior. Todo arde por debajo de la piel, la sensación térmica es horrible. Estoy empapada. Creo que en toda mi vida había notado resbalar las gotas de sudor por la espalda, por el cuello, por las sienes.  Francamente es una estampa poco deseable. Sin embargo la música dulce, el ambiente casi inerte, el reloj de la iglesia anunciando la hora ha llevado a mi pensamiento hasta Italia; olvidando por un rato el malestar que llevo pegado al cuerpo. No creo que haya un rincón más parecido a esta plaza de Murcia como Cortona.
No puedes evitar que te salga la vena romántica, ¡eh! –Me digo- mientras  mastico un trozo de hielo del cortado que acabo de consumir e intento falsamente refrigerarme por dentro.
Hace veintitrés  días que vivo en esta ciudad. Es lo que quería, por lo que he luchado, por abrirme camino, por respetarme como ser humano. Aunque de vez en cuando me llega la pregunta… ¿si es lo que querías, por qué esa tristeza? La respuesta viene sola: echas de menos a tus hijas, a tu familia, a tu gente.
 Ellas vendrán en breve, empiezan sus estudios, así que la adaptación a todo la tengo que hacer yo sola. Y eso, de vez en cuando, me supera. Pero también me da perspectiva y enseñanza de lo que soy capaz de hacer en la vida.
No me considero una mujer valiente, pero sí una mujer con decisión y chocar de nuevo con aquella chica rebelde pero con determinación, francamente me ha gustado. No he cambiado tanto como yo pensaba.
Hace un rato pasé por el puente de Los Peligros, cruza el río Segura y a su derecha hay una imagen de una Virgen. En el lado izquierdo del puente, conforme avanzaba, he reparado en una cantidad enorme de candados. Todos llevaban nombres. He supuesto que lo ponen allí los enamorados como ofrenda a la perpetuidad. Igual me equivoco, pero todo apunta a eso. Descubrir paisajes nuevos, aunque sea con un calor demencial, es algo que valoro infinitamente y crear historias con lo que descubro, algo que no tiene precio. He seguido andando, percibiendo el cambio de paisaje una vez cruzado el puente, dejando detrás de mi esa Gran Vía, bulliciosa, llena de colores, olores y estallidos, me he chocado con un mundo más relajado, más sereno. Muchos más proclives a la contemplación. Me he metido por sus calles, por el parque del conde de  Floridablanca, hermoso, silencioso, sombrío, lleno de historia. He sentido en su tierra la paz y la armonía que tanto me gusta rescatar de los lugares donde voy. Un chico ha cruzado el semáforo en rojo y un claxon se ha hecho escuchar enfadado…he sonreído, en todos los lugares ocurre siempre lo mismo porque en todos lo sitios somos los mismos.
El gordo, el flaco, el romántico, el loco, el prisillas (el chico del semáforo) el histérico (el del claxon), el simpático, el antipático y así hasta terminar las etiquetas establecidas. ¿Y dónde estaré yo? Pues francamente no tengo ni idea, pero si tienen que ponerme una me gustaría que fuera algo que tuviera que ver con las sonrisas.
He regresado sobre mis pasos, pasando esta vez por la Plaza de Belluga, contemplando una vez más, esa Catedral que tanto me gusta. La he rodeado y he bajado por Alejandro Seiquer hasta aquí, hasta Santo Domingo. Ahora estoy pensando que igual en lugar de ir a casa por Alfonso X, mejor cruzo el arco y regreso por Gran Vía, sea como fuere, empiezo a conocer los caminos más cortos y no temo a adentrarme en calles que no conozco. Lo que si espero es seguir paseando por estas calles, odiaría que con el tiempo solo las ándase.
Empiezo a entender, empiezo a entenderme.
Mañana cuando regrese volveré a pensar en ti…


*Rocío Pérez Crespo*




UNA MÁS...VIII


4:50 a.m

La plaza está mojada, los camiones de la limpieza han comenzado su tarea. Todo está en silencio, excepto el rugir de las tripas de un motor que se escucha en algún punto que no alcanzo a ver.
Hoy el cielo se presenta ante mi muy oscuro, no veo a la luna y, las pocas estrellas parecen apagas y mortecinas, como escondidas, sin embargo la temperatura es estupenda. Como suelo decir en los últimos días, hace mejor madrugada que mañana. No llevo chaqueta, tampoco la necesito.
Miro el gran ficus y le doy los buenos días; eso sí, no lo veo lo intuyo. A esas horas su follaje se pierde con la noche. Erguido majestuoso superando la altitud de los edificios, frondoso, lleno de vida y salud. Hemos creado entre los dos un lenguaje sin palabras, nos entendemos bien, nos apoyamos bien. Somos un mismo espíritu.
Inserto la llave en la cerradura y la persiana se despereza con un gruñido molesto.
Empieza mi jornada.
Cada mañana, recuerdo las palabras que alguien, en tiempos pasados, repetía cada día junto a mí: cuando un obrador se pone el delantal, mete sus manos en harina y acaricia la masa, está trabajando para Dios, porque estás haciendo el pan nuestro de cada día…no lo olvides nunca, Rocío. Por lo tanto tienes que ser perfecta, o por lo menos intentarlo, rápida, audaz, ordenada, humilde  y limpia.
Y no, no lo he olvidado, por eso mismo cada vez que hago el ritual para comenzar mi trabajo, se lo dedico a Él.


6:55 a.m.

Golpean la puerta. Se terminó el silencio. Mis compañeras, con el sueño todavía latiendo en alguna parte empiezan a llegar.
La más resuelta prepara la cafetera, la calienta, la sangra, hace los primeros cafés que van a directamente a la fregadera.
Los siguientes serán para nosotras.
Un café con leche muy caliente, un cigarro y el aire fresco que permite secar mi espalda, mientras los hornos van cociendo, desprendiendo un aroma dulce y familiar. El siguiente pan está ya cortado, con su forma y su fondo,  preparado para recibir el calor necesario para dorarse.
Ya no queda agua en el suelo, si acaso algún charco rezagado, resguardado debajo de los bancos de la plaza. Me miro de arriba abajo, voy llena de harina. Este uniforme tan moderno que nos han puesto, no es nada practico para aparentar limpieza. En fin.
El ambiente es mucho más frío que hace dos horas, el cielo todavía se mantiene oscuro y mi querido ficus está en sombras.
Hablo con él. Le digo que los deseos se cumplen, aunque a veces el precio sea alto. Él lo sabe, como sabe de mi soledad, de las largas horas en esta ciudad, de mi afán por superarme todos los días, de mi lucha, de mis anhelos…de ti. También le hablo de ti, le cuento de tus ojos, de esa sonrisa que despierta mi alma, de tus letras y palabras, de ese caminar tan bonito que tienes. De lo importante que eres para mí…y me siento chiquita, muy pequeña, más de lo que soy. Enamorarse es un estado precioso, pero muy molesto cuando solo es uno quien lo hace.
Apenas puedo ver la torre de la iglesia de santo Domingo.
A través de algunas ventanas se empieza a detectar vida. Imagino como se sienten. Las sábanas todavía calientes, la placidez del sueño abandonado sobre la almohada. Los problemas amontonándose delante del espejo del aseo. El sabor del desayuno en la mesa de la cocina…un día más.
Todo sigue en silencio en la calle, aunque se empieza a detectar presencias entre las sombras. Algunos parecen zombis, más que andar van arrastrando sus organismos.
Me digo: ¡que falta de vitalidad, joe!. ¿Creerán que han madrugado? Sí, lo creen. Yo también pensaría igual, esa es la verdad. De hecho lo pienso cuando mi horario es de despacho.
Suena una alarma a mi espalda, el horno de piedra me llama y, como no le haga caso, el grito se va a escuchar por toda la vecindad, será mejor dejar amanecer sin mi presencia y sin mis desvaríos, no va a ser lo mismo, pero seguro que la claridad asoma con la misma disciplina de siempre. ¡Presumida que es una! ea.
Los primeros desayunos empiezan a ser servidos. Me gusta encontrarme con las mismas caras todos los días, se hace familiar el trabajo.
- Hola, buenos días, Rocío. ¿Ha hecho ya los croissants?
- Buenos días, guapísima…. listos y calentitos para ti.
En cinco minutos llegará  Pedro…Un manchado, una tostada de aceite y un chiste.


9:00 a.m.


Cantan los pájaros en las ramas de mi ficus. Está contento. El sol todavía no ha salido, pero el color del cielo ya es azul, se filtra entres los huecos del follajes ese viso que no alcanza todavía la luz necesaria, pero advierte de su esplendor. La iglesia de Santo Domingo ya despunta con claridad y las casetas diseminadas por la plaza adquieren sus colores, rojo y blanco. 
Ya tengo más del noventa por ciento de mi producción hecha, solo me queda dos hornadas para apagar los hornos y programar el grande para mañana.
En la calle huele a  ensaimada y mantequilla, a chocolate caliente, es un aroma agradable a estas horas tempranas.
Llevo cuatro horas consumidas…
Saludo a María, a Carmen, a Lola, charlo unos segundos con Belén y con Dama (mis compañeras)  que van medio locas de aquí para allá.
Sigo con mi tarea.


12 a.m.

Estoy en plena función. A estas horas el trabajo es más duro o yo estoy más cansada. Preparo el trabajo para mañana, todo tiene que estar dispuesto para las cinco de la madrugada y, es mucho.
Fuera, en el despacho, el lío es tremendo. Dentro las “llandas” se van completando y vaciando a una velocidad que acojona.
En la calle la vida se proclama campeona. Un devenir de gentes, de coches, de autobuses, de niños…es increíble como cambia el paisaje.
Y en medio de todo ese caos, yo y mis silencios. Mis miradas, mis sueños, mis perspectivas, mis angustias…sencillamente, yo. Estoy y no me veo muchas veces, otras, sin estar mi presencia adquiere relevancia, soy y no soy, estoy y dejo de estar.
No ha salido el sol. El ambiente es un algo cargante, amenaza lluvia, o eso me parece. Para los partes de tiempo nunca he sido acertada… ¿o sí? Pero el ficus no brilla con la misma intensidad que otras jornadas. Tiene ese verde apagado, así que…lo más seguro es que llueva. ¿O no?
Las palomas hacen corrillo en la terraza, esperando como camicaces, alcanzar las migas que van cayendo al suelo.
Mi segundo café con leche muy caliente y sin espuma está a punto de ser consumido, esta vez sin cigarro, no me puedo permitir perder el tiempo.
Tengo una hora y queda demasiado por hacer…


13:00 p.m

He terminado mi jornada. Ciertamente siento un agotamiento en algún punto poco concreto de mi organismo. Mañana será lo mismo.
Salgo a la terraza, ya sin delantal,  para hacer el pedido con cierta tranquilidad, ahora sí me enciendo ese cigarro. La chica de “Movistar” se para conmigo a charlar. Es un sol de niña. Hablamos durante unos minutos y sigue su marcha. Yo empiezo a anotar la producción mientras el cigarrillo se va consumiendo y mis pensamientos han dejado de ser míos por unos segundos.
Todo está concluido…
Dejo las indicaciones precisas para las chicas de la tarde.
Me acerco a las estanterías donde Belén se debate entre “Rajolas” y “Tetillas”,  ensaimadas y flautas de chocolate, cojo un pan de espelta, me gusta ese pan. Me lo corto a rebanadas en la maquina y, pienso en mis hijas. Mejor me llevo también unas cañas de chocolate. Sí.
La panadería está llena, la cafetería también…
Echo un último vistazo al obrador, todo está en orden. Todo sigue su marcha y yo…yo, yo, en fin.
- ¡Chicas! que terminéis bien el día…hasta mañana.
Escucho sus voces despidiéndose de mi entre una maraña de voces ajenas. Sonrío.
No me despido del ficus, no hace falta. Sé que estará ahí.
Esta ciudad es bonita, alegre, tiene vida, pero también consume y lo hace de una forma precisa…siempre tiene prisa.



*Rocío Pérez Crespo*





UNA MÁS....IX



Me gustan los domingos por la mañana en esta ciudad. Los suelo disfrutar con intensidad y, eso, que no hago nada extraordinario. Sencillamente, sentarme en la terraza de mi cafetería favorita y tomar un desayuno tradicional, es para mí, todo un placer.
La luz, clara, distinta…
Tañe las campanas, Jesús ha entrado en Jerusalén…
Es domingo de Ramos. Desde esta silla estratégicamente buscada, contemplo toda una muestra de tradición. Niños con sus palmas, familias concentradas, risas, sonrisas, explosión. Pasteles, monas y devoción, todo eso acompañado de un molesto viento que parece no interesar a nadie y, menos a mí… ¡Menos mal!
He terminado mi desayuno y me he centrado en la lectura del libro que llevo entre manos. Lo cierto, que ha durado poco el momento, aún sin interésame mucho ese aire que no sopla frío pero si destempla, estar aquí plantada luchando con las páginas, solo me provoca la sensación de salir volando como una cometa, o en su defecto, salir corriendo como alma que lleva el diablo detrás de mi pañuelo que en estos momentos ondea como una bandera marcando lugar y rumbo.  Así qué, ni corta ni perezosa he decidido cambiar de escenario.
Pago mi cuenta, charlo unos minutos con Robert y con Brayan que luchan para que el toldo se mueva lo menos posible. Los dejo enfrascados en sus quehaceres con la promesa del regreso.
Subo por Trapería arropada por un violín, suena con una ternura enorme las primeras notas de “Serenade”,  no es la primera vez que escucho a éste músico tocar. Lo busco con la mirada y lo encuentro en su lugar habitual, cerca del Casino. Le calculo unos cincuenta años, quizá tiene más o quizá menos, no consigo definirlo entre tantas capas de calle, de cajeros automáticos, de bancos en cualquier parque. Es alto, pelo largo, ojos vivaces y, unas manos que nada tienen que ver con el resto de su anatomía. Largas, limpias, cuidadas. Palpita con la música, es en sí, pura música  y, aunque él no lo sepa, por lo menos una persona de las miles que pasan a su lado: lo escucha, lo disfruta, lo siente, con la misma intensidad que brotan de sus dedos las  octavas.
Sonrío.
El viento se ha quedado en Santo Domingo. Ahora, todo es calma…
Mis pies me llevan a la Catedral, no sé muy bien porqué han decidido por mi…pero les hago caso. Entro por la puerta principal y recibo la frescura de su interior. Se está oficiando la Solemne misa. Hace mucho tiempo que no me quedo a escuchar las palabras de un sacerdote. Seguramente porque ya las conozco y no tiene nada nuevo que contarme. Sin embargo, los muros de las iglesias y las Catedrales me reconfortan. Giro a la derecha y avanzo rodeando el órgano. Francamente está llena de feligreses, así que, decido pararme y atender lo que el sacerdote está diciendo. Lo he hecho justo en la capilla de San José, a la derecha del altar mayor. Sigo regodeándome de la mística que lo envuelve todo. Las tallas, las vidrieras, las rosas. Observo, devoro, trago, asumo…me encanta.
Frente a mi revolotean  los años de historia y dejo que sus sonidos me hablen. Incienso, perfume, lirios, oscuridad, azul, verde, muerte, vida, más vida…dolor, alegría, yo.
Los ojos se han parado en la capilla de los Vélez, es francamente hermosa, me la sé de memoria. Fría, desoladora, se respira la piedra muerta tan inacabada como la misma muerte en sí. De estilo gótico, florido, de la segunda mitad del sigo XV con bóveda de nervadura estrellada. Recargada, absoluta, firme, pero al contemplarla siento que le falta algo, que las manos de la persona que la diseñó se quedaron a medias entre el final y el principio de todo. La mirada no encuentra un punto de apoyo, se desvía de un racimo a otro, de una talla a otra, de una lágrima a una túnica inconsútil. Es demasiado recargada y demasiado austera, es el blanco y el negro…los puros extremos.
Cada vez que vengo a la Catedral tengo que admirarla para luego, al darle la espalda, llevarme en mis bolsillos cien mil supuesto y ninguna explicación.
Es bellísima.
Me saca de mis ensueños una algarabía y me doy cuenta que el sacerdote ha dado la orden de darnos la paz.
Las gentes se giran, se besan, se dan la mano. Yo estoy sola, no tengo a nadie al lado para ofrecerle mi paz.
Me siento observada, relajo mis facciones, creo que cuando me concentro en mis cosas mis rasgos hablan por mí. A veces, pienso incluso, que hablo en voz alta
Por el rabillo del ojo, me percato de la chica de pelo corto naranja casi chillón. Me está mirando…
Le sonrío amablemente, me devuelve la sonrisa. En su mirada un halo de melancolía rompe el momento. Más que melancolía, es tristeza, se puede tocar su soledad. Es bonita, tiene aproximadamente mi edad, viste más o menos como yo. Pantalón vaquero, camiseta y botas. No lleva pañuelo, cosa que en mi es algo usual. Sé que hay personas que no saben vivir su soledad, yo me he acostumbrado a la mía y ahora, a los postres, me llevo con ella estupendamente. Todo lo hago sola, es cuestión de aprender, de darle la vuelta para convertir la soledad en pura libertad.
He estado tentada a acercarme a ella y decirle: es cuestión de tiempo. No luches contra ella, apréciala, asúmela y verás que dentro de poco volverás a ser medianamente feliz.
La veo alejarse camino de la Capilla… ¿casualidad? Dejémoslo ahí.
¡Vale! Lo admito, aunque las palabras del sacerdote no me han llegado del todo, por la única razón de estar en mi mundo,  me ha sentado de maravilla estar aquí.
Antes de que termine la misa, pongo mis pies en polvorosa, con paso tranquilo, intentando que mis tacones no suenen demasiado, enfilo hacía la puerta que da a la plaza de Belluga.
¡Increíble! Sol, luz, vida, vida, vida por todas partes. Es inmenso lo que me rodea. Lo que no soy capaz de ver en un porcentaje alto de mis días. Pero gracias a Dios, hay otros que compensan con creces las rutinas y soy capaz de ver lo extraordinario en lo más ordinario de todo. La propia vida.
Me siento en mi otra terraza favorita. Pido a la camarera un cortado, enciendo un cigarro y vuelvo a observar.
Me encantaría poder escribir todo lo que siento, todo lo que veo, todo lo que me llega, todo lo que me palpita. Creo que lo mejor será comprarme un portátil y así, podré hacerlo tal cual me entra. Claro qué… ¡”na”!, mejor recojo las esencias y lo hago en casa. Son demasiados  los chismes que llevo encima. El bolso cargado de libros, teléfono, tabaquera, cartera, mil doscientos papeles que unos mil ciento noventa y nueve no sirven para nada, dos mecheros, unos auriculares, un frasquito con mi perfume, la pitillera, tres manojos de llaves, una pluma que chorrea cuando la abro, cinco bolígrafos…¡como para encima llevar un portátil! Voy a parecer un porteador del Nepal a este paso.
Estoy dentro de una película sin banda sonora. En realidad opino que así es la vida, una película de la cual estamos tan acostumbrados a vernos, que somos incapaces de mirar de otra manera. De mirarnos de forma diferente.
Empiezo a reconocer caras, a saludar y me digo que he conseguido lo que quería. Solo me faltas tú.
Un cielo azul celeste clarito me cubre y, dos palomas blancas me sujetan…vuelo.
He terminado el cortado, justo cuando voy a pagar, la chica de pelo corto naranja casi chillón, pasa por delante de la terraza. Sus pasos son cortos, pasea, no anda. Su mirada absorbe los espacios, no ve, contempla. Su mundo interior brota por cada poro, no se ve, se siente. Las manos en los bolsillos de la cazadora, las botas aportándole seguridad. La sigo con la mirada hasta que la pierdo cuando dobla la esquina camino de la Glorieta...no sé porque, me recuerda mucho a mi.



*Rocío Pérez Crespo*





UNA MÁS...X


Esta mañana, todo está tranquilo. Murcia rezuma paz y calma por todos sus rincones. Es normal en las fechas que estamos, la gente está de vacaciones y marchan a puntos más apetecibles.  Yo también  estoy de vacaciones, pero sigo en la ciudad. Quedamos unos pocos rezagados acompañando a las masas de turistas con guía incorporado que hacen su aparición por cualquier esquina y llenan los espacios de vida, algarabía e interés.
Estoy desayunando en “El capricho del cardenal” una tostada y un café con leche, eso de estar a dieta me ha hecho asentarme en otra terraza a la habitual. Añoro los churros con chocolate, pero me convenzo a mi misma con dos argumentos. El primero: Nena, hace un calor horrible para meterte entre pecho y espalda un tazón de chocolate, por más vapor de agua que expulsen los aspersores de los toldos,  mejor un cafetito con leche desnatada (ag) que es más ligero y; el segundo: A ver si te enteras de una buena vez, chata, estás a dieta…DIETA y eso significa: restricción. Es  algo que tienes que llevar a cabo todos los días, de nada  sirve decirte que por un día que la saltes no pasa nada, porque sabes que no es así. De esta manera  cuando te mires en el espejo no dirás que pareces una pelota vasca  ¿Lo has comprendido?
Sí, parece que lo tengo asumido, de hecho estoy aquí, pegadita a La Catedral.
Tengo el ebook  abierto por la pagina trescientos de la novela Drácula, la tengo leída desde hace un tiempo, sin contar que he visto la película por lo menos tres veces. Pero me ha apetecido leer este libro de nuevo y meterme en esas formas floreadas, llenas de modales y compostura. Hasta Drácula es de lo más educado y pomposo a la hora de clavar sus afilados colmillos en el cuello de la buena de Lucy. ¿Y Van Helsing, elaborando el mismo las guirnaldas de ajos para adornar el cuello de la damisela y velando noche tras noche por su sueño? No me imagino a  Hugh Jackman haciendo guirnaldas en la versión de Sommers. Aunque, francamente está de toma pan y moja, jolines.
No es un secreto para nadie que me conozca, que me gustan los vampiros. Algún día me pondré en serio y descifraré el por qué o los por qué, que igual hay más de un motivo.
En fin…
Se ha levantado un algo de brisa, no sé si es de levante, de poniente o de “naciente”, quedo muy lejos de esas interpretaciones. Solo sé que apetece sentir un algo de aire correr por el cuerpo.
Apago el ebook y enciendo un cigarro. Fijo la mirada en un grupo de ingleses que aparecen en tropel. Seguro que vienen de La Glorieta.  Observo como se van acercando, todos con la mirada puesta en La Catedral. Abundan los sombreros de paja, las playeras, los colores chillones y los vestidos de gasa. La guía, una mujer bajita embutida en un pantalón marrón poco femenino, les habla de la historia de la torre, del calor de su vidriera. De la disposición del templo en forma de cruz latina con tres naves y girola en dónde se observa los rasgos del gótico mediterráneo. En breve, seré testigo una vez más de un montón de cámaras disparándose a la vez. Un recuerdo del verano de dos mil trece, reducido a un millón de píxeles.
Detrás, a otro paso, se incorporan dos jóvenes. Les calculo treinta años. El es pelirrojo, de piel blanca y pecosa. Ella una mestiza preciosa de ojos claros y pelo suelto. Se están comiendo a besos ajenos a toda explicación. Me encanta, pero no puedo evitar añorarte.
Te echo de menos con tal intensidad que me duele, no hay forma de vaciarte de mis pensamientos. A veces pienso que tiene que ser fácil, que solo es dar con la clave… ¿Pero que pista me pude llevar a esa clave? Me ajusto a la versión de Edison cuando dijo que no había fracasado en las dos mil veces que falló en su invento, sino que aprendió dos mil veces como no se hace una bombilla. Pero creo que me falta perseverancia para eliminar hasta dar con la clave que me permita no beberte, no fumarte, no comerte y no respirarte…hasta entonces, concédeme querido desconocido, que te siga echando de menos.
Meto a Drácula en el bolso, mis pensamientos en el bolsillo trasero del pantalón y salgo decidida camino de casa, sorteando como puedo, al grupo de turistas que en ese momento se disponen a poner los pies en suelo sagrado.
Un hombre pasa por mi lado, va hablando solo, mejor dicho: discutiendo. Pienso que el calor y la soledad no son buenas compañeras de viaje.
Dejo a mi espalda Belluga. Pasó por delante del conservatorio. Un músico toca una dulce melodía sentado en sus escaleras. Suena bien, y la suavidad  me acompaña hasta que mis pasos se para de golpe delante de la pastelería “La peladilla”. Mañana me voy a mi tierra y aquí hacen un pastel  cierva estupendo. Voy a comprar algunos para mi padre, sé que le apasionan…
Es increíble. El mazazo que le ha dado el consciente al subconsciente  ha sido la leche. No he entrado a la pastelería, me he quedado parada en la puerta con cara de imbécil. No tengo a quién llevarle el pastel cierva.
La tristeza se ha colado a través del cristal, ha entrado por la piel y se ha alojado de nuevo en mi corazón.
Enfilo mis pasos por la calle de Alejandro Seiquer, cruzo por la plaza Cetina y me choco con el cine Rex. Estoy en mi barrio. Una lágrima se ha escapado y rueda por la mejilla. Temo no poder llegar a casa con la compostura necesaria para que nadie se me quede mirando. Tu recuerdo me acompaña por estas calles que ya las siento mías. Ya no me pierdo, papá.
Al llegar a la altura de la Plaza Europa la pena se ha agudizado. Mañana no te veré cuando llegue y sin embargo sé que estás allí…



*Rocío Pérez Crespo*







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