Relatos




No hay nada más terrorífico que aquellas personas que se creen los brazos de Dios…


DIARIO DE UN PECADOR…


Ellos no lo entienden. No son capaces de llegar al súmmun de la sabiduría en que yo me encuentro. No son capaces de volar por encima de las montañas, ni  siquiera tienen la percepción de ver más allá de sus narices. Obsoletos en su mundos podridos, pusilánimes de unas creencias gastadas, mal entendidas y peor ejecutadas. ¿Qué me pueden ofrecer? si no conocen el poder que tiene el don asignado… ¿Qué puedo explicarles? si me miran con ojos de furia, si chorrean por sus poros las ganas de acabar conmigo, mientras sudan  miedo y vomitan palabras inconfesas entre labios. Ellos no tienen este don, a ellos no les fue entregado. ¿Cómo va a entregar el gran Señor ese poder a unos esclavos pecadores, enfermos, tullidos e impotentes? Una raza inferior que pugna por subir peldaños arrastrándose entre babas y resbalando por ellas… ¡no!
El don sólo le es otorgado a pocas personas en el mundo, estamos contados, somos seleccionados desde antes de nacer. En el vientre de nuestra madre empieza el gran proceso que nos convierte en los elegidos del Señor. Somos su brazo ejecutor, el que no tiembla, el que sabe que lo que hace está bien hecho y será compensado con la eternidad. Con el paraíso, con las alas metálicas de los ángeles para poder seguir fecudandando desde los cielos los vientres cargados de fetos que solo merezcan la dignidad del sacrificio. Arrastrando en su nacimiento la vida que les ha dado vida, llenándose de muerte antes de romper con el primer llanto que anuncia al mundo que hay un nuevo salvador entre vosotros. Son pocos, muy pocos, pero vale la pena…
Creen que tengo miedo ante la muerte, ante lo que me dio mi propia vida y, me la muestran como amenaza, cuando yo sé mejor que nadie que es la liberación y el camino a esa promesa. Todos ellos la temen, el miedo los paraliza…son como gusanos arrastrándose, pidiendo clemencia para que les sea permitido vivir un día más. Les arrancaría el corazón y se los mostraría latiendo todavía, caliente en mis manos, para contemplar por un segundo sus ojos llenos de espanto e incomprensión. Limpiar la sangre en mi cuerpo y notar su calor, el poder en mis manos, el olor a vida…dulce y metálica, templada y sublime.
Sois  meros peleles que no tenéis la comprensión de entender mi obra. ¡Mi obra! Mi magnifica obra, la limpieza que os he regalado a las ordenes de mi Señor.
Yo me crié con un mezquino. Con un borracho tullido que nunca entendió nada, nada más que la conversación que tenía con la botella. Me culpaba diariamente de la muerte de mi madre, sin entender que ella sabía que llevaba a un liberador dentro, que era su cometido, su obligación es extinguirse para darme la vida a mí. A mí, que soy la pureza absoluta, el fiel reflejo de Aquél que me eligió.
No me costó mucho arrancarle las tripas llenas de alcohol y metérselas en la boca. En esa boca infecta que escupía veneno y traición. Su puta borrachera sería eterna.
 Fue una tarea fácil, mi primera tarea. Fue mi primera orden. Mi mano no tembló, mis piernas no desfallecieron,  mis ojos no se cerraron, mi boca no habló. Solo obedecí y bien sabe Él que me sentí dichoso y satisfecho.
Después he obedecido unas cuantas más… zorras, borrachos como mi padre, enfermos, tullidos, gente que no merece el aire que respira. Que son una lacra para esta sociedad que está llena de basura, infectando las almas puras como la mía.
¿Qué me podéis ofrecer vosotros a mí? Vosotros mortales infames, blasfemos, que no llegáis ni siquiera a saborear el regusto de triunfo una sola vez en la vida.
Yo tengo el poder, yo soy el poder…
Ante mí se exponen las últimas miradas, las últimas suplicas. Yo soy… ¡el poder! Yo arranco la vida y se la muestro fresca a sus cuencas delirantes anunciándoles en  una fracción de segundo que su muerte los aguarda…
La dócil muerte, la benevolente, esa que  terminará con su dolor y sus miserables existencias.
Mañana tendré mis alas y desde las alturas formaré a otro liberador.
Que el Señor perdone  si alguna vez le he fallado, si alguna vez he dudado, esta noche le pido perdón y me preparo para el reencuentro con mi creador.
Vosotros me quitareis la vida, pero Él me espera para darme una mucho más placentera y mucho más victoriosa.

PD…A las ocho de la mañana fue ejecutado con la inyección letal, acusado de más de una veintena de asesinatos a lo largo de su vida. En su celda se encontró un diario roto donde solo dos hojas se podían leer con claridad. Este perdón a Dios, un rosario y una foto de su madre antes de que él naciera…



 *Rocío Pérez Crespo*






ENTRE CALAS Y CAÑAS DE INDIA....


"La vida puede ser una inmensa cloaca o un hervidero de posibilidades"
Delante de un vaso de bourbon sin hielo y, sonando en el ambiente Lou Red, con esa voz  que  me hace recordar la espesura y lo cargante; el capitán  Do, arrastrando los pensamientos, recuerda el mismo capítulo de su vida mientras hace girar el vaso sobre la mesa de teca.
Es una tarde de primavera, tibia y perezosa, se aprecia el olor de las cañas indias y las calas que están plantadas en la terraza en macetas de barro. Del techo de troncos barnizados, cuelga un ventilador rustico que da vueltas a una velocidad casi inexistente.
El capitán Do, es un hombre que ronda los setenta años, alto y ancho como un armario. Viudo desde hace treinta y con un carácter que te pasea de lo melancólico a lo profundo.  Se ganó el apodo de capitán, por su afición a la pesca del sirulo que cada año organiza desde que tenía veinte años; cuando su padre, campeón de la zona,  le cedió el testigo después de que un accidente laboral lo dejara como un vegetal.  
En realidad Domingo Martínez, se había ganado la vida vendiendo seguros.
El capitán Do rellena de nuevo su vaso. La mirada se le pierde en un abismo, en algún punto tan lejano que es imposible hallar un atisbo de vida. Bebe un largo trago y carraspea.
“Los pensamientos son como caminos, cuando entras en uno de ellos, tienes que andarlo hasta llegar a destino”
Mi voz atraviesa la coraza con la que se ha cubierto tantos años y,  nítida, se posa en  sus oídos.
Levanta  los ojos buscándome y, una media sonrisa muestra la ironía de la petición.
Me acomodo en el balancín para recrearme en ese mundo que solo él conoce y, que tanto me interesa.
“La conciencia es la voz más dulce y más amarga con la que el hombre tiene que vivir”
Lo volvería a hacer mil veces, si mil vidas me otorgasen. La santa encarnación del bien durmiendo en la misma cama. Abnegada mujer de aroma suave y limpio, con esas manos como porcelanas y los ojos con tales destellos que al mirarlos me acercaban al mar.
Puta…
La que planchaba mis camisas y hacia la comida diciendo entre sonrisas que era puro amor.
Soberbia puta.
”Cuantas veces enmascaramos la realidad con rutinas”
Cien gotas de sangre no valieron para calmar mi furia y sentí un gozo sublime cuando noté como su cuello se partía entre mis manos. Cuando sus ojos dejaron de tener esa luz y solo quedó en ellos el pánico, el despojo en el suelo, mi triunfo…  fui tremendamente feliz.
Había impartido justicia.
“El hombre es un trastero que apila lo que no vale y quiere hacer casa con ello”
Me bebí las últimas iras desmembrando su cuerpo, despellejando esa maldita piel que había sido cuna de tantos hombres.
Hoy me sostengo rememorando esa tarde de invierno. El calor de los leños en la chimenea, las ventanas nevadas y la mortecina apariencia de saberse superior a mi. Me estuvo mintiendo desde el día que nos casamos.
¡Embustera!
“La justificación es una indicativo de lo mal engendrado”
Desde entonces tengo las mejores calas y las cañas de indias. Le gustaban mucho, hice honor a sus flores, se alimentan de su podredumbre.
El resto resultó simple.
Denunciar su desaparición con cara de santurrón. A fin de cuentas todos, menos yo, conocían su destreza con las braguetas. Dieron por hecho que se había largado con el primer tío que se lo propuso.
Tiene gracia. A día de hoy me siguen trayendo bizcochos y, mirándome con pena,  de alguna manera  creen que mitigan el dolor que me causó su marcha.
¡Si supieran que desde ese día…!
“El hombre lleva el mal dentro y se jacta de él”
Treinta años…la muy puta.
“Si al prestar atención no oyes nada, es que estás muerto”
Deja de pensar. En su cara se dibuja el temor…
- ¿Quién eres tú? - Pregunta sin verme, solo me intuye
-  Tengo tantas caras y tantos cuerpos como moradores hay  en la tierra.
Sus ojos se estrellan contra los míos, ve su figura retratada en mis retinas. La monstruosidad de su conciencia chocando con lo hilarante de mi rostro.
Mi rostro, la dulce y suave expresión de lo eterno…
Ahora me ves.
 “Tormentosas almas gastáis los humanos”
 “Ni  siquiera donde vas tendrás la paz que necesitas”


*Rocío Pérez Crespo*




LO QUE QUEDA DE TI ...


Abre los ojos a las seis y cuarto de la mañana, si algo le molesta es convertirse con los años en un despertador biológico. A ver por qué narices tiene que pegarse esas madrugadas y luego sentirse cansada. Odia a muerte dormitar por los sillones, eso es cosa de viejos.
Se levanta contenta, nunca se permite hacerlo de mal humor, piensa que es una perdida de tiempo y energía. Todo tiene que afrontarse, así que…. ¿por qué hacerlo de mala cara? abre la ventana y contempla otra mañana fabulosa, llena de luz. El canto de los pájaros, los parterres de rosales, su árbol favorito que le dice hola agitando sus ramas y, ese cielo que guarda lo más amado para ella. Besa a Sebastián con una ternura infinita desde su corazón al azul templado del amanecer y, con pasos vigorosos acerca su cuerpo hasta el aseo para refrescarse la cara y ponerse guapa, pero además, bien guapa. Hoy es un día especial, hoy le asignan una nueva compañera.
Desde que la pobre Hortensia murió de pena, porque es de lo que murió (digan los matasanos lo que quieran decir, ella lo sabe de sobra);  ha estado sola. Cosa que no le importa, pero es  agradable saber que si te da un jamacuco por la noche alguien pueda gritar ¡socorro!...no es un consuelo, pero apaña. A Hortensia le apañó en más de una ocasión. Con la tercera nada se pudo hacer porque la jodia se marchó  en silencio.
Ya está dispuesta para ir a desayunar, como todos los días es de las primeras. Mejor para ella, así se come las cosas recién hechas y no recalentadas como la engullen  los viejos  que tanto envidia por dormir como mamotretos.
Después de avituallarse con un vaso de leche caliente y una tostada de pan con aceite, se dispone para salir al jardín a hacer su trabajo favorito…darse un paseo entre los rosales disfrutando de todos sus olores y quitarle  el mejor sitio, ese que se mantiene a la sombra todo el día,  al loco de Genaro; para después,  repanchingarse a leer otra novela más.
- ¿Cómo lo haces?
Levanta los ojos del libro y mira a Genaro de arriba abajo.
- Sencillo, ya sabes que me acuesto con la luna y con ella me levanto, haz tú lo mismo y veras que bien te va.
- Hoy te asignan nueva compañera, espero que sea más alegre que la anterior.-dice el viejo carcamal acomodando su cansado cuerpo en el pico del  banco sobrante, a pleno sol.
- Hortensia era una gran mujer, solo que amargada por los recuerdos.
-Era una refunfuñona que no la soportaba nadie, solo tú.
Lola lo mira fijamente. En sus ojos se acumulan millones de horas, de años, de esfuerzos. Genaro no es capaz de sostenerle la mirada.
- Bueno venga, ya no molesto más…iré a darme un paseo que como siga aquí me va a dar un “ojosol”. Tú  sigue con tu lectura, vieja oportunista.
Lola sonríe ampliamente a las palabras de Genaro y se centra de nuevo en su lectura, no sin antes añadir…
- ¡Tampoco lo ibas a notar tanto! El ojosol, digo…
Como contestación solo recibe un bufido.
El sol esta en su cenit calentando los rosales y haciendo que su fragancia se respirase con más intensidad. A Lola le gustan las rosas, su olor, sus corolas, sus colores. Se siente plena rodeada de tantas cosas bonitas y agradables, incluidos sus compañeros aunque algunos son unos amargados cascarrabias.
Cierra el libro, hace  un  esfuerzo para levantarse, los riñones ya no son los de antes y nota cierta presión cuando se incorpora. ¡Bendita juventud! dice para si misma.
Avanza por el camino de graba hasta llegar a la puerta de entrada de la residencia. El fresco de su interior la reconforta.
Es una mujer menuda, delgada y llena de vitalidad. Que a sus setenta y nueve años mantiene un pelo blanco nieve fuerte y vital, unos ojos azules vivos; y una sonrisa permanente de la que participan todos. Con un sentido del humor envidiable y una forma de enfrentar la vida maravillosa. Se podía decir  que Lola es una mujer feliz, precisamente porque eso es lo que irradia.
Abre la puerta de su cuarto en el preciso instante que un hombre de unos cuarenta y tantos, alto y bien plantado, hace lo mismo desde el interior.
Lola se queda mirándolo con su amplia sonrisa.
-¡Hola! –Exclama el hombre- soy el hijo de Pilar, creo que mi madre es su compañera de cuarto.
A Lola le puede la curiosidad y sin perder la sonrisa, mira por debajo del brazo del hombre hasta que da con su nueva compañera.
Es alta, bien puesta, guapa, le calcula por encima setenta años,  más joven que ella.   Lola choca enseguida con  los ojos de Pilar, unos ojos  tristes y dolorosos…los mismos que tenía Hortensia. Es una mirada  profunda, de esas que miran sin ver, que transmiten desasosiego. Con esos ojos –piensa Lola- no serás capaz de ver mis rosales. Pero haré todo lo que pueda para que por lo menos los huelas.
- ¡Hola hijo! Soy Lola y esa es mi cama –dice señalando la cubierta blanca llena de amapolas.
El hombre se da media vuelta y echa un último vistazo al cuarto y a su madre, después sin más, se va cerrando la puerta a su espalda.
El silencio que queda es tan crispante como una muela afilando un cuchillo. Duele. Lola deja el libro sobre su cama, despacio, sin querer  violar la sensación de pena que transmite su compañera.
Se sienta en el sillón y  deja que llore sin decir palabra.
Cuando comprende que la serenidad vuelve de nuevo a Pilar, habla.
- Sé como te sientes, lo he vivido muchas veces, pero te diré que nada vas a conseguir amargándote. ¡Hola! Soy Lola, tu compañera de habitación y espero que si me dejas, también pueda ser  tú amiga.
Pilar levanta la cabeza, se limpia los ojos, pero no puede decir nada. La pena es mayor que la cordura.
- ¿Quieres que te ayude a instalarte? La comida la servirán en una hora, podíamos dejar tu armario listo y después de comer dar un paseo… ¿te apetece?
Pilar acepta todo lo que Lola le propone.
Juntas apañan  el armario que todavía huele a Hortensia, o eso le parece a Lola cuando mete la cabeza. Cinco minutos antes de que la campana avise  de que la comida está lista,  las dos mujeres aseadas y limpias, toman el ascensor rumbo al primer piso. Zona reservada para el comedor y la salita de la televisión.
Se sientan en la segunda mesa de la derecha, aunque ahora mismo Pilar no es consciente, no tardará en darse cuenta que su amiga siempre escoge los mejores sitios para todo, hasta para comer. Desde allí tiene  unas vistas preciosas al jardín, la televisión, por si le apetece escucharla  y como colofón, una panorámica de lujo para otear de forma discreta a todos los compañeros de la residencia.
- Mira, ese que acaba de entrar es Genaro. Es buen hombre pero un algo irascible...y aquella que está a su lado,  Pascuala, su mujer…más bruto que un "arao", hay veces que pienso que la culpa de ese carácter de Genaro lo tiene ella, pero igual estoy confundida y es al contrario.,,tanta brutalidad tiene que tener una razón. Aquél de allá es Pepe, un algo cascarrabias pero se puede llevar…y esos de allí –indica Lola mientras se mete a la boca una cucharada de sopa de pescado- son el grupo de petanca. Ya los irás conociendo a todos, verás que hay muchos amables y simpáticos y otros que mejor darles de comer en un pozal.
- Yo no pertenezco a este lugar –dice  Pilar con brusquedad. Todavía no había probado bocado- ¿a ti también te trajeron tus hijos aquí?
- No, yo me traje sola –contesta Lola con su amplia sonrisa.
- ¿Viniste aquí por propia voluntad? perdona pero creo que te falta un tornillo.
- Uno o todos, pero ¿sabes? Un día me levanté de la cama y me dije…Lolica guapa, yo creo que ya tienes ganadas unas merecidas vacaciones y sería bueno que ese descanso lo disfrutaras en vida y no esperar a hacerlo cuando te mueras. Así que, esa mañana cuando fui a por el pan pasé por la inmobiliaria de mi sobrino Antonio y le dije: quiero vender el piso y no quiero ni una sola pregunta.
Mi Sebastián me dejó un buen pasar pero no para costearme esto todos los meses…
- ¿Pero tienes hijos?
- Si, dos maravillas de hijos. Una chica, Edurne y un hombretón que es guapo como su padre, Manuel Sebastián…pero todos le llamamos Manel. Además tengo cuatro nietos, tres de mi hija y uno de mi hijo. Estoy más que servida.
- No comprendo nada – exclama  pilar- ¿vendiste tu casa para venirte aquí? ¿A un lugar totalmente impersonal?
- No es impersonal, donde uno vive reside su personalidad y sus cosas…y los recuerdos viven contigo allá donde estés. Mi casa era una casa vacía. Mientras vivió mi marido todo resultaba normal, pero una vez que mi Sebastián murió,  se convirtió en mi cárcel. Los hijos venían una vez a la semana y era para darme más trabajo, tenía que cocinar para nueve y, eso, sin contar con la rutina. Todos los días que si el polvo, que si la cama, que si a hacerme la comida, que si lavar, planchar. Me faltaban horas y a la misma vez me sobraban horas por todas partes. Demasiadas.  Ya estaba cansada de todo eso. Aquí me lo dan todo hecho y veo a mis hijos con la misma frecuencia o incluso más...estoy acompañada de gente que habla mi mismo idioma y que cuando digo Juanito Valderrama no me miran asustados, ni me preguntan ¿ese quién es? Como hizo mi nieto no hace mucho. Que por cierto, el domingo cuando vinieron a visitarme, mi nieto llegó con los aparatos esos que llevan todos en los oídos, escuchando música, así que le pregunte ¿Qué escuchas? Y me dijo: es un grupo genial yaya, se llaman vofjhsodhf, o algo así; mira…me puso los auriculares y casi me quedo sin pelo, eso era un infierno…eso sí, cuando me los quité entendí  porque tiene el pobre esa cara de tonto. En cierto modo respiré aliviada…
Pilar no pudo evitar sonreír.
- Yo, cuando tenia cuarenta años me relacionaba con gente de cuarenta años, no con niños de quince...Ahora que tengo setenta y pico –rió con ganas- me relaciono con gente de esa edad, me gusta que me hablen en mi idioma y no con el…”achá tranqui”. O algo así.
Pilar está asombrada, mira a Lola con los ojos muy abiertos.
- ¿Pero no echas de menos tu casa? ¿Tu entorno?
- Me gusta más que me echen  de menos a mí.
- ¿Pero tus hijos estuvieron de acuerdo con que vinieras?
- En un principio, no. Pero cuando les expliqué los motivos, creo que me entendieron muy bien. Ellos tienen que hacer su vida Pilar, como yo hice la mía.
- Eso no lo discuto, lo que no veo bien es que cuando molestas, te echen a una residencia. Yo no hice eso con mis mayores…los cuidé a todos.
- Eran otras mentalidades, o así lo creo yo. Yo tuve en casa a mi madre y a mi suegro y los cuidé hasta el final. Y mi madre tuvo a sus padres y así sucesivamente. Ahora la vida va mucho muy deprisa, es todo a contrarreloj. No tienen tiempo ni de verse ellos mismos. Llegan agotados, a deshoras…es un caos.
- A mi me hubiera gustado quedarme en casa de mis hijos y no aquí.
- ¿Para qué? ¿Para hincharte a trabajar todos los días como si tuvieses treinta años? ¿Para convertirte en la criada de la casa?  Haciendo comidas, cuidando  niños y después yéndote  a tu cuarto para no molestar la intimidad de tu hija y su marido. Míralo de otra manera, aquí estás en tu ambiente, te dan la comida, puedes pasear, leer, ver cine, ir a la peluquería, dormir cuando te plazca, discutir con algún viejo chocho de estos o incluso volver a enamorarte como le pasó a Jacinto y a Marta y, encima como los remordimientos no dejaran descansar a tus hijos; vendrán a verte, y en lugar de llegar a casa a comer los domingos por obligación y de malas caras porque les apetecía más irse con sus amigos,  te traerán bombones y flores. Deja que te echen  de menos y verás la compensación al final.
- Ojalá pudiera ver todas la ventajas con la seguridad que tú tienes…ahora mismo estoy desolada, me duele el alma, no es justo como yo he sido para ellos  tener que terminar mis días entre extraños.
- ¿Cómo te lo dijeron? Espero no ser muy indiscreta con esta pregunta.
- No, no lo eres. Fue hace un mes. Vinieron a comer un domingo, yo tengo cuatro hijos y diez nietos, mi hijo más pequeño vive en Estados Unidos. Habían acordado poner mi casa en venta, bueno en realidad es la casa de mi marido, la heredó de sus padres. Así  que decidieron en consenso que lo mejor y más práctico sería venderla. Ellos son los herederos directos. Me dijeron que la casa era muy grande para mi sola y que el pequeño, Jorge, también estaba de acuerdo. Que era un buen momento para vender. Luego me enseñaron los folletos de esta residencia y para cuando me quise dar cuenta ya estaba aquí. El que has visto es mi hijo mayor, Luís. Creo que esto ha sido idea de su mujer…ha sido una mala pécora desde siempre.
- ¿Lo ves? Yo no les di opción a eso. Mi Sebastián y yo trabajamos toda una vida para tener ese piso donde criamos a nuestros hijos. Unos años antes de morir, lo reformamos casi entero. El piso es mío, ellos que se compren el suyo…y como propiedad mía que es, puedo hacer con ella lo que quiera, como así hice. A fin de cuentas no tengo que darle explicaciones a nadie. Y una cosa más, siempre he sido la mejor aliada de mi nuera y mi yerno, más que nada para que no me devolviesen a mis hijos…-otra vez rió ampliamente- no quiero  imaginarme una vejez con ellos a mi cargo.
- Creo que no voy a ser feliz aquí, Lola. Quiero mi casa, quiero a mis hijos y quiero mi entorno…no esto.
- Tómatelo como lo que son, unas vacaciones más que merecidas. Además la felicidad es un estado momentáneo, pero sobre todo es un sentimiento personal. Los hijos los vas a seguir teniendo y tu casa también. Esta. Es nueva y los cambios siempre son agradables. Vale que no estén tus muebles, pero tampoco tienes que limpiarlos. Y como te he dicho, los recuerdos van contigo allá donde vayas y las fotos de tus seres queridos, también. Mira…no has comido nada, por lo menos come las natillas, el dulzor siempre hace bien en el cuerpo y ahora cuando las termines, nos vamos a dar un paseo y te enseñaré lo todo bonito que guarda este lugar.
Se ha equivocado con Pilar. Hace escasamente tres horas fue capaz de reconocer  esa mirada de dolor y angustia igualita a la de Hortensia, pero tarda poco en darse cuenta que Pilar si se deja ayudar.
Se come las natillas y salen juntas a dar ese paseo por el jardín.
La tarde de primavera radiante invita a caminar despacio, a mirar la luz dorada chocar contra el saliente del tejado; los colores intensos, los brotes verdes de esa primavera temprana que está empezado a latir. Lola le cuenta mil historias mientras avanzaban, descubriéndole cada rincón, cada sentido, cada ilusión con la que ella percibe las cosas…
La lleva al lago donde los patos flotan tranquilos, al campo de petanca donde un gran número de compañeros están ya con la primera partida y, después a su rincón preferido. Se sientan en el banco, a la sombra…
- ¿Te gusta leer?
- Me gusta más escuchar música y hacer punto de cruz.
- Yo adoro la lectura, esas novelas que me permiten viajar y vivir aventuras. Antes me las compraba yo, ahora cuando vienen a visitarme siempre me traen un par. Es una ventaja… ¿no crees?
- Pues mientras tú lees, yo escucharé música y empezaré un cuadro de punto de cruz.
- Bueno, pues aquí podrás hacerlo si te apetece, como habrás comprobado es el mejor sitio de todo el jardín y hay que estar lista para pillarlo. Mientras vas conociendo a todos los demás puedes acompañarme, compartir habitación no obliga e igual prefieres la compañía de otras personas.
- Creo que como bien dices, me voy a quedar contigo aunque conozca a otras personas, tu punto de vista me va a hacer mucho bien. Ya que me tengo que quedar, necesito a alguien a mi lado en positivo, que para negativo ya estoy yo.
Ríen las dos.
Lola la mira complacida, sobre todo cuando Pilar coge su mano y le da las gracias por ese cálido recibimiento.
- ¿No crees que es lo más hermoso que has visto nunca? –pregunta Lola señalando un rosal de flor naranja.
Pilar mirándola a ella le contesta…si, creo que si.




*Rocío Pérez Crespo*









 
VIAJE A TI…


Transito por los estrecho callejones de esta ciudad dormida, el cielo es un manto negro, a estas horas no se respira vida. A mi lado camina Sofía, alta y esbelta, va dejando su sombra en las aceras  como un espectro desgarrado en esos tonos marengos que no definen nada real.
Las puertas están cerradas, las ventanas sin luces, las persianas echadas, solo una farola es testigo de nuestra presencia.
A lo lejos, levemente sin prisas, se percibe el pasar de algún coche. Sus faros al rozar la esquina iluminan parte del callejón por el que avanzamos, es más la intuición que la presencia… nadie nos puede oir y sin embargo no paramos de charlar.
Perdido en algún rincón  maúlla un gato.
Sorteamos tres calles más y ante nosotras se perfilan esbeltos los primero cipreses del camino…un perro perdido pasa con la cabeza baja a nuestro lado, tan solitario y obtuso como el alma de Sofía. Debe hacer frío, un frío que pela. El aspecto de todo lo que nos rodea es gélido, como si estuviera inerte, igual que una postal.
Escucho sus pensamientos, sus motivaciones, su enorme pena. El dolor hace que los humanos se confundan.
Sólo piensa en él. Y es tan profundo el sentimiento que aún sin quererlo, me hace sufrir. Se supone que yo ya no puedo sentir, sin embargo me llega tan nítido que agobia.
Soy diáfana. Los sonidos, las formas ya no me recuerdan a nada. No puedo palpar, sé que no respiro, que no necesito el oxigeno para sustentarme, soy consciente que no miro con aquellos ojos color avellana que tenía en el pasado. Sólo estoy a su lado, intentando soportar una parte de su carga.
Pisamos tierra, lo sé porque sus andares se han hecho más lentos, como si le costara avanzar. Los grandes árboles apuntando al cielo nos escoltan hasta la puerta de forja negra que esconde el secreto de Sofía.
Una gran cruz nos recibe.
Empuja la puerta a sabiendas que está cerrada, pero no desiste en su empeño. Ha llegado allí con un propósito y  nada ni nadie hará que vuelva sobre sus pasos.
Otea la forma de franquear ese obstáculo, lo encuentra justo en la esquina de la izquierda…subida a un poyo de piedra se sujeta de una de las cruces que circundan el perímetro y con cierta dificultad alcanza el pequeño tejado. Sin pensarlo mucho, ni tan siquiera sin saber donde van a aterrizar sus pies, salta al vacío. Yo voy  a su lado, aunque para mi no requiere tanta dificultad.
Me cuesta verla, la oscuridad se la está tragando. Es como una garganta profunda, llena de soledad y desamparo.
Pasa lentamente ante los sepulcros más antiguos. La humedad y el verdete han tapado en alguna de ellas la inscripciones. Son enormes manchas chocando contra la nada.
Subimos la cuesta dejando atrás un olor rancio de flores muertas…en realidad, si es que hay realidad, hace mucho tiempo que sólo huelo  eso. Es como una densa nube que me encierra, me atrapa en una mezcla extraña de algo vivo y algo muerto.
Sofía sigue andando, lo hace sin prisa. Intuyo que se  ha levantado un algo de viento, observo su melena como se despeina y como algunos mechones cubren su cara. No los aparta, todo le da igual.
Los nichos también parecen machas. Cada uno guarda una historia, son como leyendas pintadas en un enorme muro. 
Supongo que giro la cabeza, aquella cabeza que podía girar,  quiero creer que mi pelo también es azotado por este viento que no siento. En ese supuesto giro, me doy cuenta que Sofía se ha parado delante de una tumba de piedra caliza. Del bolsillo del pantalón saca un pequeña vela y de alguna parte que no llego a ver, algo con que encenderla. La deja sobre la fría losa y seguidamente se sienta al lado.
Hay una fotografía incrustada en la enorme cruz que soporta el conjunto. Es un chico moreno, de pelo corto, sonrisa alegre. Le calculo unos treinta años, al mirar las fechas me doy cuenta que me he equivocado en dos… se llama Ismael.
Sofía se abraza a la cruz, o quizás está intentando abrazarse a él. Siento su desespero tan dentro, su dolor, su angustia, su desesperación que hago mía sus lágrimas.
No hay vuelta atrás… la dejo llorar, la dejo abrazarse a ese amor que destruyó por completo, que lo llevó a la tierra que hoy se come su osamenta.
Soy una mirada en la oscuridad, una brisa que solo se siente por aquellas almas que pesan.
Por alguna razón que no entiendo, me he convertido en esta eternidad en la compañera de todos los desesperados, de todos los pecadores, de todos los mortales que sufren.
Se ha apartado de la cruz.
Sus ojos lloran todo aquello que su alma siente. No hay consuelo en la vida real para aplacar tanto dolor. Quema como todas las llamas de una hoguera, hiere como todas las espadas clavándose a la vez en la carne mortal.
De dos cortes limpios siega sus venas… la sangre cubre la losa blanca, chispea al chocar contra la llama de la vela.
 La ayudo a extenderse sobre ella y me siento a su lado acariciando su pelo. Sé que sólo lo intento, que no me puede sentir, pero allí estoy junto a ella.
Pasa un tiempo hasta que se fluido rojo intenso no suficiente para mantenerla con vida, es el regalo que con todo el amor le ofrece a Ismael…su amor por él no tiene fin… sus ojos se han parado en un punto indefinido.
Ahora es cuando me ve de verdad, cuando siente mi mano sobre su pelo… me ha entregado su alma, un alma llena de paz. La acaricio y le beso la frente. Despliego mis alas y juntas iniciamos el camino de vuelta a casa, entre las  nubes más  negras.
Mañana, cuando el sol salga, nadie entenderá que ha pasado. Algunos lloraran su ausencia, pero muchos festejaran su trato. Pero solo verán el cuerpo sin vida de Sofía sobre una tumba que sólo guarda unos cuantos huesos, una historia, un recuerdo y unas palabras escritas con sangre en el último hálito de vida, sobre una losa podrida. Unas letras tan sentidas envueltas en un dolor tan grande que quedaran para siempre rubricadas:  Te amo vida mía. 


*Rocío Pérez Crespo*


                                                  





 
EN TU ESPEJO NO ME REFLEJO, PERO SI ME VEO….


- ¿Hueles el perfume?
En realidad no era un aroma como para percatarse, era suave, casi inapreciable, pero Emilio lo sentía con toda claridad. Como si estuviera acostado en un lecho de pétalos de rosas frescas.
En realidad, estaba apoyado sobre un tronco que nada emitía, ni olor ni vida y, lo que lo rodeaba no era más que un campo en barbecho y unos cuantos árboles mustios. Ni tan siquiera el cielo pintaba celeste, sino más bien de un color mortecino, típico de las tardes nubladas de otoño.
Había sido una semana dura. Así que sin más, pasar la tarde del sábado al aire libre, sin humos, ni ruidos; con su paleta y su caballete, no le pareció del todo mala idea y, llevarse con él a Amanda menos todavía.
Era un hombre de complexión media, no muy alto, de cabellos rizados y profundos ojos oscuros, de esos tonos pocos definidos…ni era color castaña, ni chocolate, sino la mezcla de ambos, como una canica diáfana. En realidad era portador de una mirada significativa: franca, alegre y llena de vida que fusionado a su amplia sonrisa le daba el aspecto de la eterna juventud a pesar de sus cuarenta ya cumplidos.
-¿De verdad no lo hueles? Tiene  que estar por aquí,  cerca…es increíble lo bien que huele.
Amanda, recostada sobre un montón de hojas secas  debajo de un árbol en decadencia, levantó los ojos entre adormilados y soñadores y lo miró fijamente con ternura.
- Debo ser el único que tiene nariz ¡en fin!
Aunque el ambiente no era reconfortante del todo, la luz era preciosa a esas horas. Los tonos dorados se mezclaban con los intensos marrones de las montañas del horizonte, dejando paso a los ocres, los rojos apagados y el naranja dormido de las balas de paja.
Emilio ajustó el lienzo al caballete, deseaba grabar todos esos matices con sus pinceles, plasmarlos y hacerlos eternos en la tela.
Mirar cada día esa luz, el brillo y el contraste que ofrecía la naturaleza. Captar el cielo aplomado a punto de reventar.
Suspiró ante tanta grandeza y comenzó a machar la tela bajo la atenta mirada de Amanda que se mantenía quieta, sin mover un solo músculo intentando no romper el paisaje.
Concentrado en su tarea, delimitando los contornos, los colores, la suavidad de las líneas efímeras que marcan la distancia, las sombras, las siluetas chocando contra la retina: Emilio era feliz. El único momento que de verdad estaba en paz era cuando se sumía en la belleza y la intentaba pasar al lienzo, cuando sus manos obraban el milagro de hacer magia con los visos… el blanco añil para la trasparecía, el bermellón con un toque de marrón intenso para las hojas muertas, el amarillo con el justo de naranja y la pizca de negro para ese árbol de la derecha que todavía mantiene en sus ramas la vida de la primavera extinguiéndose lentamente, sin ganas de morir. La paleta colapsada de sueños hechos de oleos, pinceles con pelo fino, suaves como una caricia para dejar constancia, espátulas para hacer el relieve preciso.
Aunque últimamente no lo conseguía con la eficacia de tiempos pasados y se despistaba con gran facilidad.
-¿Sabes? hoy la he vuelto a llamar. –dijo de pronto con los ojos puesto en ninguna parte-
Amanda se removió inquieta.
- A veces pienso que solo juega conmigo -Emilio frunció el ceño - ¡Deja de mirarme con esa cara! Ya sé que te tenía que haber hecho caso muchas veces, pero entiéndeme, no puedo, ella es mi vida. Y sé que no debería decirte siempre lo mismo... ¡Que si juega conmigo! ¡Que si no siente nada por mi! ¡Que si esto y aquello!  Pero lo siento. Eres el único ser vivo que me escucha. Con el único que puedo desnudar mi alma sin miedo al reproche.
Sí, ya sé…lo mejor es que me ponga a pintar, me concentre y deje de una vez la cantaleta, si total no merece la pena  ahondar en lo mismo.
Cerró los ojos ante el cuadro que poco a poco  iba cogiendo forma. Sacudió la cabeza con cierto pesar y se volvió de nuevo hacia Amanda.
- Total ¿Qué es el amor? ¿Tú lo sabes? No debería de existir este sentimiento, es casi una tortura. Todo empieza como un sueño ligero, llenos de entusiasmo, el corazón te palpita, pareces un tarado y  piensas:  ¡ya está, encontré mi otra mitad! Y luego te vas dando cuenta que pasado el momento de conocernos, el entusiasmo de descubrir nuestros cuerpos, de las ansias de besar su boca y ella la mía, es todo lo mismo de siempre. Se va la magia y un día te descubres pensando que lo mismo que me dije el día que la conocí a ella, pensé cuando me entregué por completo a Isabel convencido que era mi media naranja  ¡joder y resulto ser un limón! Lo peor de todo es que a ellas se les pasa y yo sigo tarado, medio idiota y mortificándome. ¡Mírame quieres!
Amanda clavó sus bonachones ojos en Emilio, giró la cabeza hacía un lado y sin más se rascó detrás de la oreja, sacudiendo su cuerpo.
- uf… ¡anda que vaya ayuda contigo! Mira –dijo apuntado con un pincel manchado de ocre al pecho de Amanda-  si me dices a todo que si, en lugar de pienso seco, está noche te abro una lata de carne bien jugosa de esas que tanto te gusta, ¡¿trato hecho?!
El deutscher jagdterrier de pelo duro y negro, con sus cuarenta centímetros de altura, brincó hacia las piernas de Emilio intentando jugar con el pincel y cerrando el trato que su amo le había propuesto.
- Pues quédate quieta y mientras observas como capto el momento, escúchame y admite que llevo razón. A ver, dime ¿por qué se comporta así conmigo? Yo hago todo lo que puedo por ella. Estoy pendiente que no le falta nada, estoy encima para que su vida sea feliz, sin embargo parece que nada es suficiente y cuando le reclamo su frialdad; sólo hace que decirme que mire que hago mal para que ella se comporte así. Pero joder, ¿Qué hago mal? ¿decirle que la quiero con toda mi alma? ¿Vivir para ella? es que no sé que quiere de mi, porras. Lo único que sé es que me parte el alma en dos, día si y día no y, cuando parece que todo va sobre ruedas, que todo es normal y pleno, entonces vuelve de nuevo la edad del hielo. Es como si fuera un carámbano colgando del tejado, te da miedo hasta acercarte por si se cae y te deja clavado al suelo.
La tarde estaba empezando a  declinar, en algunos momentos entre ese cielo gris, se escapaba algún rayo de sol, sin calor, solo era luz; pero la suficiente para marcar con mas ritmo el trabajo del pintor, que entre sus pensamientos en voz alta iba cogiendo casi con avaricia todo lo que la naturaleza le brindaba.
La hojarasca crujía bajo sus pies cada vez que acomodaba su cuerpo, el olor a tierra se mezclaba es su nariz con el aguarrás y los aceites, pero seguía oliendo ante todo las rosas que no era capaz de encontrar. Todo era extrañamente bucólico, hasta el comportamiento de Amanda. Ella, una cazadora incansable  que cada vez que ponía sus patas en el campo salía corriendo con toda la libertad que le aportaba su fuerza,  estaba serena.  Esa tarde parecía dispuesta a escucharlo, a acompañarlo… a estar.
- ¿Sabes lo que daría por tenerla conmigo en estos momentos? Que fuera capaz de ver toda esta belleza, que fuera capaz de ser mi compañera y no una mujer que viene cuando le da la gana, me monta un pollo por no se qué y se va dando un portazo. En realidad no se porque siento esto, porque la amo, porque siento que me fallan los pulmones cuando estamos a mal. Cuando estoy con ella me dan ganas de mandarla a paseo, cuando no está, me muero. Esto es una tortura, joer. ¿Sabes lo que me ha dicho cuando la he llamado? Que me fuera a la mierda  con mis cuadros, que ella no tenia porque pasar una tarde de sábado en medio de un campo perdido de la mano de Dios, que bastante es trabajar toda la semana para tener dos días para poder estar juntos y en paz y dedicarlos a esto. Que me quede con mis pinceles que parece ser que los quiero más que ella y sin más me ha colgado. Por las formas que lo ha hecho, creo que ha roto el teléfono… que mujer más bruto.
Cambió el pincel por una espátula para darle relieve a las montañas del horizonte.
 - ¿Crees que me equivoco? Ella quería ir al cine esta tarde y luego me comentó de ir a un restaurante a cenar, tomar un café, charlar y en definitiva estar juntos. Pero a mi no me gusta salir de bares y una película la podemos ver en casa, sentaditos en el sofá y ella lo sabe.  Para estar juntos no hace falta estar rodeados de gente por todas partes.
Una fresca brisa comenzó a soplar por el este. Emilio sintió un escalofrió cuando el aire alcanzó su cuerpo.
- Creo que va a llover.
Amanda olfateó el aire, con los ojos cerrados movió su hocico en la dirección del viento, su pelaje se agitaba y  esas luces de la tarde lo hacia brillar más atezado que nunca.
- Me parece que lo mejor será ir recogiendo, faltan algunos matices, pero los pintaré mañana… dejaré que seque un poco mientras recojo las pinturas.
Cerró el estuche de oleos y lo cargó en el coche, después con precisión quitó la tela del caballete y lo dejó apoyado en el tronco. Amanda lo seguía de aquí para allá. Plegó el caballete, lo depositó en el maletero y encima, con suma delicadeza colocó el cuadro. Echó un último vistazo al paisaje, la luz era escasa pero todavía podía distinguir el árbol lleno de hojas amarillas. Con una sonrisa le guiñó un ojo y despacio le dio la espalda.
Ambos subieron al coche cuando las primeras gotas de lluvia se estrellaban vigorosas contra el cristal. Después de una tarde bien aprovechada, Emilio y Amanda pusieron rumbo a la ciudad quedando en el ambiente un intenso olor a rosas que solo percibió  él y  que la tormenta empezó a borrar cuando el coche se perdió en el primer recodo del camino.





Pilar, sentada en el sofá de cretona que le había regalado su madre, con una caja de pañuelos de papel como única compañía, se sentía perdida. Era una mujer guapa que a sus treinta y ocho años todavía conservaba un cuerpo de medidas casi perfectas, unos ojos del color del mar caribe, un gato y una caja de zapatos llena de recuerdos.
La casa estaba en silencio, no le apetecía ver televisión, ni escuchar música, ni tan siquiera oír su propio llanto. Las persianas estaban echadas y la estancia en penumbra. Solo ella y sus pensamientos chocando contra las paredes.
 “¿Qué haces en casa?”
La voz era su propia conciencia… un dialogo al que estaba acostumbrada a asistir.
- Lo mismo de todos los sábados, morirme de asco.
“¿Pero no salías al cine y a cenar con Emilio?”
- Tú lo has dicho, salía.
“¿Otra vez?”

-  Él y sus malditos cuadros, solo piensa en eso y no se da cuenta que me está matando con tanta frialdad, con tantos plantones. Este hombre no me quiere, solo quiere su vida y que no se la trastoque nadie y, no es justo, no lo es. Yo lo quiero, lo quiero con toda mi alma…pero estoy cansada de esperarlo siempre.
Sacó con rabia otro pañuelo de la cajita. Encima de la mesa estaban los restos de una tarde de desesperación, de no comprender, de no asimilar.
- El jueves le dije de ir hoy al cine y, me dijo que si. Ayer me llamó para hacer sus santos planes. El chucho, sus bártulos y el maldito campo. Yo no quiero pasarme todos los fines de semana entre el trigo y los matojos, no quiero. No quiero que me ignore como lo hace, durante la semana con tres mensajes al móvil y una llamada por la noche tiene más que suficiente y los fines de semana, sus jodidas pinturas ¿Qué hago yo en está relación?
“Eso, mejor que tú no lo sabe nadie”
- Y ahora llegará agotado, se pegará la ducha de rigor, la misma pizza aburrida y se quedará dormido en el sofá y claro, mañana cuando llame  me dirá que por qué lo trato así... pero ¿es que no se da cuenta?
“A Emilio le gusta pintar y los fines de semana es cuando puede, eso ya lo sabías  cuando empezaste la relación con él”
- Eso ya lo sé. Nunca le he puesto pegas a sus aficiones, pero es que son todos los fines de semana, no uno o dos al mes, no, son todos. Hace que no le veo la cara cinco días, cinco. No le gusta el cine, no le gustan los restaurantes y a mí me tiene que apetecer todo lo suyo, pues mira, ¡no! Y luego con decirme que me ama, dos besos y un achuchón se creer que está dando la vida por mí.
“¿Quién te impide arreglarte y salir a dar una vuelta? Llama a tus amigas”
- No tengo ganas de amigas ni de contarle mi vida a nadie. Al final me van a tomar por idiota, estoy saliendo con un fantasma ¿Cómo explico  otra vez lo mismo? Este hombre puede conmigo. ¡joder!. Nunca pensé en volverme a enamorar y mira tú de quien he tenido que hacerlo, de Goya.
“¿Te vas a quedar ahí llorando? ¿Esperando qué?”
- Esperando un milagro. Muchas veces le pido a Dios que hablé con él, que le diga al oído como siento, que pienso, el daño que me hace y encima no poder dejar de amarlo, soy incapaz ¿Estaré loca?
“No, solo enamorada”
- Conozco sus fallos, fallos que me duelen, que me hacen polvo, que me dejan sumida en la desesperación y encima los justifico, me intento convencer que me ama y que y que… y que.
Rompió a llorar de nuevo.
El salón cada vez estaba más oscuro y en la lejanía sonó el primer trueno.
- Si me amara como dice estaría deseando estar conmigo con las mismas ganas que yo con él. Pero no, el solo ama su vida y sus pinturas y su perro y su voluntad.
“¿Por qué no lo llamas?”
- No quiero molestar, además siempre soy yo quien llama, parezco boba. Siempre soy yo la que estoy ¿Por qué no llama él?
“Quizás porque tiene miedo, ¿lo has pensado?
- ¿Miedo?
“De que le montes otra bronca y salgáis peleados de nuevo.”
- Pues mejor me quedo como estoy, así no hay broncas, si quiere llamar que lo haga él.
Un rayo iluminó la estancia sacando a Pilar de esa conversación tan extraña que mantenía con ella misma. Se secó los ojos de nuevo, tenía el lagrimal irritado y la nariz roja de tanto sonarse la congoja. Félix pasó por su lado con aire despreocupado, era un gato común de bonito pelo canela con manchas blancas. Pilar, lo miró en su avance pero no dijo nada, lo dejó marchar. Se arrellanó un poco más en el sofá, se tapó con la manta que tenia al otro extremo y se dejó arrastrar a esos mundos oníricos de cuentos de hadas, donde un hombre cualquiera era capaz de dar vida y amor por la mujer de sus sueños…mañana sonará el teléfono y todo volverá a empezar.
  


                                                                                            
         Rocío Pérez Crespo.









                                               
LA CARTA…

No quedaba nada por mover. La casa estilo colonial, ubicada en el centro de la ciudad  estaba patas arriba, no quedaba cajón por buscar, armario por abrir, o mueble por mover.
Todavía se notaba el polvillo negro adherido a marcos y pomos, la policía lo había dejado todo hecho un desastre.
Olía a viejo, ese olor dulzón que se mete en las paredes, en las tapicerías y hasta en la pituitaria. Una mezcla entre tabaco rancio, arrugas y tiempo, mucho tiempo;  dejando en el ambiente la firma característica de quién habitaba esa casa. Era un olor caliente, se pegaba a la garganta, haciendo insufrible respirarlo sin dar arcadas.
- Del vetusto abuelo solo merecía la pena su santa fortuna y su brandy, lo demás era pura porquería, incluyéndolo a él.
Tomás recogió del suelo unos libros y los dejó sobre el escritorio Chippendale del siglo XVIII decorado con motivos chinescos, antes de encaminar sus pasos hacía el balcón. Abrió las puertas de par en par dejando que entrase el aire fresco de la mañana, un haz de luz se coló en la habitación marcando un reguero de polvo que parecían estrellas…
- A veces pienso que la vida está diseñada solo para esas personas que todo le es sencillo, por estar en el sitio justo en el momento apropiado  ¿pero que pasa con el resto? –se decía  Tomás con voz irónica mientras observaba todo su entorno.
Giró la cabeza a la misma vez que emitió un suspiro intenso,  agotador  y,  miró hacía la calle; todo rezumaba vida aún siendo otoño, los árboles del parque de enfrente tenían ese color amarillo cobrizo mezclado con los rojos y los ocres. No hacía frío y una sencilla manga confortaba. Las calles eran un transitar de gentes y coches, los dos semáforos del cruce llevaban una sincronización que parecía un baile...y él, metido entre esos muros mohosos.
- No hay justicia para los desgraciados -pensó- no hay vida para los errantes…y ahora… ¿Por donde empiezo?
Había pasado media vida entre esas paredes, aguantando las broncas del viejo, los malos modales y la soberbia que desprendía, por un plato de comida y un techo. En realidad había nacido allí. Su madre, una mujer a la que recordaba de carácter fuerte, alegre y noble, se había dedicado toda su vida a ejercer el grato oficio de cocinera. De su padre nunca supo nada. Cuando murió su madre de repente, Tomás contaba con diez años y a falta de familia el viejo pasó a ser su tutor. Fue a una escuela pública, cursó secundaria en un instituto cercano, terminó el bachiller con muy buenas notas. Pero eso, nunca fue  gratis,  para mantener sus gastos, debía trabajar. Se encargaba desde bien joven a ser el chico de los recados de la gran casa, todo lo que la señora mandase, a limpiar los coches y el bastón de don Anselmo cuando quería descargar sus genios. Nunca se mezcló con los hijos de los dueños de la casa, solo para entretenerlos cuando estaban aburridos o cuando lo reclamaban para alguna tarea extra; le llamaban Tomasito, cosa que detestaba con todas sus ganas. Los veranos lo pasaban en el campo, en una enorme casa solariega donde era el encargado de las caballerizas y de tener los caballos limpios y listos para ser montados, sin contar las idénticas tareas que ejercía en la ciudad.
Dormía en una habitación de la buhardilla, llena de cacharros viejos y humedad.
Con los años, Tomás había conseguido ahorrar un dinero y cuando contaba con veintitrés años, metió en una bolsa de plástico sus pocas pertenencias, recogió las dos únicas fotos de su madre y se despidió de la única familia que había conocido en toda su vida.  No los volvió a ver ni a saber de ellos,  hasta la mañana anterior a esta.
Lo leyó en la prensa rosa mes y medio antes. La  alta sociedad, como no podía ser de otra manera, reunida en pos de un  féretro cargado hasta reventar de flores. Un reportaje a todo color con una extensión de  cuatro páginas, del viejo millonario en su más glamurosa despedida. No decían  de qué  había muerto. Los hijos de negro riguroso y enormes gafas de sol para ocultar… ¿para ocultar qué? –se preguntó Tomás-  dudaba  que fuesen lágrimas. Estarían frotándose las manos ante la suculenta herencia y por fin desprenderse del tío más podridamente cerdo y tacaño de la tierra.  Hizo caso omiso; después de tantos años y el mal recuerdo que tenía de ellos, cerró la revista  sin más pretensiones que apurarse el café que tenía delante y olvidarse  por completo del asunto.


La mañana anterior a poner de nuevo los pies en la gran casa, Tomás estaba trabajando copiosamente con su ordenador cuando entró su secretaria a informarle que tenía una llamada personal de una tal Marta Solizaval de Menéndez.
Tomás, al escuchar el nombre arqueó las cejas - ¿Qué querrá la hija mayor del viejo?- dejó un espacio para dar con la clave, pero no lo halló, así que sin más atendió la llamada.
Con voz distante preguntó:
- ¿Dígame?
Una voz mucho más dulce de la que podía recordar se presentó. 
- ¡Hola Tomás! Soy Marta, ya sé que ha pasado mucho tiempo, pero me gustaría hablar contigo de algo muy serio.
- No comprendo, ¿que tengo que ver yo con nada serio?
- Pues mucho más de lo que piensas. Como sabrás –siguió diciendo- mi padre murió hace mes y medio y, ayer se abrió el testamento. Todo iba normal, ya sabíamos lo que nos correspondía a cada uno,  hasta que tu nombre apareció en una cláusula.
- ¿Mi nombre? ¿Y que tengo que ver yo en el testamento de su padre?
Tomás estaba atónito, empezó a sudar y a encontrarse mal… no quería nada de esa gente.
- No lo sé, ese es el caso. En la cláusula dice que hay una carta en la casa para ti, que la tienes que encontrar, que tienes que ser tú el que lo haga… y hasta que eso no suceda, la herencia quedará congelada para todos nosotros.
Hasta en el último momento el viejo se tenía que hacer de notar.
- Marta, no entiendo nada –contestó Tomás - ¿Qué pinto yo en todo esto? Hace siglos que me marché de esa casa. No he vuelto a cruzarme con ninguno de ustedes y el recuerdo que tengo no es grato. Si esto es una broma, es de muy mal gusto.
- No es una broma Tomás y, no creo que te cueste mucho ir a la casa y buscar esa carta. Si es por dinero, no te preocupes que se te pagará, pero necesitamos la carta y que la herencia siga su curso… ¿Qué cantidad precisas para hacerlo?
- Yo no quiero dinero de nadie y mucho menos suyo -contestó ofendido- ni quiero volver a esa casa.  Discúlpeme pero tengo trabajo, que tenga muy buenos días.
- No cuelgues por favor –la voz de Marta sonó a suplica- por favor Tomás… ¡ayúdanos!
Tomás se quedó con el teléfono pegado a la oreja, no sabia muy bien que motivo lo obligaba a permanecer escuchado a esa mujer. Lo que estaba claro en su cabeza era que allí estaba, quieto, pétreo, oyendo una voz suplicante al otro lado.
- Por favor, por favor, por favor… ¡ayúdanos!
- ¿Qué tengo que hacer?
La pregunta le dejó mal sabor de boca. ¿Pero que estaba haciendo?
Antes de darse cuenta había quedado con Marta para recoger la llave esa misma tarde y con la promesa que al día siguiente, sin falta,  iría a buscar la dichosa carta.
- ¿Y ahora por donde empiezo? –Se volvió a hacer la misma pregunta-.
Se quedó  absorto en un punto indeterminado, en realidad veía sin ver. Soltó otro largo suspiro y se obligó a ponerse en marcha. Subiría al piso de arriba, a la habitación del viejo, posiblemente allí estaría guardada la carta.
Marta, la tarde anterior, envuelta en un abrigo tan ostentoso y fuera de lugar como ella; le había contado que su padre había muerto de un fallo respiratorio. Sin embargo cuando entró a trabajar el personal de servicio,  encontraron la casa revuelta por completo y a don Anselmo tirado en el suelo del despacho. Ya estaba muerto. Cumpliendo con su deber llamaron a la policía. Después de hacer las pruebas oportunas, dieron por cerrado el caso como muerte natural y, según el informe pericial el desorden podía deberse a la desorientación que pudo sufrir don Anselmo cuando empezó a encontrarse mal.   
La casa estaba en penumbras, exceptuando el despacho,  que lucia con claridad gracias al balcón abierto. Lo demás parecía una cripta  incluyendo el color de las tapicerías, de las cortinas, de los cuadros, todo era oscuro, sucio…como si los gusanos hicieran nidos entres sus ranuras.
Puso un pie en el primer peldaño de la gran escalera de mármol verde. Le vino a la memoria su madre cuando les subía a don Anselmo y a su señora el café con leche de las diez. Esbozó una amarga sonrisa, cerró lo ojos y se infundió valor para seguir…como odiaba aquella casa y como se odiaba él por no haber tenido los redaños suficientes para decir, no.
- Bueno, lo hecho, hecho está…así que venga, empieza so gilipollas.
Terminó de subir las escaleras. Al llegar al  rellano decorado con las mismas cosas de antaño, contempló el inmenso cuadro del señor de la casa con esa pose a lo Napoleón, prepotente y narcisista… sintió un escalofrío. Con cara de asco torció a la derecha hasta dar con la habitación de tan gran personaje.
Necesitaba luz y aire limpio, la opresión que lo estaba albergando era extraña, empezó a sentir una necesidad imperiosa de salir corriendo. Había vivido en esa casa, la conocía como la palma de su mano, no quería saber nada de esa gente, pero la ansiedad que lo envolvía era rara, muy rara, empezó a notar un sudor helado en su espalda.
No quería pensar.
Casi corrió a abrir las ventanas. La habitación se presentó antes él igual que la última vez. La cama con dosel, las mesitas altas, un cuadro del Sagrado Corazón en el cabezal…la mesa redonda pegada a uno de los balcones con dos sillones de cretona, rancios y sudados.  La gran biblioteca en la pared del fondo donde guardaba sus tesoros y el espejo de medidas insultantes que daba al gran vestidor. El conjunto era más grande que todo su apartamento.
Encauzó sus pasos hacía la biblioteca. Empezó abriendo cajones, sacando libros, mirando en su interior. Al cabo de una hora estaba igual que al principio, sin nada. Optó por hacer la misma operación en todas las balda. De pronto dio con un libro La Ilíada, siempre le gustó ese libro, se quedó mirando las tapas raídas por tanto uso, por tantas manos y, entonces lo escuchó…el corazón le dio un vuelco en el pecho.
Pensó que vendría de la calle, aunque ese ladrido lo reconocería entre millones de perros. No podía ser...no podía.
Homero, su perro color canela  había muerto pocos días después que su madre. Espantó de un plumazo esos recuerdos…el  dolor lo abrumaba, no quería  más dolor.
- Son los efectos de esta casa, nada más. Sigue…
Abrió el libro buscando la carta, allí no estaba tampoco, fue a colocarlo en la balda cuando volvió a escuchar el ladrido de Homero. Se paralizó. Se quedó agarrotado, era su perro…era su perro.
- ¡Estoy paranoico joder!
Giró la cabeza con un miedo irracional, no halló nada. Solo la habitación vacía…
El silencio lo rodeaba de tal manera que sus pensamientos podían oírse en la habitación. Despacio fue hasta el balcón, abrió sus puertas y se asomó a la calle buscando a un perro, prestó atención por si su ladrido llegaba hasta él, pero en la calle solo había gente y vida, ni un solo perro a la vista, ni un solo ladrido.
- Habrá sido uno que ha pasado por aquí, eso ha sido…-se dijo en voz alta- eso ha sido.
Regresó a las baldas y a los libros.
En segundos el cuerpo se le quedó rígido, el golpe de adrenalina que recibió casi lo dejó fulminado. No se movía. Un nudo en la garganta lo estaba asfixiándolo…era Homero y estaba a su lado. Podía sentir su olor, su respiración, el gruñido lastimero cuando quería jugar…no venía de la calle, estaba allí a su lado.
Las puestas del balcón y la ventana se cerraron de golpe, la luz de la calle se extinguió  y un frío inusual recorrió su cuerpo.
Puso toda la atención de la que fue capaz, algo estaba en el espejo. Algo se movía en el espejo. Alguien deslizaba sus dedos por él…
Se quedó sin saliva, los pies pegados al suelo y el terror mermo su capacidad de comprensión haciéndolo caer en un abismal agujero.
Duró poco...
La luz regresó de nuevo a la habitación y el aire de la calle dio en el rostro de Tomás,  estaba atónito, blanco, con los ojos muy abiertos. No sabía que hacer…solo tenía la necesidad de salir de allí lo antes posible. Miró de reojo el espejo, sin atreverse a hacerlo de frente.  No entendía, no comprendía, no podía ser.
Con letras claras atinó a leer lleno de espanto, dos palabras: Búscalo. ¡Díselo!
En un acto por salvar la vida salió corriendo en busca de la puerta. Tenía que salir lo más deprisa posible, sin embargo su carrera quedó parada de pronto. La puerta se cerró violentamente y una fuerza increíble lo trasladó en el aire hasta dejarlo delante del espejo. No le hizo daño, pero supo al instante que no saldría de esa casa sin acatar las órdenes escritas en el cristal.
De nuevo el sonido lastimero de Homero se dejó escuchar por toda la casa.
Empezó a tirar los libros al suelo, estaba como loco, lo único que ansiaba era poder salir y no regresar nunca más a ese maldito lugar. Dejó todas las baldas vacías.
Llevaba dos horas encerrado cuando  se dio cuenta que en el estante de arriba la madera hacía una especie de hendidura…metió la mano y palpo algo parecido a un sobre.
Allí estaba la carta. Reconoció la escritura, era la letra de don Anselmo, pero seguía sin entender nada, no comprendía que quería decir la frase que estaba leyendo.

Díselo a tu hijo Tomás.

Las puertas se abrieron de golpe, el frío que lo había acompañado desapareció por arte de magia.
Salió apresuradamente con el sobre en la mano sudando copiosamente. Bajó hasta el despacho y se sentó en uno de los sillones, tenía que saber que ponía esa carta que tanto trabajo le había costado,  despacio rasgó el sobre…



Si has encontrado esto… ¡felicidades bastardo!
Estaba seguro que lo harías, siempre has pecado de buen corazón y no te hubieras consentido dejar a mis hijas sin su correspondiente parte del pastel.
¡Bastardo! Sí…
Porque eso es lo que eres y no otra cosa, ni el chico de los recados, ni el chico al que acogí en mi casa a la muerte de tú madre.
¡Por cierto! Una mujer bien dispuesta para satisfacer mis noches más solitarias. Y de una de esas noches, naciste tú, Tomasito.
Nunca hubiera consentido que un bastardo llevase mi nombre así que, en el empeño de tu madre viste la luz del mundo. Y añado EN EL EMPEÑO DE TU MADRE.  Eso sí, su santa dedicación en que fueras reconocido, bien le valió la vida...a ella y al chucho lleno de pulgas que te acompañaba. Ahora ya lo sabes, eres mi hijo bastardo y yo maté a tu madre. Nadie me puede culpar de ello. Estoy muerto, denúnciame si tienes cojones.
Pensé que con su muerte todo estaría resuelto, pero la muy puta  nunca me dejó en paz. Cada día, en cada rincón se aparecía para recordarme que era tu padre.
Así he estado estos 30 años con su presencia por toda la casa, su olor, su pelo, su cara…tengo que confesar aunque me pese que ha sido un jodido  tormento.
 Me dijo que se llevaría a mi mujer si no te reconocía como hijo. No lo hice, pensé que los muertos solo están en los remordimientos, pero me equivoqué.
No podía reconocerte, tu linaje no es el mío y, la puta de tú madre, cumplió su promesa. Se llevó a mi santa esposa una noche de invierno cerrado. Cuando afligido le gritaba clemencia, su risa explotaba en los anales del infierno.
 Ayer por la noche  me comunicó en el espejo que les tocaba el turno a mis hijas… Eso si que no puedo consentirlo, así que he llamado al señor notario y he hecho esta confesión y esta cláusula. Sabiendo que una vez cerrado el sobre y ocultado para que lo busques (una broma macabra, no me lo tomes en cuenta)  seré yo quien marche de este mundo. La carta adjunta que va con esta se la tienes que entregar al notario arriba mencionado, es quien lleva mis papeles y mis cuitas; y quien conoce esta historia tan bien como yo.
Disfrútala bastardo de mierda y se feliz el resto de tu miserable vida.


En esta carta, escrita hoy lunes tres de noviembre del año de nuestro Señor, ante el señor notario don Julio Iniesta Ferrer. Yo, Anselmo Solizaval de Menéndez y Castro reconozco a Tomás Martínez Cuesta como hijo legitimo. Nacido de la unión extramatrimonial con Dolores Martínez Cuesta. Y lego la parte legitima que le corresponde  de mi herencia.



                                                        Anselmo Solizaval de Menéndez y Castro.

- Hijo de puta. Valiente hijo de puta. Ojala ardas en el infierno, aunque…bien mirado –sonrió Tomas- se te olvidó un detalle. En mis manos has dejado una herencia congelada. La última palabra, viejo de mierda,  la  tiene este bastardo. 
 Tomás rompió LA CARTA


*Rocío Pérez Crespo*









LLOVIENDO ESTRELLAS…


La noche me sorprende conduciendo. Una luna menguante se ha colocado desafiante en el horizonte. Es finita, hermosa y siento unas ganas tremendas de perderme en ella. Ser efímero, transparente…ser viento, volar. Lo que sea menos chocar de bruces con esta realidad sin alternativa.
Soy un cobarde. Un tremendo cobarde incapaz de descubrir mi alma. Con esto, es verdad que no hago sentir mal a nadie, solo me daño yo.  Pero esta agresión araña las tripas y hace que sucumba. No tengo fuerzas para soportar más.  
Mi vida se desgrana  como una montaña de arena. Estoy en el mismo minuto de la misma hora, en el mismo día con el mismo amanecer.
Duerme…mi niño duerme.  Miro su cara y solo me apetece besar sus labios.
La línea continua de la carretera pasa deslizándose a mi izquierda: resplandece. Los arbustos del andén adquieren formas extrañas. Detrás de la oscuridad, solo hay más oscuridad. Siento un vacío que me eriza la piel.
Han sido unas horas bonitas a su lado. Se ha quedado dormido enseguida, es incapaz de mantenerse despierto en el coche. Él duerme y en la placidez de sus facciones hay felicidad. Adoro esas facciones, sus ojos, la línea de la nariz, la curva de su espalda… su cuerpo desnudo, su risa. El amor. Llevo a mi amor durmiendo a mi lado ¡bendita ironía! Daría la vida entera para salir de todo esto. Sin ocultar nada, sin fingir, sin mentir; tener la libertad para gritarle al mundo ¡aquí está! Y dejar de perdernos cada quince días tres miserables horas para comernos a beso en cualquier motel de carretera.
Y si lo cuento… ¿Quién lo entenderá?
Mi mujer, mis hijos, los amigos, mi madre, mis hermanos ¿Cómo se puede asimilar esto? No tengo la culpa, no la tengo. No lo busqué, no lo pedí…sencillamente ocurrió. Me enamoré, ya está…pasó, pasó. Siento el amor más limpio, más puro que he conocido desde que tengo uso de razón. Estar a su lado y notar como me ama es algo tan profundo, tan intenso, tan valioso…me hace sentir  vivo, real, yo. Nunca me había sentido tan yo. Con él  no tengo nada que fingir, nada que esconder…nada. Únicamente soy yo.
Hay están, las luces de la ciudad advirtiéndome que en pocos minutos dejaré de ser yo para volver a ser el padre modelo, el marido que no se involucra, el hijo mayor, el hermano que todo lo soluciona.
No quiero llegar.
Estar a su lado es como una lluvia de estrellas, no dura lo suficiente para poder saciarme. Y me pregunto: ¿He sido así siempre? ¿Me he engañado? Necesito respuestas. Sé que hasta que no las encuentre no cesará este infierno. Pero donde las hallo... ¿dónde están?
Las luces se van acercando, las sombras que me han acompañado durante todo el viaje empiezan a tener silueta, diviso las casas de campo que flanquean la carretera y la higuera del huerto de mi abuelo Antonio. Bueno, más que verla, la intuyo...sé que está ahí.
Si alguien pudiera entenderme, si alguien secundara mi valía, mi corazón, mi honestidad…quizá todo sería distinto.
He cruzado media ciudad y sigue durmiendo, ni las farolas, ni los rótulos de neón parpadeantes pueden con su sueño. Me sonrío, despacio le acaricio la pierna llamando su atención.
- Miguel cariño ve despertándote, ya hemos llegado.
Lo miro abrir los ojos y unos segundos después fija su mirada en mí…
- ¿Ya?
-  Sí
- ¿Te llamo mañana?
- Sabes que sí.
Antes de bajarse del coche acaricia mi mano, sabe que más no puede hacer. Y en voz baja me dice, te amo.
Mis sentidos se quedan con él, todo queda con él…yo solo soy una funda vacía llegando a casa, lloviendo estrellas que se apagan ante mis ojos y mojado hasta la médula de miedo.


*Rocío Pérez Crespo*









UN PUNTO SIN IMPORTANCIA…


Los pasos cortos, desgastados, van chocando con la acera. No tiene ganas de llegar a ninguna parte. Ojalá el mundo dejase de girar y por un momento, todo quedase estrellado contra el núcleo.
Una mañana calurosa más, un día más y una hora más en una vida insulsa y sin gracia. Esos eran los pensamientos de Ana conforme avanzaba hacía su tarea diaria.
El cielo aplomado, en una mezcla sofocante de azul desvaído y plata sin pulir, las calles oliendo como siempre, emanando bochorno y restos de basura. El sol oculto detrás de las nubes,  provocando un sudor pegajoso y una incomodidad que enerva los nervios de Ana.
 Mil coches atascados, como atascados están sus sesos, las mismas caras, los mismos saludos. Aburrida de pensar, de intentar explicarse, de no entender, de nos ser entendida…el colapso cerebral está batallando por reventar o por quedarse allí, dando por culo,  hasta hacerla llorar. No es la primera vez que ocurre.
Y seguirá ocurriendo - se dice Ana-  hasta que tome la determinación valiente, la que tanto cuesta y, salga de esta vida que tú sola te has creado.
Una vida de obligaciones y abnegación que no la satisfacen, que la deja al final de una larga cola esperando su turno: un respiro.  Un jodido respiro que no llega ni  rogando a todos los santos, una vida de amores rotos, frustrados, perdidos y asquerosamente penosos.
Solo ha tenido dos, pero los cuenta como los mayores fracasos de su vida.
“¿Cómo no he podido aprender de los errores pasados?, ¿Cómo he vuelto a caer en la misma rutina pusilánime de nuevo? ¿Por qué soy así? ¿Por qué tengo que ver el mundo con unos ojos distintos? ¿Por qué puñetas siempre voy buscando la perfección?...cuando yo soy la más imperfecta de todos…”
Ama profundamente a su pareja, lo ama como si fuera su propia vida; aunque es consciente de que la relación no va bien. Es consciente de todas las peleas, de todos los líos, de las malas interpretaciones…es consciente de que la culpa a pesar de todo, no puede ser solamente suya, aunque ni el uno en su pasado, ni este en su presente, asumen nada más que echar en cara las taras provocadas por sus actitudes.
La necesidad absoluta que tiene de verlo, de tocar su piel, de besar su boca lo torna todo en oscuridad, en un abstracto de papeles de seda podridos. Necesita todos los días un te quiero, para ella es vital…más no se daba cuenta que después de una bronca no todo el mundo puede comportarse con normalidad. Que a ella se le pase en tres minutos, no implica que al resto del mundo le ocurra lo mismo. Le cuesta entender el rencor, le cuesta  entender la indiferencia, la venganza, el desencanto, la frialdad…porque Ana ama tanto que todos los demonios mundanos quedan sepultados en un hueco muerto.
Pero la vida no funciona con Ana y, el ser humano, en su individualidad es tan complejo como sencillo. Complejo para ser entendido y sencillo para entenderse así mismo.
Ese pensamiento hecho frase: “si me conocieras como soy por dentro, si supieras con certeza como amo, como siento, como necesito, seria la mujer de tu vida” a pesar de ser ecuménico, es una utopía.
Nadie está dispuesto a conocer a nadie…y todos estamos en posición de reprochar el por qué el trato ajeno es muchas veces, tan brutal, tan excéntrico…tan extremo.
Se siente y se sabe una mujer limpia y transparente, algo alocada en sus formas, con una memoria de elefante para unas cosas y una página en blanco para otras, pero con la mente en paz por ser totalmente una persona integra.
Sus pasos siguen  el curso de la calle, se detiene unos segundos delante del estanco un estanco y aunque necesita llenar de nicotinas sus pulmones, piensa que hará a la vuelta y así de paso se da unos minutos más de vida.
“Tengo que dejar de fumar o por lo menos reducir la cantidad. Me duele el pecho…”
Camina por la acera del sol, sus pensamientos vuelan, chocan contra la cordura,  duelen.
Cambia de acera son pensar, sin mirar, sencillamente cambia el rumbo de sus pies.
No le da tiempo a verlo. Nota  un golpe casi hilarante contra su costado, deja de pensar cuando su cuerpo cae sobre el asfalto y con la cabeza rompe el adoquín. Los ojos abiertos apuntan al cielo, a ese cielo sin color. Por la comisura de los labios, de esa boca que tantas veces rió,  que tantas veces le dijo te quiero, se desliza un hilo de sangre. Parece una diosa en una épica batalla, ahí tirada mostrando la fragilidad de su cuerpo y el sentido extraño del destino.  
Rebota en su mirada muerta un último nombre, choca contra sus neuronas y aparece  la última sonrisa en su rostro…


*Rocío Pérez Crespo*











UNA TARDE DE VERANO….



“Creo que en el fondo somos dos perfeccionistas o, acaso, la perfeccionista soy yo, no lo tengo claro del todo”
Iba caminando despacio, al compás del perro, que se paraba en todas partes olfateando y haciendo del parque su reino, se conocía todos los escondrijos donde poder meter la nariz y deleitarse. Otros días esas paradas interminables la ponían histérica  -en lugar de un perro parece que seas una cabra- le decía enfadada –deja ya los matojos de una vez y avanza que así no llegamos a ninguna parte- Pero esa tarde no le dijo nada, tenía su cabeza muy lejos de allí.
Su relación era importante, para ella era importante.
“¿Por qué nos hacemos esto? Supongo que aunque digamos que somos tan diferentes como el día y la noche, me parece que  somos idénticos. ¿Si sé como es, porque no me retengo? Y si sabe como soy ¿Por qué no se retiene el?...parecemos dos entupidos intentando ganar una batalla, cuando lo único que tendríamos que hacer es querernos, entre otras cosas porque cuando aflora la ternura me hace sentir  especial. Sin embargo discutimos hasta agotarnos mentalmente, joder. Ya somos mayorcitos para tanta soplapollez”
Le dio un tirón a la cadena para sacar al perro de un arbusto y cambiar de lugar, aunque se resistía a dejar de oler hizo caso y siguieron el paseo. Todavía hacia calor –este verano va a ser eterno, que ganas tengo de que llegue el frío… ¿tu tienes ganas?- “Luca la miró y siguió a la suyo, nada mejor que un buen césped para retozar y ese que tenia enfrente lo estaba llamando a gritos. Lo dejó hacer…
“Soy visceral, lo reconozco. Soy como una botella de gaseosa cuando se agita, se abre, sale todo y lo que queda es agua dulce, pero también entiendo que todo lo que ha manchado en la explosión hay que limpiarlo y eso va costando un mundo. Porque cada vez los enfados son más largos y cada vez las ganas son menores y estoy cansada de sentirme culpable, de ser una jodida loca que no deja títere con cabeza. Yo tengo mis razones aunque él no las comprenda”
“Y luego viene su frialdad, la odio, odio cuando ya no hay cielos ni te quiero, cuando los buenos días son dichos de manera casi burda por decir un algo…y si analizas la situación en ningún momento hemos tenido tema importante de bronca…son gilipolleces, problemas nimios que se solventarían si fuéramos de otra manera en una conversación casi animada o si yo fuese de otra manera y no tan perfeccionista….pero no, yo ataco como si fuera un espartano y el devuelve como si le fuera en ello la vida”.
- Vamos Luca, que allí tienes más césped y necesitas correr y cansarte. ¡Venga, vamos!...vamos… ¡vamos!..Uf, que cansino eres.
“No pensé enamorarme nunca más, pero ocurrió. Y si enamorarse a los veinte es una revolución, hacerlo a mi edad es casi una locura. Primero porque ya vienes de vuelta de miles de cosas y no toleras ciertos comportamientos, porque sabes donde llevan. Si algo tengo claro, pero además con una claridad meridiana es que lo amo…amo su piel, amo sus manos, su voz, su corazón, su alma…es el hombre de mi vida aún con todos los defectos, incluso esos gestos cuando está más enfadado que una mona, como tuerce la cara a la derecha, altanero...Pero sé que yo no soy la mujer de sus sueños, creerlos es una utopía, nadie puede desear a una visceral como compañera que te monta un pollo por menos que canta un gallo,  eso quizá es lo que me mantiene alerta siempre, lo que me hace reaccionar mal ante pequeñas situaciones, el no tener la seguridad de ser importante en su vida…la impotencia y el ser consciente de ello”.
El sol se estaba poniendo, la noche se auguraba caliente. A Luca se le veía feliz, corriendo de aquí para allá, retozando en el césped o jugando con una perrita lanuda a la que llaman Pepi. Fue hacia él para ponerle la cadena y hacer el regreso a casa, Luca se resistía a dejar su juego, pero ya era la hora de la cena y él  estaría en casa.
“Tengo unas ganas de verlo increíbles, ¿a ver para qué?...como está el patio solo será más frialdad y mas bronca…yo no te entiendo ¿o si?...él no me entiendes ¿o si?, porque yo creo firmemente que nos entendemos a la perfección, pero somos dos cabezotas a los que no le gusta dar su brazo a torcer,  el caso que tendré más de lo mismo. Me encontraré con una cara larga, esos ojos oscuros evitando mirarme y cuatro palabras que se clavaran como dagas, eso me pondrá peor y de nuevo estaremos en la espiral eterna. Pero no puedo evitar las ganas de verlo, joe…ni puedo, ni quiero”
“Me he jurado tantas veces intentar cambiar de actitud…cuando esté así pues pasar de él cuatro pueblos, si quiere ya volverá...sino que se vaya al cuerno…que ironía, porque por mas que lo piense, yo no soy así…ni puedo pasar de él, ni puedo pasar de mi. Cada uno es como es y por mucho juramento e intentos de cambiarme a mi misma, siempre brota la esencia de cada uno. No me perdonaría nunca, que esta relación se fuera al traste por mi culpa….que se que la tengo y es mucha. Es mi inseguridad, es mi miedo, mi impotencia… ¡Dios, son tantas cosas!”
“Lo que daría ahora mismo por un beso suyo, por esas caricias que amortiguan mi miedo, por esos ojos cuando me miran con un deseo infinito, su risa…bendita risa, la adoro.”
- Venga Luca, mañana más…vámonos que es tarde.
Se despidió a los lejos levantando la mano del dueño de Pepi y emprendió el regreso a casa con un paso más decidido…aun con todo, sus pensamientos seguían  mortificándola.
Nunca una sonrisa, nunca un milagro hubiera sido más necesitado que en ese momento…la paz interior que todo ser humano precisa para seguir respirando.


*Rocío Pérez Crespo*








UNA DECISIÓN ABIERTA…



Es una tarde oscura, en realidad como casi todas las tardes. El cielo tiene ese color entre  azul marino y negro claro, una luna mortecina que asoma  entre unas nubes espesas y poco más. He bajado las persianas, prefiero cien veces la luz del flexo que la de las farolas de la plaza, con ese reflejo amarillento que sólo crea sombras.
Estoy sentada en mi sillón favorito, el pobre tiene ya la piel raída de tanto uso. Los píes encima de la mesa, una posición muy personal y en la boca, un trozo de chocolate negro deshaciéndose despacio. No engorda y calma la ansiedad.
Hace una semana que la maquina de escribir, está parada. Un folio impoluto descansa en el carro. Lo he mirado mil veces, lo he sentido dos mil y paso de él un millón.
Me pregunto, para qué escribo. Para quién…y todo me lleva a un mismo punto. Para seguir en tu mundo, para nadie…para mí, para  algunos. Ni idea.
La música sigue sonando, de hecho, me mece, me acaricia, da calor a estas cuatro paredes. A esta soledad que me acompaña desde hace un tiempo, por lo menos rompe el silencio que me cobija.
Es una sensación placentera, creo que de alguna manera he aprendido a ser paciente. ¿Quién me lo iba a decir? Yo, paciente. Aunque mirándolo fríamente, en realidad no es paciencia, es asumir lo que me toca vivir, y amortizar en cierto modo lo que ya he vivido. Y  lo que sé que nunca pasará.
Miro mi pequeña biblioteca, mi gran tesoro.
Mil libros, mil vidas, mil muertes…dolores, desamores, angustias, amor. Mucho amor. Entre ellos los cuatro míos…
Crecí leyendo, casi se podía decir que era mi juego favorito. A los quince años ya me había leído todas las aventuras de Los cinco, Los siete secretos, las obras completas de Ághata Christie, La historia interminable y La chica del adiós. Éste último, según mi madre no era muy conveniente, pero me lo leí. Sin contar a Zipi y Zape y los cuentos de princesas. Luego llegó la lectura obligada del instituto, alguno de aquellos libros me aburrió el alma hasta casi matarme. Pero otros, otros sacaron lo mejor que llevaba dentro. Mi gusto por escribir.
 Así qué,  se puede decir que soy una consumidora de letras. Una adicta total.
A veces pienso que crecer así no ha sido muy positivo. Nunca me ha pasado nada de lo que cuentan los libros. Entiendo que son historias que salen de las neuras de un escritor y jamás han sido vividas en primera persona. Por lo menos las mías. Son sólo, deseos.  Por lo tanto la inclinación a estrellarme en el mundo real, ha sido mucho más autentica que los que crecieron con su muñeca y sus ganas inmensas de ser iguales que mamá.
Donde me muevo no existe el amor sin complejos, ni las locuras desmedidas…no hay Dartañanes, ni Condes de Monte Cristos, ni Romeos. Sólo somos un puñado de almas intentado rescatarnos en nuestro  propio individualismo de esa dualidad que nos sustenta. Es una especie de guerra entre lo que respiramos y lo que anhelamos.
Nadie para un tren a caballo (moto), sin importar si es lunes o miércoles, ni cruza el coche en la autovía para parar el autobús donde va su chica, para decirle…no te vayas, quédate para siempre.
¡Cuesta decir tanto las cosas! ¡Cuesta hacerlas tanto! que producimos de lo ordinario, miserias. Cuando lo que tiene valía, es expresar todo un sentimiento, sin peros…sin miedos, con valentías. Arriesgando, sacándole el jugo a la vida…
Es tan complicado,  que tenemos que recurrir a historias contadas para respirar y sentir que eres la diosa, el amor de una vida, la huella que nunca se borrará en el corazón de vete tú a saber quién.
En consecuencia, no hay ramos de flores por sorpresa, ni aparece bajo el dintel de tu puerta el chico soñado con tal halo de magia que se te espatarran los ojos, sí, espatarran, que es mejor y más intenso que decir se te abren como soles.
Nadie comente locuras. Todo es milimétricamente medido, pensado, calibrado...agónico.
Tú teléfono no suena…nadie se acuerda de ti. No existes, no estás.
No quiero ser causa y efecto de llenar de mariposas los sesos de nadie.
¿Para qué quiero escribir si sé que lo que cuente nunca pasará? ¡Mírate anda! ¿Para qué quiero dar esperanzas?... Porque la esperanza es una via sana y mucha gente que te lee es capaz de sentir en tus letras aquello que tú añoras tanto.
Dales esa oportunidad, como te la dieron y te la siguen dando  tantos otros escritores que posiblemente estén como tú...con los pies sobre una mesa y pensando que su vida no tiene duende, ni calidez, ni tan siquiera compañía y mucho menos fascinación. Proporcionales ese abrigo, ese sustento…hazlo. No te rindas. No dejes que tu absoluta realidad transforme un ápice  las quimeras de los demás.
Pero va a ser que no…no volveré a escribir. A fin de cuentas estos pensamientos son recurrentes. Hay que tomar la decisión de una buena vez.
La música sigue sonando, preciosa melodía que me encierra en mi propia esencia y me libera del resto.
Ya no me queda chocolate. En un acto de rendición sacó el folio del carro, lo arrugo y lo tiro a la papelera, aparto la maquina de escribir. Bajo los pies de la mesa…y me digo; niña,  un café con leche no estaría nada mal y de paso trae los folios del salón, anda chata.


*Rocío Pérez Crespo*




 
TELARAÑAS…



- Me sucumbe tú sensibilidad, las formas claras que sostienes. La mirada altiva, y sin embargo cargada de humildad. La ilusión del niño que llevas dentro, la pugna para no perderlo…es asombrosa.
Levanta los ojos y me mira con fijeza.
- No sé si estás hablando en serio o en broma –dice con voz meliflua-
Yo estoy sentada en el viejo sillón de cretona cerca del balcón, las cortinas están descorridas dejando paso a la luz de la mañana. Una mañana fría y destemplada de éste mes de diciembre. Los árboles los veo opacos, si brillo. Siempre me pregunto ¿por qué todo pierde encanto? Cada estación trae consigo bellezas, pero hace un tiempo que he dejado de contemplarlas, sólo distingo colores pardos.
He encendido un cigarro, sé que no le gusta que fume y mucho menos que lo haga en su casa, pero no dice nada… dejo un espacio abierto entre él y yo.
- Estoy destrozado y no entiendo nada. Antes de ayer decía que me quería y ayer hizo las maletas ¿y tú me vienes con ojos y pugnas? Eres mi amiga, ayúdame a entender y déjate de gilipolleces ¡joder!
Se ha levantado de golpe ante mi silencio, se acerca al mueble del fondo del salón y abre una de sus puertas, saca dos vasos y desde lejos me indica si quiero…digo sí con la cabeza y llena sendos vasos con güisqui.
- Dime ¿Cuándo piensas dejar  que Peter Pan  regrese a los mundos de nunca jamás? ¿Cuándo te vas a dar cuenta que no haces las cosas bien?
- Yo me doy cuenta de todo, Carla, de todo. Toma, no tengo hielo –me alarga el vaso-
Espero que tome de nuevo asiento, está frustrado, hecho una verdadera pena. La camisa por fuera del pantalón, el pelo hecho una maraña de tanto mesarlo con las manos.  Pero él, y sólo él se lo ha buscado, aunque no sea capaz de darse cuenta.
Se bebe medio de vaso de un trago y se queda fijo en un punto de mis zapatos, o eso creo.
- No puede hacerme esto, Carla. Todo iba bien, no pasaba un día sin que me dijese diez veces lo mucho que me quería, hace tres noches hicimos el amor…es increíble. Y de pronto, se va. De pronto hace las maletas y me dice que se va y, se ha ido para siempre. ¿Y yo soy el culpable?
- Pero tú me has confesado que nunca llegaste a estar enamorado de ella. Que sabias que era la mejor mujer que Dios te había puesto delante, pero no llegabas a sentir por ella lo que habías sentido por otras. Nunca te enamoraste de Mamen y, se lo decías. Isaac…ella lo sabía. Ella sabía que no estabas enamorado y se mantuvo a tu lado por lo mucho que sentía por ti. Pero creo que si sumas a esa información tus devaneos con otras mujeres…te sale la suma clara, sin decimales –tomé un sorbo de güisqui, lo noté áspero, casi agónico. Carraspeé para aclararme la garganta antes de formular la pregunta- ¿Qué has hecho esta vez?
- Nada. Bueno…algo ¡joder!
Se ha cubierto la cara con las manos. De alguna manera intenta esconder su pecado.
Yo no he hablado con Mamen, pero me resulta extraño que se marchara sin decir adiós. Conozco los sentimientos de esa mujer ante el despojo que tengo delante. Es amor; lo ha amado, lo ama y creo que lo amará toda su vida.
La mañana se presenta larga, acomodo mi cuerpo de nuevo poniendo los pies encima del brazo del sillón. Un haz de sol se filtra por los cristales dando de lleno en la alfombra. Me  quedo mirando las pequeñas motas de polvo que brillan como estrellas y, preguntándome por qué el amor es tan complicado.
Cuando te aman, tú no amas…cuando tú no quieres, el quiere. Vaya despropósito de vida, de gentes y de estupideces. Somos realmente una pandilla de tarados. Pero los sentimientos son así, no existe una pastilla que al tomarla haga crecer el cariño por una persona. Es algo que nace, que surge…que no se puede moldear a capricho.
Acerco el vaso a mi boca y tomo otro trago.
- ¿Qué has hecho esta vez?
Repito la pregunta y suena como una losa en los oídos de Isaac. Odia que lo conozca tanto, odia no poder mentirme. Odia no tener excusa…
- Fue hace dos semanas.  Al salir del trabajo pasé por el bar de Lolo, ella estaba en la barra. Nos pusimos a charlar, bebimos…no me mires así por Dios Carla.
Sé lo que va a llegar en esa historia que está empezando a desvelar. Lo miro así porque no entiendo que tenga la osadía de decir que no sabe por qué se ha ido Carla. Si me estuviese permitido, le daría dos bofetadas…pero no soy su madre, sólo soy su mejor amiga y como tal me toca escuchar, consolar en la medida que pueda y aceptar que es así.
- Sigue, no hagas caso de mis ojos…cuéntame.
- Bebimos, sé que eso no es excusa, pero te  cuento lo que pasó. Terminamos follando en el hostal que hay dos manzanas más abajo.
- ¿y?
- Cuando llegué a casa le dije a Mamen que se había complicado la tarde en la oficina, que había tenido que pasar por varios clientes.
- ¿entonces?
- Entonces… es que quedé con ella otra vez. Es sólo sexo, Carla. Yo quiero a Mamen.
- ¿Y si quieres a Mamen, por qué follas con la primera tía que se te pone delante?
- Creo que es inseguridad. No lo sé…no tengo ni idea. Te puedo decir que cuando me miran las mujeres, me gusta y, si me proponen o me insinúan no sé decir que no. Me gusta follar por follar… ¿lo entiendes? Al margen de los sentimientos.
- No, no lo entiendo, pero no creo que eso importe mucho. Quiero decir que no es a mí a quien tienes que convencer.
- Quiero que vuelva…la quiero. Quiero a Mamen, Carla.
- ¿Cómo se entero Mamen?
- Se lo dije yo.
Lo miro a la cara. No puedo decirle lo que pienso, porque si lo hago lo mato de un infarto. Las ganas de gritarle se hacen inmensas, forman un nudo en mi estómago…valiente cretino. Me bebo de golpe lo que queda de liquido, entra caliente, quemando, noto como se desliza por la traquea.
- ¿Quieres otro? –Me pregunta mirando mi vaso vacío- yo me voy a servir uno doble.
- Sí, rellénamelo.
Se levanta. No entiendo al ser humano. Primero golpeas, rompes hasta lo más sagrado a puñetazos y después te lamentas.
Yo tenía que estar acostada, es domingo, el único día que tengo para hacer el vago. Sin embargo aquí estoy, escuchando a un cantamañanas en sus gimoteos y bebiendo güisqui sin hielo para anestesiar las neuronas. No he podido decirle que no cuando ha llamado llorando a las ocho y media. Con lo fácil que se supone que tiene que ser decir no. Pues no, es si. Es sí siempre, es sí cuando no quieres, cuando no te apetece, cuando no soportas…si, si, si, si.
Desvío mis pensamientos. Lo hecho, hecho está.
- ¿Me dices que hago para recuperar a Mamen? ¡Vamos Carla!
- No tengo ni idea. Llámala, habla con ella, no la presiones. Dale su tiempo, ella te ama, creo que si haces por ganártela, pero de corazón y con el firme propósito de no cagarla de nuevo, igual vuelve contigo.
- ¿Y si me dice que no? quedaré expuesto.
Encima cobarde…
- El no ya lo tienes Isaac…ve mejor a por el sí. Gánate ese sí.
- Creo que no es mala idea…eso haré.
Suena un teléfono. Miro a ver si es el mío, tenemos la fea costumbre de poner todos los amigos la misma sintonía. Otra estupidez.  Es el de Isaac.
Está hablando en voz baja, es una conversación que no debe  importarme, así qué me meto de nuevo en mis contemplaciones.
En un principio me mantengo así, expuesta ante esos cristales que dejan ver un parque, un cielo y miles de vidas deambulando de aquí para allá. Así es la ciudad, una marea de pensamientos que no se pueden reflejar. Si pudiera escucharlos todos, seria una locura sin coherencia.
 La voz de Isaac me llega nítida, no habla fuerte, pero en el silencio puedo entender que está diciendo.
- No te preocupes belleza, que esta tarde en el hostal te follo enterita, no va a quedar un trocito de ese pedazo de cuerpo sin lamer…
Dejo el vaso encima de la mesa de centro. De pie, espero que termine de hablar. Se ha dado cuenta que lo he escuchado. Se despide precipitadamente y viene a mí con cara de cordero "degollao". Sólo me salen unas pocas palabras.
- Si llamas a Mamen y vuelve contigo, ya me ocuparé yo que marche de nuevo de tu lado. Eres un miserable, cretino, enfermo y subnormal.
No se atreve a contestarme.
El portazo que doy al cerrar la puerta me acompaña hasta mi casa…


*Rocío Pérez Crespo*




NEREA…



El día que yo nací,  se habían agotado las alas de ángeles. Dijeron que  esa misma tarde  las despensas se repondrían nuevamente.  Y además llegarían  desde más arriba con unos colores fascinantes, unos nuevos diseños que iban a causar autentico furor.  Pero por desgracia, mi turno había pasado y no me estaba permitido quedarme a esperar el pedido.
No quedaba más remedio que dejarme caer a la tierra de golpe.
Así qué, viendo mi cara de interrogación, más que nada por la gran castaña que me esperaba en el aterrizaje,  me pegaron dos alas de una paloma que pasaba por allí un algo famélica y aburrida, con unas cuantas grapas que hacían cosquillas, convirtiendo mi expresión en una eterna sonrisa…tiene poca gracia, pero es así.
Cómo no tenían la suficiente capacidad para soportar la gravedad de la caída, mi llegada a este mundo fue como poco sorpresiva. Destrocé un seat seiscientos y me dejé los dientes en el parabrisas. Pero seguí viva. .
Bueno, pues ya está, no soy un ángel.
Pero…
Aquellas alas de paloma pasajera, se fueron  fusionando a mi espalda y empezaron a crecer conmigo. Vista de perfil no doy la talla, pero si lo haces de frente verás que asoman por los flancos blancas y relucientes, con menos plumaje y muchísima menos envergadura que la de los ángeles, eso sí, pero eficaces. Pues me permiten volar de los sueños a la realidad con mágicas gotas de diamantes.
Y tengo la percepción  qué, quien es capaz de hacer eso tiene el valor de los dos mundos. Sin quedarse en ninguno de ellos y recogiendo a su vez lo genuino.
Soy terrestre con un anexo integrado y, aunque mi alma es transparente, mi cuerpo sigue siendo opaco.
Casi tengo que dar las gracias de nacer aquel día, donde las despensas quedaron hueras…porque francamente, tanto ángel danzando en armonía, deja la especie desolada de sus propias raíces naturales.
¡Bendito sea Dios! Tanta inmaculada volando aturde los sentidos hasta la extenuación.
No quiero ser perfecta, no quiero, ni tan siquiera me lo permito. Ni participar sólo en celebridades, en esos campos otoñales donde se reúnen en cuartel a contarse sus azares. Vanidades que aportan a sus alas  más plumas de seguridades. No. Me gusta la sencillez. Me gusta entender que cada ser humano es un compendio de maravillas en la complejidad que lo porta y  prefiero mil veces compartir contigo lo poco o lo mucho que me mantiene en un refugio de invierno nevado y caliente, sin subir un solo peldaño para mirar tu frente, que quedarme rezagada en el aleteo de las proezas y las ganancias. Saber que ante las palabras, siempre queda un hueco para retractarse. Porque lo humano es contradictorio en todos sus caudales. Y que nadie peca de embustero por decir mañana quiero y llegado el mañana dejar de quererlo.
Que los verdes son enormes e impactantes, y es, una gama amplia como amplios son los horizontes. No solo hay un tono, no solo hay una idea, no solo hay una verdad…no solo hay ángeles. No todo es concordia y razón, hermosura y beldad…también está la cara menos amable y de ella nos nutrimos todos. Únicamente que unos pocos, lo asumimos.
Soy una imperfección que respira perfectamente imperfecta y aunque sea redundante tiene su explicación, párate un segundo y si me ves…darás con ella.
Quedamos unos cuantos repartidos por el orbe que llegamos tarde a esas sublimes postulaciones…
Yo me llamo Nerea… ¿Cuál es tu nombre?



                                                        *Rocío Pérez Crespo*


CRÓNICAS DE UN CORAZÓN

Os empezaré diciendo que soy un corazón de lo más normal, pertenezco al sistema circulatorio de mi propietaria, y estoy formado por dos aurículas y dos ventrículos, también tengo venas y todo eso, pero esto no viene a cuento. Soy un órgano musculoso y cónico, con la única función de bombear sangre a todo su cuerpo, nada más. Aunque la “petarda” esta que es mi dueña, me achaque sus sentimientos. Si alguien tiene que acarrear con las culpas de amores y desamores, es la masa esa grisácea  que tiene metida en su cabeza y parece, a todas luces, que usa poco. Y claro como al otro le va muy bien, pues calladito que está mas guapo…
Bueno, como estoy cansado de escucharla decir cosas como: lo quiero con el corazón, me está matando este pobre corazón, daría mi corazón por él (el ya tiene el suyo, que no te enteras)   y todos los adjetivos que queráis aplicar, que según tengo entendido son muchos y variados… ¡ah! Y uno que me encanta oye: escribo con el corazón. Y una porra. Tu escribes con los dedos de tus manos mediante una orden nerviosa que te envia junto con el dictado  ese puñetero que se cree el  rey del mambo,  que se lava las manos como Pilatos y se hace llamar cerebro… ¡traidor! Eso es lo que es...un cochino traidor que deja a expensas de esta tarada, que yo cargue con todas las culpas, ea. Y me pone en unos aprietos de tres pares.
El otro día le pregunté al hígado: ¿tú crees que es normal que esté llorando como una Magdala y me esté culpando  a mí de una decisión que ha tomado ella?...es desesperante.
¡Claro! El otro con esa cara cetrina que tiene me miró y me dijo con voz ronca, “a mi déjame en paz que estoy intentando digerir el litro de café que se ha metido entre pecho y espalda y ni se te ocurra preguntarlo a los pulmones, que están que echan chispas desde bien temprano con ella…así que haz tu trabajo y no reniegues más”.
Bueno, pues como aquí dentro nadie me hace ni el más mínimo caso y si decido ponerme en huelga, los dejo  a todos secos…he tomado la decisión de sacar una pancarta, (por cierto que me ha costado un huevo hacerla  ya que por estos lares no existe el lápiz y el papel. Pero me las he apañado con un poco de sangre y la ayuda impagable de los ojos, que se han prestado a ayudarme por miedo a quedarse huecos de tanto llorar. Los pobres, con esta mujer, trabajan a tiempo completo y eso no está pagado)
Por cierto, que no tenemos sindicato, que esa es otra.
Bueno a lo que voy…que con la colaboración de las retinas y el vítreo proyectados sobre esa pantalla de ordenador donde escribe, según ellos (a ver si es capaz de verlo, ruego a Dios que sí) dejo mis quejas.
Primero: Yo no soy el culpable de que ames a ese hombre y no tengas ni pajolera idea si te ama o no, se lo preguntas y listo ¿vale?…si estas haciendo la idiota o no, tampoco lo sé, y si  la vida es verde o de colores,  negra, roja o mate…no es mi trabajo.
Segundo: No soy el culpable de que no te salgan las rimas, ni que no lleguen las musas, ni de nada relacionado con esas historias. Eso es ajeno a mi función.
Tercero: No soy el culpable de que llores, ni de que rías, ni de que te sientas plena… que no. No es mi competencia.
Cuarto: Yo no me rompo por amores, ni muero, ni me zurcen, ni nada por el estilo. Lo más probable es que me infarte y sea gracias a ti por el stress al que me sometes.
Quinto y último con recomendación añadida: No soy el culpable absolutamente de nada, nada más de hacer que sigas viva. Por lo tanto, te pediría por favor, que a partir de ahora tus reclamos los hagas al todopoderoso que vive en tu cabeza. Ese que se peina con raya al medio y viste de gris. Yo ya tengo muchas canciones dedicadas y más desdichas que dichas. Ahora le toca el turno a él. Mira: ponle música…lalalarala  este cerebro que se muere de celos por tu amor… ¿a que suena bonito?
Y de paso le dices que nos tiene a todos trabajando como locos por esos impulsos que te manda…que se corte un poco, o al final conseguirá que nos pongamos en huelga por saturación y creo que eso le va gustar poco…¿te queda claro, chata?



Atentamente y esperando que tu día sea espléndido….tu corazón.


                                                     *Rocío Pérez Crespo*




CIEN TONOS DE VERDE Y UN NEGRO GLOBAL…





Sabía que este día tenía que llegar, y aún con la sensación en los huesos que me ha acompañado tantos años,  no me he preparado para ello. Han sido décadas oscuras, horas largas, noches cerradas, frío en la calavera; donde los verdes se perdieron en la ingenuidad de un progreso que lejos de hacernos más humanos, nos convirtió en despojos sin alma. Echo tanto de menos un beso, el contacto físico, mi pluma, mis versos…a María. Mi dulce niña de ojos esperanza, de piel blanca, de labios amorosos…
Estos años han sido para mis dolorosos de profundidad, de raíz. Han pesado como losas.
Ocultando, para salvar la vida, mis sentimientos. Soy un cobarde, lo tengo asumido. Y en esta casa infame, donde resguardo mis pensamientos, todo está cubierto de polvo y necedad, al igual que yo.
Voy a escribir en estos papeles, que guardo debajo del colchón por miedo a ser descubiertos, lo que ocurrió hace ahora cuarenta años y, después, cuando llegue a su fin, segaré mi vida con el único propósito de reivindicar que todavía me queda en las venas un poco de dignidad.
Posiblemente muera conmigo el último romántico o quizá sirva para alzar en rebelión,  a los que como yo, mueren en un rincón llenos de mugre.
El mundo necesita  volver a creer en los sueños…


Rondaba el año dos mil doce, yo tenía por entonces treinta años, ilusiones, esperanzas y una novia preciosa. Trabajaba como ingeniero informático en una multinacional, ganaba muy buen sueldo. Poseía coche, visa, tablet, iphone última generación  y un apartamento en el centro de la ciudad. Planes, muchos planes, entre ellos vivir con María.
Pertenecía a una familia de clase media, amantes de la poesía y del propio amor. Recuerdo a mi padre, sentado en su sillón de piel, leyendo a Salinas en voz alta. Le cambiaba la cara. El tono de su voz, cuando paseaba por sus versos, se tornaba dulce y sonoro  a causa de  esas sensaciones que alimentaban su mente y  alma. Su favorito: “Amor creciente”,  comentaba lleno de satisfacción, que cada vez que lo leía, podía sentir en su piel la sensación de plenitud, de pálpito, de vida,  de ese gran lírico.
Con todos estos años a mi espalda, lo recuerdo palabra por palabra. Con la misma veracidad que el semblante de María…y, una suavidad inusual recorre mi corazón.


Te quiero más, cada día en creciente más,
Eres el cariño fiel a mí amor,
De tu belleza nace el sentimiento
Puro y sin doblez, de un bautismo
Que enamora y, creciendo…

Hago en mis manos, entre mis dedos,
Caricias tornadas imaginarias, igual que sentidas,
Materia prima extraída de un interior que te pertenece
Dulce caramelo pegado a mis sentidos…

Eres mi virginidad hecha mujer,
Lo sagrado en presente, colmado estoy,
Tan prohibido por añorado, en un futuro por venir,
Pesadas lágrimas cargadas del sentimiento de lo incierto…

Te quiero más, cada día en creciente más,
Lucho defendiendo esas venas que me prestas,
En este amor que es tuyo, noble impoluto de corazón
Vida gratamente adormecida a tus encantos…

Fiel cariño de un amor presente y doblado…


Me iniciaron desde pequeño en el mundo de las letras y poco a poco, me fui enamorando de ellas. Así qué, combinaba mi trabajo con mi vocación de poeta.
La primera estrofa  que escribí la dediqué a mi madre, a esa mujer hermosa que todo lo hacia con un beso y, todo lo remediaba con un abrazo. La segunda y sucesivas a María, mi novia. No pasa un día que no la invoque, que no me acuerde de ella.
Comenzaba el mes de febrero, los escaparates de las tiendas se empezaron a llenar de corazones rojos, de cupidos colgantes, de bombones, de flores. Todo el proceso necesario para el día de San Valentín. Día, que sin dejar de ser un invento comercial, los enamorados intercambiaban  sus regalos.
Nada hacia sospechar lo que se avecinaba.
La madrugada del día trece de febrero, me despertó un estruendo. Salté de la cama sin saber muy bien hacía donde tenia que dirigirme. Estaba medio dormido. Una luz intensa, azul,  atravesó los ventanales de mi cuarto.  Abrí la ventana para ver que era aquello que me había sacado del sueño con tanta precipitación y ahora me cegaba. Había gente en todas las viviendas mirando con caras aturdidas para todos lados…
En la calle se había desplegado una cantidad exorbitante de personas, custodiando una especie de tanques militares, aunque mucho más moderno. Creo que fue una asociación que hice entre lo que conocía y lo que no. Aquel despliegue  llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Estaban por todas partes. Vestían  de igual manera.  Pantalón y guerrera  negros, guantes rojos y un casco que impedía ver quien había debajo.
No entendía nada, no comprendía nada y mucho menos asimilaba. De hecho, me froté los ojos,  pensado, que era un sueño.
De pronto, una voz metálica dio la orden de disparar. De aquellos tanques o lo que fuesen, un resonancia molesta hizo reventar todos los cristales,  los escaparates,  su interior comenzó a arder. Aquellas tropas empezaron a destruir todo aquello que tenia algún valor sentimental o era símbolo de amor.
Las gentes gritaban desde sus ventanas y balcones, sin atreverse como yo a bajar a la calle.
Uno de esos uniformados, lanzo una ráfaga de esas resonancias y de un plumazo eliminó el edificio adyacente al mío.
El miedo se apoderó de mí…
Estaban destrozando la ciudad y matando sin mirar a quien.
Eso duró escasamente unos minutos o toda la noche, en realidad no puedo atestiguar cuanto tiempo pasó.
Me recuerdo petrificado. No podía moverme, algo me tenía sujeto al suelo, un sudor helado empezó a mojar mi frente. María, mis padres… ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo aquello?
Veía como mi mundo se desintegraba antes mis narices, de cerca y de lejos,  como mis vecinos morían volatilizados entre una nube de polvo rojizo y un eco que  reventaba los tímpanos. Cómo la voces que gritaban preguntado que ocurría, era acalladas sin más miramientos, sin pensar a quien se llevaban por delante, mujeres, niños, ancianos…todo se convertía en cenizas, en algo evanescente que olía a pelo quemado. A vacío…a muerte.
Y muerte fue lo que contemplé…
Como he apuntado anteriormente, no sé cuanto tiempo duró aquello. Pero rozando el alba, la misma voz metálica que había dado la señal de disparar los tanques, nos ordenó que bajásemos a la calle como personas civilizadas. Sin hacer ruido, sin hablar y sin perder ni un solo segundo. Ya.
Obedecí.
Cuando alcancé la calle, en cada portal se había apostado quince uniformados. Sin mediar palabra, a empujones, nos dispusieron en una especie de vagones y nos llevaron a todos a las afueras de la ciudad. Buscaba a mi novia y a mis padres, desesperadamente, pero no hallé nada. Sólo caras contraídas por el miedo y la incertidumbre.
Nos ubicaron como animales en unos vallados de más de cuatro metros de altura y sin decir nada, nos dejaron allí dos días. Sin comida, sin bebida, a nuestra suerte.
De fondo se escuchaba destrucción y hasta nuestras retinas llegaban unas humaredas inmensas. Nos decíamos a nosotros mismos que estaban quemando la ciudad.
A las setenta y dos horas de estar allí, o eso creo yo. La misma voz metálica, impersonal y siniestra, se dejó escuchar por los altavoces que teníamos colocados en la parte alta de las vallas.
Fuimos informados de lo que había pasado y lo que iba a pasar.
Todo aquello que representa a Eros ha sido destruido.
Por no respetar el amor, por no respetar la vida, por no respetar los sentimientos…por ser ególatras, personas sin corazón, ni piedad, por ser individualistas, por no mirar por el colectivo…por ser escaparates, por haber perdido lo que os diferenciaba de los animales. Queda prohibido para los terrestres el sentimiento más puro que os ha otorgado la vida.
Por esperar que todo os fuera dado sin exponeros, por reíros de lo que el universo os otorgó, por llamar moñas, cursis, pavos, pavas a todos aquellos que han dejado reflejado lo que sentían…queda prohibido para los terrestres, sentir amor o expresar amor.
Por no saber apreciar todo cuando os fue entregado por vuestro ancestros...queda prohibido cualquier libro que hable de sentimientos, si se encuentra uno entre algunos de vosotros, seréis ejecutados con la pertenecía. No sois dignos de ellos.
Cualquier poeta, enamorado o romántico será fusilado sin contemplaciones. Por ser los motores de las sensaciones placenteras. El planeta tierra no tiene derecho a soñar, ni a ilusionarse, ni a tener esperanzas y, mucho menos poseer líricos…se os condena a una vida meramente material porque así lo habéis  pedido.

Los corazones se cerraron…las palabras se callaron.
Mis padres y María murieron esa noche ejecutados por una ráfaga de resonancia que los volatilizó y los convirtió en aire. Supongo que gritaron.
 Desaparecieron muchos inocentes, pero nos quedamos la mayoría y, entre esa mayoría, un puñado de poetas que nos enclaustramos bajo una capa espesa de porquería y oro para que nuestros pensamientos no fuesen  leídos.
Nadie sabe con exactitud de donde salieron esas tropas, nadie sabe por qué cualquier atisbo de sentimiento es fulminado de raíz, con una muerte inminente. Pero así llevamos cuarenta años.
Nadie besa, nadie abraza, no existe el contacto carnal…el mundo se ha hecho viejo. Si esto no cambia será nuestra extinción.
No nacen niños a no ser que sea por probeta y con licencia, lo cierto y verdadero que esta vida se ha convertido en un horror decadente.
Ojalá éstas letras sirvan para que alguien tome la iniciativa y nos devuelvan aquello que nosotros mismos pedimos a gritos que nos quitasen.
El mundo necesita esperanza…que vuelvan los enamorados, que los hombres no tengan miedo al rechazo, que vuelvan a decir “te amo” y que esas palabras no se dispongan en su contra. Cuando un hombre ame a una mujer se lo diga abiertamente, pronunciando su nombre, sin ambigüedades, sin caminos estrechos, con todos los versos necesarios,  con todo el poder de su palabra. Supongo que si nacen de la sinceridad serán atendidas al igual que fueron atendidas las otras.
Que llegue como una lluvia fresca, los cien tonos verdes y el rojo más intenso que enciende los corazones…y ésta nube negra que cubre el orbe, se marche para dejar que los azules de antaño luzcan con todo su esplendor.
He cortado mis venas. Necesito ver de nuevo la cara de María, acurrucarme sobre su pecho y decirle en un grito que me salga de las tripas y llegue hasta el último recodo de esta tierra, sin miedos…te amo.


*Rocío Pérez Crespo*
El poema que aparece en el relato es de: José Manuel Salinas.




UTOPÍA O REALIDAD...


Subida al carro de las mil preguntas, sólo precisaba una respuesta. Una solo.
La mañana se presentaba luminosa, azul y calida, cuatro nubes con aspecto de algodón parecía suspendidas casi como un adorno, en ese cielo celeste limpio. El sol brillaba con fuerza.  Olía a primavera, a brotes verdes tempranos, a amapolas, a cambio de estación, a movimiento, a futuro…
Las cubría un toldo amarillo y blanco en esa terracita, acogedora, de la plaza mayor.
Ana estaba agitada y esa inquietud  nada tenia que ver con el paisaje que tenía delante, ni con las expectativas de unas vacaciones al lugar de sus sueños. Egipto. Acompañada de Luisa y de un café con leche bien caliente, desplegaba sus sentimientos al compás que comía una tostada de pan con aceite y manzanas asadas.
- Son mis sentimientos y, sean recíprocos o no, siguen siendo míos. Tengo derecho a expresarme.
- Nadie te dice que no lo hagas, Ana. Pero…me parece una exposición estúpida donde vas a quedar, cómo poco, tocada de más. Tienes que estar segura para dar ese paso. Esto no es echar la quiniela, aquí se habla de estar enamorada y, eso cuando no es correspondido, por más madurez, por más derechos…jode.
- ¿Pero por qué me tiene que pasar esto? ¡Con lo bien que estaba! Tranquila, en paz conmigo misma. Sola…en paz.
- Porque estabas predispuesta.
- De eso nada.
- De eso todo, en el fondo estabas predispuesta a enamorarte. Por más puertas con llave, más cofres en el fondo del mar y mas historias de corazas y heroínas, tú, querida mía, necesitabas enamorarte.
- ¡Tengo una suerte que me rompo, coño!
Las dos eran divorciadas. Luisa tenía su vida rehecha desde el año pasado. Cuando Amadeo, un hombre un algo mayor que ella se cruzó en su camino y el destino jugó a su favor. Sin embargo para  Ana el divorcio le había dejado secuelas. Aún siendo de mutuo acuerdo dentro de la más profunda cordialidad y respeto,  ese proceso la había dejado con demasiados miedos.
Después de veinte años de matrimonio, enfrentar que una parte considerable había sido un desperdicio de tiempo y sentimiento, de lucha, de reclamo, era un despropósito. Ahora no sabía enfrentar una nueva relación. Ni tan siquiera sabía enfrentar sus sentimientos. Era puro pavor. Era consciente que quería a ese hombre, estaba sumergida en un mar de dudas respectos a sus sentimientos por ella. Era todo barro y figuras chinescas. Nada era real y, con todo eso llegaban los mismos planteamientos: ¿Y si todo es lo mismo? Los primeros meses de lindezas y, después ¿qué? ¿Qué le podía ofrecer? ¿Qué podía ofrecer ella?
Estaba apartada de la vida social, de cenas, salidas y entradas. El acercamiento de cualquier hombre le producía una abrumación fuera de lugar. No quería nada con nadie. Y de pronto, una noche, vio unos ojos y se quedó prendida de ellos. Pero de unos ojos que hasta el momento no le habían devuelto la mirada. Ana era un fantasma.
Dudas, confusión, estados de alerta…más confusión.
- Estás enamorada, Ana, eso no es pecado, alégrate por ello. Estás viva, estás estupenda y tu corazón siente. No tienes que sentir vergüenza…-apostillaba Luisa con la boca llena de pan-.
- Si, tienes razón. Pero estar enamorada de alguien que no sabe que existes es una putada. Me deja vulnerable, pienso que estoy haciendo la tonta. Pensará  de mí que soy imbécil. Me quedo mirándolo como si fuera una tarada y, no puedo evitarlo. Esa es la vergüenza…
- ¡Uf! ¿Ves?...me estás dando la razón. Con esas ideas no puedes ir y decirle lo que sientes por él.
- Lo sé, pero si lo hago y me dice que no, pues ya está, una cosa menos. Dejaré de una vez está maldita zozobra para respirar en paz de nuevo, me olvidaré que existe.
- ¿Y si te dice que sí? ¿Qué harás?
- Morirme de miedo.
- ¿Me lo explicas?
- Pues por un lado me sentiré pletórica, eso es normal. Pero por el otro me preguntaré miles de cosas. Ya sé que para ti no tienen sentido, pero para mí es algo fundamental saber el paso siguiente, soy así, no puedo evitarlo.
Mira: no necesito a nadie que me alimente, ni que me de nada, únicamente pido amor. ¿Y cuánto puede durar eso? ¿Un mes, tres meses, un año? Yo no quiero un hombre para lavarle los calzoncillos y hacer el amor una vez a la semana. Quiero un compañero en mi vida, en mi vida, no en mi cama. No quiero volver a sentirme recipiente. Tengo la mala suerte que cuando me enamoro lo hago hasta las trancas… ¿pero y él? Eso me asusta muchísimo. Volver a vivir lo ya vivido no es un plato que busque. No me gusta esa ingesta.
- Acaso ¿eres de las que sueñan con el amor eterno? ¡Por Dios, Ana, espabila! Obsérvame a mí con Armando. Muchas veces tienes que acoplarte más a la compañía con cierta ternura que a ese amor del que tú me hablas. Tenemos una edad y creo que envejecer solos no es lo conveniente.
- ¿Ternura? Joder.
- Ni joder ni porras…sí, ternura, cariño y una pizca de gusto. A mi Amadeo me gusta, me siento bien con él, lo adoro, me ofrece todo aquello que se me negó… ¿pero enamorada? No, Ana, eso no existe.
- Entonces… ¿Qué me estás hablando de vergüenza y de que estoy enamorada? –preguntó Ana un poco alterada mientras encendía un cigarrillo.-
- A nuestra edad no pensaba en ese enamoramiento del que me hablas. Eso está bien para los quiceañeros, no para nosotras. Eso ya lo vivimos hace eones ¿y de que nos ha servido? De nada. El amor en sí, se pierde con la rutina. Esos amores no existen, nena, no existen.
- Pues si no existe como dices, prefiero quedarme como estoy. Me olvidaré de ese hombre para siempre desde ya. Porque lo que no pienso hacer es compartir mi vida con un sucedáneo.
- Amadeo no es un sucedáneo, joer Ana.
- Ni tampoco chocolate puro… ¿cierto?
- No, no es chocolate puro, pero míralo así: es chocolate con leche.
- No sé Luisa, necesito que me amen con la misma fuerza que amo yo. Necesito ser la mujer en la vida de alguien, pero ser la mujer, lo más importante para su vida. No quiero volver a andar quince pasos por detrás, ni sorprenderme preguntándole… ¿me quieres?  Quiero sentirme la princesa de algún cuento, coño. No quiero más mezclas en el chocolate… ¿entiendes? Por bien que sepan, por bueno que esté…no quiero mezclas.
- Ana, no existen los Romeos. Aunque te siente mal lo que te estoy diciendo, no existe lo que anhelas.
- No me entiendes Luisa y, no me sienta mal lo que dices… ¿veras? No quiero ramos de flores, no quiero bombones, no quiero joyas. No quiero que me lleven en bandeja de oro, ni convertir a mi pareja en un sartenilla. No quiero versos, ni odas. Ni canciones dedicadas, no quiero melaza, ni puestas de sol. No quiero rodillas en el suelo. Quiero un hombre normal con la capacidad de amarme. De sentir por mí…AMOR.
- Pues lo tienes jodido, que lo sepas. Los hombres no sienten amor, solo recrean una pantomima cuando les sirve a sus propósitos.
- O sea, que según tú  es un sentimiento absoluto femenino, ¿es eso?
- Pues sí, panfilota. Y que sepas que tampoco son románticos, por eso te he dicho que no existen los Romeos. No recuerdan fechas, ni aniversarios y,  no se enfadan si no las recuerdas tú. No se quitan la vida, metafóricamente hablando, por ninguna damisela. No, Ana, estás equivocada. La vida real no es una película, ni una novela. En la vida real tienes que tener los ojos muy abiertos y las ideas muy claras.
- ¡Eh! Yo las ideas las tengo muy claras, más que claras, meridianas.
- Pues francamente, no lo parece. Los hombres quieren por rachas, no son estables. Su capacidad de sentimiento no les permite amar a tiempo completo. Son como corrientes marinas, van y vienen. Su punto álgido en el amor, son sus propias erecciones.
- joder... ¿alguno habrá, no?
- Todos, Ana, cuando empiezan todos son románticos. Pero les dura lo que una gripe, siete días de subida y después, de la misma cepa ya no se contagian más… ¿me comprendes?
- Perfectamente, pero me fastidia darte la razón. Sé que la tienes… ¿Qué voy a hacer si no soy capaz de estar con un hombre solo por cariño? ¿Si tampoco voy a soportar que esté conmigo por la misma razón?
- Quedarte sola o cambiar el chip, pero no pidas a un hombre amor eterno porque te estrellas fijo. Es más fácil que le pidas rosas, joyas, hasta un viaje a Barbados…todo eso que no quieres, ellos te lo dan de mil amores.
- En esta conversación solo falta Carmen alegando que para la próxima vida se pide ser lesbiana.
- Mira, Anica guapa, prepara las maletas que nos vamos a pegar una semana en Egipto de tres pares y, con un poco de suerte te quitas al hombre ese de la cabeza y te encaprichas de un egipcio moreno de profundos ojos verdes… ¡vive la vida, coño! Que son dos días.
- Que fácil lo ves todo, joe…de verdad.
- No es facilidad de visión, es la realidad y dejar de engañarme hace mucho tiempo.
- Si tienes razón, la tienes,  la tienes. Está bien, me quitaré de la cabeza tanta estupidez y del corazón su parte más noble… ¿te parece?
- Eso y así entre un buen gambari, seguido de un kumafa y regado con zabih, con un marco incomparable intentaremos entre las dos que veas el mundo de otra manera. Y ahora vámonos que tenemos que hacer unas cuantas compras.
Las dos amigas se levantaron, dejando aquella mesa y el sol de la mañana entre aromas calidos y dulces.
De pronto Ana se paró y sin más preguntó.
- ¿De verdad que no existen esos hombres?


                                                              *Rocío Pérez Crespo*




SÁBADO POR LA MAÑANA...

Tengo la sensación de haber retrocedido tres meses, sopla el viento, frío y rebelde…sonrío. Hoy no necesitamos peines ni nuevos “looks” , ya se encarga el “oeste” de hacernos las últimas tendencias. Los modelos más atrevidos, los pelos más chic.
Es increíble verlo todo de nuevo gris, mustio, pero mi tierra es así. Con ella no van los esquemas fijos: es libre, es francamente, el espíritu  de la tierra de nadie.
Voy andando por sus calles, todo suena diferente. Los neumáticos gruñen en las curvas, se quejan de la cera de las velas, la música de “Stabat mater dolorosa” retiembla todavía en las fachadas. Es sábado de Gloria, todo tiene que estar listo para el gran día de mañana. Cofradías haciendo traslados, carrozas vacías. Ya no quedan flores…Yecla labora.
Me adentro por su idiosincrasia , soy una de ellos. Saludo, paro y charlo con mis conocidos, sigo mi camino y pienso, pienso…pienso. ¿Qué pienso?, que sería genial tenerte ahora y siempre,  a mi lado.
Eres un enigma, un compendio de rarezas. Capaz de romperme los vértices, de dejarme flotando en un mar de dudas. Me sorprendes con ese enorme corazón, con esos sentimientos tan profundos y, sin embargo el silencio que brota de tus poros, la indiferencia, el pudor, chocan irremediablemente. Sé como eres, aunque no sé explicarlo.
Llevo los auriculares puestos, suena Lou  Reed y su genial “Perfect day”, algo que pega estupendamente con el ambiente que se despliega  ante mis pensamientos.
Me hago mil preguntas y acoplo las respuestas con las señales que me vas dejando. No, no, no y un millón de veces no…y de pronto un sí. Me asusto y,  no lo hago por ti, sino por mí. Por qué si son imaginaciones mías, aunque solo sea por un efímero instante, creo que algo grave me está ocurriendo.
Estoy helada, me parece que he salido con un algo de gallardía a la calle. Me paro delante de un escaparate.  Es un vestido precioso. Claro qué…yo soy bajita, una pelota vasca. No soy rubia, ni tengo los ojos verdes, ni azules. No tengo el cuerpo perfecto, ni las medidas apropiadas, no tengo el pelo liso, ni una melena espectacular. Así qué ese vestido me va a sentar como a  un Cristo dos pistolas,  con las mismas sigo camino. Mejor me apaño con una chaquetita y una blusa, sí.
Y de pronto, otro puñetero pensamiento y éste, más real si cabe… ¿cómo porra se va a fijar en alguien como yo? Y aquí no vale el corazón, ni el alma. Las cosas de entrada llegan por la vista, joe y, yo…yo. Es lógico que no quiera estar.
Doy la vuelta a la esquina. Entre la música, mis pensamientos y el propio despiste que Dios me ha dado, casi me pilla un coche. No he visto hacer tantos aspavientos en mi vida a un solo hombre. Ha bajado la ventanilla y literalmente me ha gritado ¡leche que susto!, ¡joder mira por donde vas! A lo que sin más le contesto…tómese una tila, oiga y, feliz sábado. Me mira mal, como queriéndome hacer un mal de ojo, pero no dice ni media. Sube la ventanilla, gira y se pierde.
¡Que tío más raro!
Sé, que algún día me llevará por delante un coche, es algo que tengo asumido, en fin.
Entro a una tienda, huele a limpio, a cartón y ropa nueva. La chica, simpática y jovencita, con cara de sueño se acerca hasta mí y me pregunta si me puede ayudar. Le digo que sí, con una sonrisa.
Me oferta una chaqueta de punto color ciruela y una blusita blanca, me queda bien, me veo bien. Tiene ese toque primaveral. También me propone un vestido de temporada en tonos verdes y beige, le digo que no amablemente y, queda conforme. Pago mis cosas y salgo de nuevo al viento del oeste.
Dos meneos más de cabeza y terminaré para que me de algo, verás que si.
Me miro el reloj, las doce y media de la mañana. Es hora de regresar.
Y eso hago…volver a casa contigo en mis pensamientos. Lista, preparada para un poco más de confusión, de dudas e incertidumbres…de guerra interna.
Espartanos, desayunad bien. ¡Porque esta noche cenaremos en el infierno!...así, con un par.


*Rocío Pérez Crespo*


NÚMERO TRES...


Las calles se abren en silente procesión, unas cuantas farolas diseminadas a ambos lados adornan con ese toque amarillento, mortecino, que trae consigo la madrugada. Sombras, claroscuros, ennegrecimiento, ruidos de persianas, coches que dejan estelas de distancias, personas sin nombre, luces que se apagan. Una luna aburrida y un cielo que no dice ni mucho ni poco -depende de cómo se mire- me acompañan con pasos cortos.
A estas horas mi mirada se ha tornado indiferente...  
Tengo la extraña sensación de llevar grebas en las piernas y una losa en lo sesos. Pesan. Me cuesta caminar, me cuesta pensar.
Me digo que no puedo tratarme de esta manera, ni puedo consentir que nadie lo haga. Es el único pensamiento que rebota una y otra vez. Los demás están en algún rincón haciendo una presión extraordinaria. Pugnan por salir, por invadirme, por encarcelarme de nuevo en su bagaje. Esta noche, no. O sí, depende de mi resistencia.
Antes de darme cuenta se escapa uno, ha burlado las barreras, me hace sentir estúpida ante su frescura y su victoria. Sé que al resto no podré retenerlos mucho tiempo –es como besar al hombre que quiero, después del primero no puedo parar - pero intentaré que salgan uno a uno. Sin embotellamientos, sin empujones, sin discusiones. El mando lo tengo yo, aunque ellos griten más.
Siento en la boca el regusto del champán y de las fresas que he tomado en el postre. Los ojos de Miguel aparecen nítidos en mi frente, su boca, sus manos. El toque que cubre su existencia. Su voz.
Le pongo nombre al pensamiento: La invitación.
Dejo  que me transporte a ese pasado reciente, dejo que me hable.
Me veo en la mañana, con la luz del sol. El ventilador del techo gira y me proporciona un algo de bienestar. La casa está en silencio, hay vida en la calle, sin embargo huele a quietud.
 Estoy escribiendo en el ordenador, tengo mil ideas para el nuevo relato, pero como algo natural en mí, están todas amontonadas. Me enciendo un cigarro y pongo los pies encima de la mesa con el firme propósito de relajarme y ordenar las ideas. Fijo la mirada en el folio virtual - no le tengo miedo-, en las rosas blancas que tengo a la derecha del escritorio. El café con leche está caliente, humea. Oteo por el rabillo del ojo como entran los correos en el ordenador. Los altavoces están apagados.
Suena el teléfono. Instintivamente, sin mirar el número que llama, contesto.
“Tenias que haber dicho no a la invitación, pero te superó con creces. Las ganas de verlo no te dejaron actuar con lógica. Sabías a lo que te enfrentabas. Aunque no sospecharas lo que te iba a proponer, si tenias la intuición de que no te iba a gustar”
Después de unos quince minutos de charla y con pocas ganas por parte de los dos, cuelgo el teléfono con una sonrisa espléndida. Me ha gustado escucharlo, me ha gustado quedar con él para cenar. Me gusta Miguel.
No he hecho preguntas.
Guardo el pensamiento, está consumido.
Sigo andando sin fijarme en nada, si acaso en la acera grisácea y sucia, en los cambios de color del asfalto. En los tubos de desagüe que bajan de los tejados, apostados en los laterales de los edificios. Escuchó la voz de una mujer que grita desde cualquier casa; un portazo, una luz que se enciende, un llanto.
Me siento sola, ridícula, tremendamente acabada.
Hace calor, miro el reloj. Las tres de la madrugada y sigue esa calma plomiza, el aire espeso que no te permite respirar con fluidez. Todo es pesado, hasta el maullido de un gato que no sé de donde viene se percibe cansado. Agotado.
Doy paso a otro pensamiento, este es grande, es una evocación que esconde miles de raciocinios; abro la puerta de la celda donde los tengo castigados. Le digo a la propuesta –así lo bautizo-  que tome acomodo donde más le plazca y me revele el tiempo que no tiene tiempo.
La comida ha sido rápida, una ensalada y una manzana.
Es media tarde y he terminado el relato que empecé poco después de colgar el teléfono. Le faltan algunos toques, algo de maquillaje, pero tiene buena pinta. La mañana y parte de la tarde ha pasado deprisa.
Una inquietud se apodera de mí y la ilusión hace que la sonrisa no decaiga.
Salgo de la ducha.
El aroma del gel de baño invade  mis fosas nasales, huele a frescura, a limpieza. La piel está suave después de la crema hidratante. Me siento bien.
Estoy desnuda delante del espejo, me falta seguridad mas no me veo mal del todo, aunque reconozco que con unos kilos menos estaría mucho mejor. Me coloco la ropa interior. Elijo del armario el vestido corto de lino que compré la semana anterior y, unas sandalias de suela de esparto.
Siento que tengo la necesidad de verlo y hacerlo ya. Miro el reloj, falta escasamente tres cuartos de hora, me parece demasiado tiempo.
“Sabes que lo mejor hubiera sido quedarte en casa con cualquier excusa. Ahora no tendrías la certeza, eso es cierto, pero tampoco el sufrimiento. Eres adulta, esto pasará…”
Lo sé. Pero hasta que pase…tienes razón.
El pensamiento proposición se empieza a desplegar.
Me ha llamado preciosa y me ha regalado dos besos que he devuelto con simpatía. Me ha invitado a subir al coche. Olía a su colonia,  a tabaco recién fumado y a aire fresco. Me he sentido en una nube.
Una hora después hemos llegado a un restaurante en las afueras de la ciudad. El tráfico es denso, los semáforos nos  hacen el honor de lucir su color más intenso en todo el recorrido.
Una mesa al fondo del restaurante, su mano sutilmente apoyada en mi cintura,  manteles blancos, ventanales con vistas al mar, una vela que ha encendido el camarero cuando nos hemos sentado y la música, relajada, suave, escondida.
Tres miradas penetrantes, unas sonrisas. Siento el silencio que se estrecha entre los dos. No sabemos que decir, como empezar.
Somos conscientes que nos gustamos desde hace mucho tiempo. Hay magia y duende entre los dos. Nos buscamos, nos encontramos, disimulamos, disfrazamos las palabras.
Su voz ha cortado el cerco. Lo escucho…
No puedo aceptar lo que me propone. No soy parte de su vida, aunque sí de sus sentimientos.
Intento camuflar con vino la angustia que me envuelve. Siento la boca seca, un sudor helado en la espalda. Asumo sus suplicas, pero algo me impide decir que sí.
Lo quiero, pero no puedo.
Intento deshacer el pensamiento, me duele, me hace daño.
Un coche pasa por mi lado con la música demasiado alta y me pregunto que quiere demostrar el chico que va al volante con ese escándalo. Nuestras miradas se cruzan en un instante que rompe la noche;  noto en sus ojos el vacío y la prepotencia.
La calle ha quedado en silencio y en sombras de nuevo. Mis pasos retumban y chocan contra las fachadas.
Noto el pensamiento luchar para volver a coger cuerpo. Le digo que no, que se quede en humo, pero no me hace caso y regresa envuelto en la voz de Miguel.
Sabes que te quiero, solo te pido que esperes por mí. Mientras soluciono la situación con mi mujer, nos podemos ver a escondidas.
Escondidas. Pienso que es una historia demasiado antigua para caer en ella. Está casado - no sabía que estaba casado- es padre de dos hijos. Necesita alegría en su vida, saberse todavía en disposición, sentirse vivo y yo, he sido la elegida.
Me dice que su matrimonio está hueco desde hace más de tres años. Me cuenta que vivo en su corazón y en su cabeza todas las horas del día y de la noche. Me quiere regalar una estrella sin puntas y sin luz.
Termino la copa de vino. No tengo apetito. Mi plato está sin tocar y Miguel ha reparado en ello.
Implora una contestación.
Trago saliva, la siento densa.
El tono de mi voz es sereno. No quiero esconderme nunca de nadie ni de nada. No tengo relaciones, pero si tengo que tener una, la quiero transparente para mí y para todos los míos. No quiero habitaciones impersonales, ni ojos mirando por encima de los hombros, me niego a ser plato de segunda o satisfacción de unas horas.
El amor es como engendrar un hijo. Hay que llevarlo dentro, parirlo, enseñarlo a caminar…educarlo. Saber que va a sacar de ti todo lo bueno y todo lo malo. Que habrá momentos deliciosos y momentos de descalabro. No se puede ser uno siendo una multitud. Y tres es multitud…
Estoy enamorada de él, pero he dicho no.
Le he pedido que no me acompañe a casa.
Por fin se marcha el pensamiento, agónico, dejando una estela de dolor, una mancha de óxido en mis sesos.
Levanto la vista de la acera, espero que el semáforo se ponga verde para los peatones. De un altavoz sale un sonido metálico emulando la voz de una mujer, advierte que esperemos –que espere-  mientras los escasos autos pasan por el paso de cebra.
Miro la estatua de Canalejas, el puerto está a mi espalda. Huele a sal.
Respiro hondo dejando entrar en los pulmones el compacto aroma de los peces muertos que flotan entres los barcos amarrados.
El chirriante sonido cambia por un pitido intermitente, en pocos segundos regresa de nuevo la voz- robot para indicar que podemos – puedo- cruzar sin peligro.
Mi casa está al otro lado.
No me siento bien. Daría media vida por estar entre sus brazos, por besar su boca…nunca la he besado.
Cruzo de la mano del silencio, del vientre del borracho, del pie del inseguro. Cruzo y cruzo sin mirar, sin ver, sin sentir mi cuerpo.
Estoy en Las Ramblas y acompañada de las palmeras dejo salir un pensamiento más. A éste lo llamo seguridad.
Llega marcando el paso, es la lógica, la concordia, la razón. Tiene mi voz, mis ojos, mi cuerpo.
Me paro delante de un escaparte, ahí está, ahí estoy. Nos miramos de frente, nos contemplamos. Nos sabemos…
No me habla, solo me abraza y sonríe.


Rocío Pérez Crespo





NACÍ PARA BESARTE…


- ¿Qué te apetece? ¿Un café? ¿Una coca-cola?…
- Un café cargado. Gracias.
- Sigues teniendo los mismos gustos.
- No, no sigo teniendo los mismos gustos.
David levanta la mano para llamar la atención del camarero, reteniendo entre los dedos la sequedad de las palabras que ha escuchado como contestación.
Los ojos de Belén lo miran con ausencia, como si estuviera contemplando un punto indeterminado. Camina por sus facciones como si fuese un conocido desconocido. Alguien que se sabe bien y que, en estos momentos, le suena a distancias insondables. Un día fue suyo y sintió  una pasión desmesurada. Cada gesto fue idolatrado, cada palabra recogida y consumida. La forma con que arruga la frente es la misma, el brillo de sus ojos cuando ríe o ese rictus severo, el que marca ahora, en este instante,  el bruno de sus pupilas con cierta elevación de la ceja derecha. Señal de estar molesto por algo. Claro que…Ya no importa. Observa una acentuación en las patas de gallo.
Lleva puesta la chaqueta que le regaló en las Navidades de dos mil cinco, siempre le sentó estupenda sobre esos hombros anchos y elevados. El pantalón le sigue haciendo arruga en las ingles, aunque parece que ha adquirido un algo más de peso. La misma estampa que la última vez que lo vio.
Belén sintió la presencia del camarero por encima de su cabeza, pero no pudo dejar de mirar a David. Escuchó su voz, contempló su risa espléndida mientras le pedía al mozo las consumiciones. Sintió asco y rabia ante esa boca llena de dientes blancos. La eterna inseguridad camuflada en una fachada de seguridades, en un pozo de apetencias y caprichos que siempre manejó a placer, sin importar a quién jodia o llevaba directamente a los límites de la locura.
Él y sus circunstancias o, más bien, él y sus santos derechos de hacer y deshacer lo que le da la real gana.
Traga una saliva espesa rememorando años pasados. Abriendo cajones cerrados donde guarda con celo el dolor, la desesperación, la ira. Una factura por cobrar. Enciende un cigarrillo, el humo se mezcla con el mal sabor de boca, un sabor amargo que revuelve el estómago; la nicotina no amortigua, destaca, abre las papilas y absorbe  un tiempo rancio que creyó superado, que le azota la voluntad.
Por unos segundos sus miradas chocan y quedan inertes, en un espacio vacío, forrado de un silencio espeso.

 Su relación empezó como  cualquier relación, sin ser ellos mismos. Todo es euforia, una fiesta envuelta en un tupido velo que oculta la parte real de los seres humanos, o mejor dicho, solo deja al descubierto la bonanza que nos impregna. Se ve el brillo, el lazo, el papel de seda, el espumillón, el confeti,  se alimenta esa ilusión que nace desde las entrañas.
El primer beso le supo a miel, al igual que los dos millones que lo precedieron.
La verdadera identidad se va revelando con los días y, aun sabiendo, que hay partes importantes de ese ser que no gustan, se intenta tapar con una de las miles de frases socorridas para estos casos.
La cita de Belén era: cada uno es como es. Y no le faltaba razón al adquirir esa frase como suya, así es y así será mientras el mundo sea mundo y los humanos tendamos a vivir en pareja. Cada quién es cada cual, con todas sus taras y sus moralidades. Sin embargo, hay imperfecciones que son incompatibles tanto con tus defectos como tus virtudes. Y llegados a este punto, lo mejor es plantearse…

-¿Cómo te va la vida?
Su voz suena lejana, como un reflejo de algo que se va perdiendo en el espacio. Belén, sonríe, lo hace de una forma ausente,  sin alegría.
No hay palabras que puedan expresar la tonelada de preguntas que lleva dentro… ¿Por dónde empezar?
Sigue a sus palabras en una trayectoria carente de empatía, sin forma. Como si de su boca saliera una nube de humo blanco que se mezcla con el oxigeno y se pierde entre una nada tan absoluta que no se ve.
El sigue platicando  de su vida, de un hijo, de una mujer. Habla y habla...
Belén se ve arrastrada a una historia que no le pertenece, su mirada reposa en la cara de David, en su boca, en esa boca sonriente que escupe letras, palabras, oraciones que van amalgamando un pasado desconocido.
Mete la mano en el bolsillo interior de la chaqueta.
Abre la cartera y enseña la fotografía de un niño rubio en brazos de una mujer morena, se la intuye alta y esbelta, de facciones recogidas y ojos melancólicos. Es guapa. El niño es la viva imagen de David.
Los últimos rayos de sol chocan con la lona azul del toldo alterando el color de la chaqueta. Belén rememora la noche de reyes cuando le regaló esa prenda. El árbol de Navidad puesto en el rincón del salón desprendía con sus luces de colores la fragancia del hogar. Seis meses ahorrando céntimo a céntimo, tan exquisita prenda.  Una cena modesta pero llena de complicidad, el tortel relleno de crema en la mesa de centro, la botella de cava barato fría y esperando ser descorchada. Su risa, la picardía en sus pupilas, los besos. Todo hablaba de continuidad, de unión, de permanencia. Planes de futuro, de familia, que nunca vieron la luz…
¿Cuándo se fue?: viernes 29 de enero de 2005. Veintitrés días después de regalarle la chaqueta. La hoja del calendario reposa entre las páginas de una pequeña  Biblia que su padre le regaló cuando cumplió los veinte años, en el evangelio de San Lucas, capitulo quince, versículo del once al treinta y dos. El hijo prodigo. Siempre fue irónica hasta la saciedad.
La tarde es primaveral aún siendo diciembre, cercana a otra Navidad despojada de rojos y verdes. No comprende que hace allí sentada delante de ese hombre, flagelándose una vez más. Trayendo al presente un pasado que le ha costado olvidar demasiado tiempo. Aunque, empieza a ser consciente que nada se ha olvidado todavía. Solo sabe que no lo quiere, es la única seguridad que sostiene en su razón.
Levanta los ojos de la fotografía que David enseña con orgullo y posa la mirada, pétrea, en el rostro simpático, como salido de un cuento floreado de hadas y elfos, que tiene delante.
No es odio lo que siente correr por las venas, es una represión brutal hacia sus apetencias. Levantarse de esa silla y partirle el alma, hacerle tragar la foto, que por cierto no le interesa en absoluto,  que sintiera un dolor hondo, oscuro, sin salida. La intensidad de un  sonido asnal que recorra su médula hasta dejarlo sin aliento, vacuo de toda esperanza El mismo que sintió ella.
Domina la sensación con una pregunta, una pregunta que se escapa sin darse cuenta. No quiere preguntar, no quiere saber, no quiere…pero, tiene que saberlo
- ¿Cuánto tiempo hace que te casaste?
Se ha puesto nervioso, la sonrisa ha quedado camuflada en un rictus que conoce bien,  ha dudado. Juega con el asa de la taza de café y su mirada se ha desviado. Ya no sostiene la mirada con esa osadía,  deposita sus ojos entre el plato y la mesa metálica.
- Siete años.
El tiempo que hace que cerró la puerta de casa sin decir nada. Siete años, de los cuales, los primeros cinco fueron una angustia y un martirio. Una espera sin espera. Cinco años preguntándose dónde estaría, qué  había pasado, por qué  su teléfono estaba apagado, y el de su familia, muerto como los colores del cielo que los cubre. Años de recorrer hospitales, de visitar algún que otro cementerio en busca de una pista que le aportase un algo de paz.
Belén se lleva la taza a los labios, no bebe, solo huele el café. La tercera pregunta pugna por salir, por ver la luz del sol, pero aparece en su voz muda, desnuda de todo significado.
David carraspea, se limpia la garganta de una verdad que ha caído en medio de los dos como una pared kilométrica, que no deja pasar un rayo de luz. Alta, dura, tremendamente gruesa.
Bebe un sorbo largo de su consumición y se enciende un cigarro. La primera calada le llega directamente al ombligo, pero no disuelve la sensación de incomodidad e intenta recuperar la compostura, el semblante, la cercanía de chico seguro con el que ha llegado. La pregunta sale de los labios de David mezclada con el activo pegajoso de un filtro que huele a rancio.
- ¿Te acuerdas que frase me decías cuando hacíamos el amor?
Belén esboza una sonrisa despojada de sentimientos. Lo recuerda con una claridad meridiana pero no está dispuesta a que esas palabras salgan de su boca.
- No, no las recuerdo.
- Me decías: Nací para besarte.
- Chorradas…
Vuelve a sentirse molesto, sus ojos la miran incesantes con una oscuridad que impregna el tiempo. Todo se para. El vuelo de las palomas, el aire meciendo a los árboles, la ceniza en el cigarrillo.
Belén le sostiene la mirada dándose cuenta que ya no rompe sus esquemas. Puede mirar como le de la gana, a ella no le supone absolutamente ningún malestar, no le crea dudas, ni temores. Se da cuenta, por primera vez en siete años, que el hombre que tiene delante es un payaso sin gracia ni personalidad. No es odio lo que  hace que lo vea así, ni tan siquiera cumplir una venganza jurada ante Dios. No. No es nada de eso, es simplemente mirar lo que tiene delante. David se presenta ante sus ojos sin un atisbo de amor y, con esa garantía, ella está  salvada.
Una imagen se instala en su cabeza, los dos en la cama, en esos juegos donde los cuerpos se enlazan formando un nudo cargado de complicidad, su voz diciendo esas palabras: nací para besarte,  sintiéndolas en lo  profundo de su alma. Sus ojos perdidos en el orgasmo, en su pecho, en su pubis, en la piel caliente, sudada. Pasión, amor, dulzura, caos…plenitud.
Sin embargo, ahora, es un autentico desconocido. No llega a imaginárselo ni en la cercanía de un beso dado en la mejilla. Asume, con un malestar latente, que le hubiera regalado la vida si la hubiese necesitado y por alguna extraña razón, al ser que tiene a su lado, el que comparte su existencia;  ese que la lleva en bandeja de oro, que la hace sentir la reina de su mundo, a ese, no es capaz ni tan siquiera de decirle te quiero. Algo  injusto e imperdonable.
Quiere a Miguel, lo quiere por encima de todo, con rabia, con poder, con ternura, con la fuerza de los siete vientos. Pero el pasado, su dolor, su angustia ante la vulnerabilidad de su existencia le impide decir palabras hermosas. El verbo amar es muy grande para ser pronunciado aun sintiéndolo. Es su escudo, su protección. Es miedo, lo sabe. Como se da cuenta que se ha vestido ordenadamente, se ha maquillado con esmero y casi ha corrido por las calles para ver de nuevo al ser que tiene delante, con el único fin de presentarse  como una mujer sin marcas ni huellas.
Belén espera haberlo conseguido y, que quede solo para ella todas las heridas que David dejo impresas en alguna zona que no atina a encontrar y que laten a día de hoy con aviso y prevención, pagando justos por injustos una decisión, un acto, una huida hacia ninguna parte.
Echa de menos a Miguel, palpa la ansiedad de la ausencia mientras escruta las formas de David, como se esconde detrás de esa fachada de hombre encantador, cuando lo habita un ser sin escrúpulos que solo mira su bienestar sin importarle un ápice lo que va dejando en el camino. Lo conoce. Lo conoce ahora mejor que nunca.
Despeja sus pensamientos y regresa a la voz de David, a esa historia que sin interesarle le va abriendo el baúl de los tres millones de preguntas. Sin abrir la boca, sin hacer que parezca un prosaico interrogatorio, todo se está desvelando.
Casado con quien creía ser la mujer de su vida un mes después de abandonarla, unos cuernos de dos años, un hijo rubio y lleno de vitalidad que es la ilusión de sus días, una hipoteca que lo ahoga hasta dejarlo sin sueños, un cambio de ciudad con la esperanza de retomar lo que nunca tuvo lógica, un mal trabajo después de un año de paro,  en vías de divorcio por…
- David, tengo que irme, es tarde.
Lo ha dicho sin pensar cortando la verborrea de David, le cuesta estar allí, necesita abrazar a Miguel e intentar que de su boca salgan esas palabras que tanto retiene.
Miguel…
El hombre que la salvó de las garras de la desesperanza con una paciencia desmesurada. Que le dio color a sus mañanas pintando en sus paredes los cien tonos de verde y, una calidez soberbia a sus noches. Miguel…
Belén sonríe ante la imagen en su cabeza, los ojos verdes, el pelo rizado y la mancha que tiene en la ingle y, que Miguel cuenta que fue un mal antojo de su madre en el sexto mes de embarazo. Una tarta de fresas que su padre se negó a comprar al filo de las cinco de la madrugada de una noche donde la nieve llegaba al alféizar de la ventana de la casa, en aquel pueblecito de Logroño donde la familia se vio destinada por el trabajo del padre.
Adora besar esa mancha y perderse por su historia. Imaginarlo de cigoto, de niño, de adolescente, en plena juventud. El camino recorrido hasta hacerse el hombre que es hoy, el maravilloso hombre que es hoy.
Lo añora con unas ganas increíbles.
- Me voy.
- Es temprano, ¿no te puedes quedar un ratito?
- Lo siento, David, no puedo.
David se levanta dos segundos después de hacerlo Belén. La mira de arriba abajo, piensa que está preciosa, que los años la han tratado estupendamente bien. Sigue guapa, hermosa, llena de vida y, no ha perdido su especial encanto.
Tiene ganas de besarla, de rodearla con sus brazos y volver a sentir aquel olor a limón y canela. La suave caricia de sus labios y, la risa franca cuando le hacia cosquillas en el cuello.
Nunca se pudo resistir a eso.
Belén extiende su mano a modo de despedida. No hay acercamiento, todo es distante, frío, sin un atisbo de calidez.
La noche se ha tragado con sus enormes fauces a una tarde tibia sin color. Una luna perezosa ha declarado su derecho iluminando con su blancura el bruno del firmamento.
No hay estrellas en la inmensidad de la nada, solo pequeñas luces platas que indican el camino del errante.
La cita, el propósito, la enmienda, han quedado reducidas a una perorata sin fuste ni careo donde una mujer muda ha escuchado la plática absurda de un absurdo hombre.
- Por lo menos, ¿tengo tu perdón?
Belén lo mira, en sus ojos solo hay ambigüedad. Nada que se pueda interpretar con claridad.
Retira su mano. La despedida ya ha durado demasiado tiempo.
Sin decir ni media palabra se da la vuelta y emprende su marcha dejando a David, de pie, entre la mesa y la silla cubierto de una espesa soledad.
La ve alejarse, sus pasos firmes resuenan en la acera. Los hombros erguidos, la melena suelta, la capa de fieltro granate bailando al compás de sus de pasos. Solo ve su espalda, la silueta perdiéndose entre un mar de gentes que van y vienen, que se cruzan, que sortean, que adelantan, que se atrasan.
Siente un vacío inmenso cuando pone rumbo a casa, a esa casa desprovista de entendimiento, de ternura, de amor…





*Rocío Pérez Crespo*
  
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.



                                                     
                                                                                                      





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