4:50 a.m.
La plaza está mojada, los
camiones de la limpieza han comenzado su tarea. Todo está en silencio, excepto
el rugir de las tripas de un motor que se escucha en algún punto que no alcanzo
a ver.
Hoy el cielo se presenta ante mi
muy oscuro, no veo a la luna y, las pocas estrellas parecen apagas y
mortecinas, como escondidas, sin embargo la temperatura es estupenda. Como
suelo decir en los últimos días, hace mejor madrugada que mañana. No llevo
chaqueta, tampoco la necesito.
Miro el gran ficus y le doy los
buenos días; eso sí, no lo veo lo intuyo. A esas horas su follaje se pierde con
la noche. Erguido majestuoso superando la altitud de los edificios, frondoso,
lleno de vida y salud. Hemos creado entre los dos un lenguaje sin palabras, nos
entendemos bien, nos apoyamos bien. Somos un mismo espíritu.
Inserto la llave en la cerradura
y la persiana se despereza con un gruñido molesto.
Empieza mi jornada.
Cada mañana, recuerdo las
palabras que alguien, en tiempos pasados, repetía cada día junto a mí: cuando
un obrador se pone el delantal, mete sus manos en harina y acaricia la masa,
está trabajando para Dios, porque estás haciendo el pan nuestro de cada día…no
lo olvides nunca, Rocío. Por lo tanto tienes que ser perfecta, o por lo menos
intentarlo, rápida, audaz, ordenada, humilde
y limpia.
Y no, no lo he olvidado, por eso
mismo cada vez que hago el ritual para comenzar mi trabajo, se lo dedico a Él.
6:55 a.m.
Golpean la puerta. Se terminó el
silencio. Mis compañeras, con el sueño todavía latiendo en alguna parte
empiezan a llegar.
La más resuelta prepara la
cafetera, la calienta, la sangra, hace los primeros cafés que van a
directamente a la fregadera.
Los siguientes serán para
nosotras.
Un café con leche muy caliente,
un cigarro y el aire fresco que permite secar mi espalda, mientras los hornos
van cociendo, desprendiendo un aroma dulce y familiar. El siguiente pan está ya
cortado, con su forma y su fondo, preparado para recibir el calor necesario para
dorarse.
Ya no queda agua en el suelo, si
acaso algún charco rezagado, resguardado debajo de los bancos de la plaza. Me
miro de arriba abajo, voy llena de harina. Este uniforme tan moderno que nos
han puesto, no es nada practico para aparentar limpieza. En fin.
El ambiente es mucho más frío que
hace dos horas, el cielo todavía se mantiene oscuro y mi querido ficus está en
sombras.
Hablo con él. Le digo que los
deseos se cumplen, aunque a veces el precio sea alto. Él lo sabe, como sabe de
mi soledad, de las largas horas en esta ciudad, de mi afán por superarme todos
los días, de mi lucha, de mis anhelos…de ti. También le hablo de ti, le cuento
de tus ojos, de esa sonrisa que despierta mi alma, de tus letras y palabras, de
ese caminar tan bonito que tienes. De lo importante que eres para mí…y me
siento chiquita, muy pequeña, más de lo que soy. Enamorarse es un estado
precioso, pero muy molesto cuando solo es uno quien lo hace.
Apenas puedo ver la torre de la
iglesia de santo Domingo.
A través de algunas ventanas se
empieza a detectar vida. Imagino como se sienten. Las sábanas todavía
calientes, la placidez del sueño abandonado sobre la almohada. Los problemas amontonándose
delante del espejo del aseo. El sabor del desayuno en la mesa de la cocina…un
día más.
Todo sigue en silencio en la
calle, aunque se empieza a detectar presencias entre las sombras. Algunos
parecen zombis, más que andar van arrastrando sus organismos.
Me digo: ¡que falta de vitalidad,
joe!. ¿Creerán que han madrugado? Sí, lo creen. Yo también pensaría igual, esa
es la verdad. De hecho lo pienso cuando mi horario es de despacho.
Suena una alarma a mi espalda, el
horno de piedra me llama y, como no le haga caso, el grito se va a escuchar por
toda la vecindad, será mejor dejar amanecer sin mi presencia y sin mis
desvaríos, no va a ser lo mismo, pero seguro que la claridad asoma con la misma
disciplina de siempre. ¡Presumida que es una! ea.
Los primeros desayunos empiezan a
ser servidos. Me gusta encontrarme con las mismas caras todos los días, se hace
familiar el trabajo.
- Hola, buenos días, Rocío. ¿Ha
hecho ya los croissants?
- Buenos días, guapísima…. listos
y calentitos para ti.
En cinco minutos llegará Pedro…Un manchado, una tostada de aceite y un
chiste.
9:00 a.m.
Cantan los pájaros en las ramas
de mi ficus. Está contento. El sol todavía no ha salido, pero el color del
cielo ya es azul, se filtra entres los huecos del follajes ese viso que no
alcanza todavía la luz necesaria, pero advierte de su esplendor. La iglesia de
Santo Domingo ya despunta con claridad y las casetas diseminadas por la plaza
adquieren sus colores, rojo y blanco.
Ya tengo más del noventa por
ciento de mi producción hecha, solo me queda dos hornadas para apagar los
hornos y programar el grande para mañana.
En la calle huele a ensaimada y mantequilla, a chocolate caliente,
es un aroma agradable a estas horas tempranas.
Llevo cuatro horas consumidas…
Saludo a María, a Carmen, a Lola,
charlo unos segundos con Belén y con Dama (mis compañeras) que van medio locas de aquí para allá.
Sigo con mi tarea.
12 a.m.
Estoy en plena función. A estas
horas el trabajo es más duro o yo estoy más cansada. Preparo el trabajo para
mañana, todo tiene que estar dispuesto para las cinco de la madrugada y, es
mucho.
Fuera, en el despacho, el lío es
tremendo. Dentro las “llandas” se van completando y vaciando a una velocidad
que acojona.
En la calle la vida se proclama
campeona. Un devenir de gentes, de coches, de autobuses, de niños…es increíble
como cambia el paisaje.
Y en medio de todo ese caos, yo y
mis silencios. Mis miradas, mis sueños, mis perspectivas, mis
angustias…sencillamente, yo. Estoy y no me veo muchas veces, otras, sin estar
mi presencia adquiere relevancia, soy y no soy, estoy y dejo de estar.
No ha salido el sol. El ambiente
es un algo cargante, amenaza lluvia, o eso me parece. Para los partes de tiempo
nunca he sido acertada… ¿o sí? Pero el ficus no brilla con la misma intensidad
que otras jornadas. Tiene ese verde apagado, así que…lo más seguro es que
llueva. ¿O no?
Las palomas hacen corrillo en la
terraza, esperando como camicaces, alcanzar las migas que van cayendo al suelo.
Mi segundo café con leche muy
caliente y sin espuma está a punto de ser consumido, esta vez sin cigarro, no
me puedo permitir perder el tiempo.
Tengo una hora y queda demasiado
por hacer…
13:00 p.m
He terminado mi jornada.
Ciertamente siento un agotamiento en algún punto poco concreto de mi organismo.
Mañana será lo mismo.
Salgo a la terraza, ya sin
delantal, para hacer el pedido con
cierta tranquilidad, ahora sí me enciendo ese cigarro. La chica de “Movistar”
se para conmigo a charlar. Es un sol de niña. Hablamos durante unos minutos y
sigue su marcha. Yo empiezo a anotar la producción mientras el cigarrillo se va
consumiendo y mis pensamientos han dejado de ser míos por unos segundos.
Todo está concluido…
Dejo las indicaciones precisas
para las chicas de la tarde.
Me acerco a las estanterías donde
Belén se debate entre “Rajolas” y “Tetillas”,
ensaimadas y flautas de chocolate, cojo un pan de espelta, me gusta ese
pan. Me lo corto a rebanadas en la maquina y, pienso en mis hijas. Mejor me
llevo también unas cañas de chocolate. Sí.
La panadería está llena, la cafetería
también…
Echo un último vistazo al
obrador, todo está en orden. Todo sigue su marcha y yo…yo, yo, en fin.
- ¡Chicas! que terminéis bien el
día…hasta mañana.
Escucho sus voces despidiéndose
de mi entre una maraña de voces ajenas. Sonrío.
No me despido del ficus, no hace
falta. Sé que estará ahí.
Esta ciudad es bonita, alegre,
tiene vida, pero también consume y lo hace de una forma precisa…siempre tiene
prisa.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*