Miro la punta de la lanza entre mis piernas, machada de grana. No sobreviviré… lo sé.
Siento nauseas… si vomito y dejo salir parte del tropel de mis entrañas agotaré las pocas reservas para emitir palabra.
Observo con los ojos aterrados como mi sangre se escapa manchando la nieve blanca, sin embargo no siento frió, solo un alarido que no calla, recordándome donde erré.
Levantó la vista en un esfuerzo divino… y los veo con aires de triunfo. Me observan cogidos de la mano… con cara de asco.
Me han vencido… un ángel negro se ha enamorado, ha robado un corazón teñido de tonos claros.
Intenté hacer mi trabajo…no consentir nunca que los dos lados fueran aliados. El bien con el bien hallado… el mal con su color atezado.
Más me parece que he fallado…nadie me dijo nunca que el amor puro fuera un milagro. Yo, el raciocinio más claro, está terminando, desecho y enterrado por el manto blanco. Ha sido una lanzada certera… con el poder de todos los enamorados.
Y ante eso no hay dudas, ni pasados… solo el sentimiento claro de dos serafines de la mano, que mi observan con sus alas extendidas como muero en mi llanto, por no comprender a tiempo que el juicio nada tiene de personal cuando los sentimientos han departido en un soberbio legado.
Me incorporo, mis labios se tiñen de rojo…siento un sabor a hierro que condensa mis nauseas… pero lo consigo, aunque comprendo que estoy acelerando mi trance.
Escupo linfa manchando de bermejo todo a su alcance, me gotea hasta el ombligo… y en un postrero instante… notando como me minimizo y me traga el revestido, levanto mi mano en una clemencia hacia el ángel blanco… no quiero morirme sin haber sentido en mi alma el dulce beso de un enamorado.
Veo como desliza la suya, pero es tarde… todo esta concluido. Mi muerte ha valido para dar paso a los amantes.
*Rocío Pérez Crespo*
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