Nos adentramos por las sierpes de esta ciudad dormida, el cielo es un manto negro, no hay vida. A mi lado camina Sofía, alta y esbelta, va dejando su sombra en las aceras, como un espectro desgarrado en esos tonos marengos que no definen nada real.
Se escuchan, como un eco sonoro, sus pasos por la calle. Las puertas están cerradas, las ventanas sin luces, las persianas echadas, solo una farola es testigo de nuestra presencia.
A lo lejos, levemente, sin prisas, se percibe el pasar de algún coche, sus faros al rozar la esquina iluminan parte del callejón por el que avanzamos, es más la intuición que la presencia… vamos calladas, sin nada que decir.
Como perdido en algún rincón, maúlla un gato.
Sorteamos tres calles más y antes nosotras se perfilan esbeltos los primero cipreses del camino…un perro perdido pasa con la cabeza baja a nuestro lado, tan solitario y obtuso como el alma de Sofía. Debe hacer frío, el aspecto de todo lo que nos rodea es gélido, como si estuviera inerte, igual que una postal.
Escucho sus pensamientos, de hecho aunque nuestras voces callen, hemos llegado hasta aquí en una conversación melancólica, en una locuaz charla silente.
Solo piensa en él. Siento su dolor tan fresco, que aún sin quererlo, me hace sufrir. Se supone que yo ya no puedo sentir, sin embargo me llega tan nítido que agobia.
Soy diáfana, los sonidos, las formas ya no me recuerdan a nada. No puedo palpar, se que no respiro, que no necesito el oxigeno para sustentarme, soy consciente que no miro con aquellos ojos color avellana que tenía en el pasado. Solo estoy a su lado, intentando soportar una parte de su carga.
Pisamos tierra, lo se porque sus andares se han hecho más lentos, como si le costara avanzar, los grande árboles apuntando al cielo nos escoltan hasta la puerta de forja negra que esconde el secreto de Sofía.
Una gran cruz nos recibe.
Empuja la puerta a sabiendas que está cerrada, pero no desiste en su empeño. Ha llegado allí con un motivo, con un propósito y nada ni nadie harán que vuelva sobre sus pasos.
Otea la forma de franquear ese obstáculo, lo encuentra justo en la esquina de la izquierda…subida a un poyo de piedra se sujeta de una de las cruces que circundan el perímetro y con cierta dificultad alcanza el pequeño tejado. Sin pensarlo mucho, ni tan siquiera sin saber donde van a aterrizar sus pies, salta al vacío. Yo voy a su lado, aunque para mi no me es tan dificultoso entrar.
Me cuesta verla, la oscuridad se la está tragando. Es como una garganta profunda, llena de soledad y desamparo.
Pasa lentamente, arrastrando sus pasos, ante los sepulcros más antiguos. La humedad y el verdete han tapado en alguna de ellas la inscripciones e intuyo que casi no se verán ni la luz de día las fotografías de lo que allí dejaron sus huesos.
Subimos la cuesta dejando atrás un olor rancio a flores muertas…en realidad, si es que hay realidad, hace mucho que solo huelo eso, es como una densa nube que te encierra, te atrapa, en una mezcla extraña de algo vivo y algo muerto.
Sofía sigue andando, lo hace sin prisa. Parece que se ha levantado un algo de viento, veo su melena como se despeina y algunos mechones cubren su cara. No los aparta, todo le da igual.
Los nichos parecen machas en una pared, cada uno con su historia. Son como leyendas en un enorme muro. Solo parándote ante ellos eres capaz de intuir que se guarda detrás de cada uno de ellos.
Supongo que giro la cabeza, aquella cabeza que podía girar, quiero creer que mi pelo también es azotado por este viento que no siento. En ese supuesto giro, me doy cuenta que Sofía se ha parado delante de una tumba de piedra caliza. Del bolsillo del pantalón saca un pequeña vela y de alguna parte que no llego a ver, algo con que encenderla. La deja sobre la fría losa y seguidamente se sienta al lado.
Hay una fotografía incrustada en la enorme cruz que soporta el conjunto. Es un chico moreno, de pelo corto, sonrisa alegre. Le calculo unos treinta años, al mirar las fechas me doy cuenta que me equivocado en dos… se llama Ismael.
Sofía se abraza a la cruz, o quizás está intentando abrazarse a él. Siento su desespero tan dentro, su dolor, su angustia, su desesperación que hago mía sus lágrimas.
No hay vuelta atrás… la dejo llorar, la dejo abrazarse a ese amor que destruyó por completo, que lo llevo a la tierra que hoy se come su osamenta.
La observo sin verla, soy una mirada en la oscuridad, una brisa que solo se siente por aquellas almas que pesan.
Por alguna razón que no entiendo, me he convertido en esta eternidad en la compañera de todos los desesperados, de todos los pecadores, de todos los mortales que sufren.
Se ha apartado de la cruz.
Sus ojos lloran todo aquello que su alma siente. No hay consuelo en la vida real para aplacar tanto dolor. Quema como todas las llamas de una hoguera, hiere como todas las espadas clavándose a la vez en la carne mortal.
De dos cortes limpios siega sus venas… la sangre cubre la losa blanca, chispea al chocar contra la llama de la vela.
La ayudo a extenderse sobre ella y me siento a su lado acariciando su pelo. Se que solo lo intento, que no me puede sentir, pero allí estoy junto a ella.
Pasa un tiempo perdiendo su liquido vital, ese fluido rojo intenso que la mantiene atada a la vida, es el regalo que con todo el amor le ofrece a Ismael…su amor por él no tiene fin… sus ojos se han parado en un punto indefinido.
Ahora es cuando me ve de verdad… me ha entregado su alma, un alma llena de paz. La acaricio y le beso la frente. Despliego mis alas y juntas iniciamos el camino de vuelta a casa, entre nubes negras y estrellas de plata.
Mañana, cuando el sol salga, nadie entenderá que ha pasado. Algunos lloraran su ausencia, pero muchos festejaran su trato. Más solo verán el cuerpo sin vida de Sofía, sobre una tumba que solo guarda unos cuantos huesos, una historia, un recuerdo y unas palabras escritas en tinta roja, en el último hálito de vida, sobre una losa podrida….unas letras tan sentidas envueltas en un dolor tan grande que quedaran para siempre prendidas…. Te amo vida mía.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
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