Entre la escanda y el trigo, se va durmiendo el atardecer. Se apagan los matices dorados, se vuelven opacos; sin brillos. Los tonos naranjas han pasado a ser ocres mortecinos hasta que irremediablemente todo quede en un bruno viso.
Ya no escucho el trino del ave en su nido; las cigarras se han callado y el mirlo ha sucumbido al manto indolente del silencio.
No sé por qué en la noche todo calla…
Solo percibo los aromas. La dama ha abierto su blanca flor, narcotizando con su esencia al venial viento que la mece y, las rosas (que María plantó en septiembre) se balancean envidiosas de no ser su olor las que me envuelven. Hasta la humedad del cenagal llega intacta hasta mí, despertando esta dichosa artritis que me consume.
Una luna apocada hace su aparición en estas cansadas retinas, dejando reflejos en los charcos e iluminando el camino de piedras de Startonight que llega hasta casa…supongo que de alguna manera, es una forma de hacer compañía.
Es una estampa anárquica la que contemplo, donde se esconden las líneas que delimitan las cosas, no hay horizonte, ni relieve, solo la intuición de que todo sigue estando ahí…al igual que yo. Ocupando un lugar.
No encuentro hermosura en la noche, me carga de melancolías. Los recuerdos de otros eones se ceban con más saña cuando asoma ese lunar en el cielo y deja todo mi entorno vestido de sombras y fantasmas.
Con el día me siento con menos lasitud y con más quietud en el alma…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
Que hermosura de relato, amiga Rocío, vas describiendo como la noche va invadiéndolo todo, se pueden ver los colores, se pueden oler esas damas de noche con su olor penetrante que todo lo llena, las rosas...y se oye el silencio de esa noche oscura que invade el alma.
ResponderEliminarBellos son siempre tus relatos, este es muy hermoso.
Besos