domingo, 29 de abril de 2012

UNA MÁS...VI





Esta mañana de viernes, que sabe radiante, al volver de desayunar, he descubierto en uno de los laterales de La Catedral una pequeña, pero muy pequeña librería donde  venden libros antiguos y de segunda mano.
Al entrar en ella, me ha cubierto esa sensación de antaño; cuando siendo niña me colaba en la biblioteca de mi pueblo a experimentar entre sus baldas todas las sensaciones que me eran permitidas.
He encontrado uno de Chaucer, que lo he leído recientemente (de nuevo) pero curiosamente no lo tengo en mi gran tesoro (pequeña biblioteca) así qué, ni corta ni perezosa, lo he comprado; con esa sensación interna que se produce cuando se consigue lo que se quiere o sea, sin frustraciones.
Me ha chocado, arrancándome una sonrisa, el entorno clásico, austero, recogido, casi agónico, con el ordenador del dueño descansado altanero sobre el mostrador. Desde luego, hay cosas que nunca casaran por más empeño que le pongamos. He pagado mi libro y, al  despedirme del señor que tan amablemente me ha atendido, mis ojos, éstos ojos que cuando están rodeados de belleza se empiezan a desprender,  se han tropezado de frente con un Fausto que estaba  colocado en el diminuto escaparate,  francamente me ha resultado más que provocador, al punto de pensar que si estuviese en mis manos, me lo llevaba a casa, seguro que luciría mejor. No ha pasado desapercibida mi reacción ante el dueño de la librería, qué con un brillo especial  ha dicho: es toda una maravilla, lastima que unos pocos solamente reparen en ello.
“Cuatrocientos euros ahora mismo, es una pasta que no me puedo permitir”
Al salir de nuevo a la calle, he respirado profundo el aroma, el calor, el sueño, la distancia, la risa, los amigos, la soledad…todo ha regresado a mi piel.
He bajado por Traperia casi con la indiferencia de quien pasea por sus calles todos los días, llegando a la Plaza de Santo Domingo para darme cuenta que en ésta mañana me apetecia mucho más el color rojo. ¿Por qué? ni idea, supongo que los humanos somos así de raros. En un segundo aparece un cosquilleo que te dice que mejor un lugar con más flores o más privado o más escandaloso…no lo sé.
Eso sí, sin pensarlo mucho, he desandado el trayecto, he atravesado la Plaza de Belluga, para sentarme en una cafetería rodeada de geranios rojos, preciosos, aunque no me guste  el aroma que desprenden. Me abruma. Pero sin embargo me gusta y mucho el paisaje que ofrece ésta hermosa Glorieta, por lo tanto compensa una cosa con la otra.
Ya sentada, en un espacio con sombra cerca de una palmera, he pedido un café con leche. Mientras espero mi consumición viendo el ir y venir de las gentes me ha llegado a la memoria el libro que estoy leyendo. Bueno, más bien me lo ha traído de regreso, la pareja de ancianos que están desayunando a mi lado. El lleva pajarita sobre una camisa que en su estreno era blanca y, ella un vestido a flores que hace juego con los parterres de geranios. Un algo escandaloso en sus colores, pero no deja de ser un toque personal, que a fin de cuentas, es lo que importa. Se les aprecia con esa complicidad de una vida entera. Ella lo ha ayudado con la aceitera y, él le ha contestado con  un gruñido que ninguna mella ha dejado sobre su compañera. Cómo el que oye llover una tarde de lluvia, pasando de idioteces supinas. “Di misa, pedazo carcamal”.
Anoche, en la soledad de esa habitación de hotel, me reafirmé  entre páginas y páginas, que el amor no tiene edad. Lo que sentí al comenzar la historia, ese momento casi tétrico de la tristeza que producía la escena, se fue difuminando con esa melancolía de una vida de cara al escaparate,  tremendamente vacía para sus protagonistas. 
El amor es lo que mueve el mundo y, lo que nos da la fuerza, la voluntad y la fe a cada humano. Sin él, no existe la plenitud…y aunque se tarde cincuenta años, los corazones que se han amado con esa fuerza, con ese ímpetu, con esa armonía total, terminan por buscarse y por encontrarse, aunque solo sea para morir juntos. Hermoso pero trágico.
En realidad somos sencillos para entendernos a nosotros mismos, pero francamente complicados para hacernos entender. Nos da tanta vergüenza decir lo que sentimos, dejar nuestros sentimientos al descubierto; que nos quedamos en esos hilos suspendidos durante años y años, haciendo profundas oquedades en nuestro interior. Alimentando las carencias de una forma brutal  a  sabiendas que ni tan siquiera se intentó y, por ende, culpando a un destino que igual hizo su trabajo y se quedó esperando que nosotros hiciéramos el nuestro, para compensar esa balanza que no somos capaces de apreciar.
Trae el café con leche y salgo por unos segundos de mis pensamientos.
Hoy no regreso en el autobús de las doce y media, sino en el de las nueve de la noche. Ayer tarde lo pasé genial con mi gente en una cafetería que me costó encontrar una eternidad. Fue una tarde-noche distendida, hermosa, muy amiga, llena de encantos. Me gustan esas reuniones, las disfruto como nadie. Tengo una carencia importante de compañía…siempre ando sola. Eso sí, aquí aplico una cita de Shakespeare…nunca dudes que amo y, yo añado, por más soledad que veas en mi.
Ésta tarde tengo “Té con poesía” una tertulia literaria en casa de una amiga, donde el ambiente, la conversación y la poesía obran el milagro de la cercanía. Momento que también me gusta, todo lo que sea cercano y personal, me gusta.
Me gusta reír, mirar a los ojos, saber que soy parte de un proceso de unificación.
Estoy esperando a mi hermana, gracias a ella, he decidido quedarme.
Y vuelven los pensamientos…con esa seguridad que me dice que me estoy perdiendo lo mejor de mi edad. Lo que me gusta, lo que quiero, a quién quiero. Estoy tan lejos de todo, tan sumamente lejos que ya no puedo medir las cosas ni por distancias. Es un abismo.
Espero, no ser yo como la protagonista del libro que me estoy leyendo ahora, no quisiera pasarme lo que me resta de vida, pensándote, añorándote y preguntándome…por qué nunca te dije mirándote a los ojos: eres tú. En lugar de conformarme con la creencia absurda y obsoleta que tiene que ser el hombre quien de el primer paso. Si la respuesta es no, el corazón y el cerebro confabulan para hacer pasar a otro estadio y olvidar el agravio y la desazón. Mira tú si es sencilla la cosa. Pues no, nos agrada meternos de cabeza en esas telas de arañas.
 El amor… ¡dichoso amor de los cojones! Que levanta corazones o los llena de podredumbre hasta las trancas conformando a golpe de maza una vida. No es justo, joder…no lo es.
Tendríamos que tener una especie de luz incorporada, cómo la que tienes los parking. Ocupado, libre…pero ni aún así. Porque luego queda que tus sentimientos sean los mismo que los de él. ¿Probabilidades?...una aguja en un pajar, ea.
Creo que nunca llegaré a comprender, el forro tan grueso con el que nos vestimos para disimular la piel que habitamos y, tengo la seguridad, que si hiciéramos las cosas más naturales y mucho más sencillas, no habría tanto sufrimiento, pena y desconcierto en las personas.
Estamos cargados de “vitriolo”.
Pero nos gusta lo complicado, somos incapaces de sentarnos en la piedra que nos oferta el camino, tenemos que andar kilómetros para hallar un confortable banco que posiblemente esté astillado…
Burros, somos burros.
Veo llegar a mi hermana, le hago una señal con la mano para indicarle que sigo viva, porque con las horas que llevo esperándola, es para estar muerta.
Se sienta a mi lado; tiene unos bonitos ojos verdes, me gusta cuando sonríe. Se difuminan mis pensamientos, regresa el color rojo, la luz, se callan mis voces internas… escucho la suya.



*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*



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