Mis manos acariciaron tu rostro…sereno, suave, lleno de opulencia. Me instruí en la textura de tu piel, los pliegues armoniosos de tu cuerpo bailando en aquellos sueños etéreos…sin formación ninguna, fui maestro.
Adorné tu pelo con mil sonrisas, desde el pubis a la cabeza, fue una brisa que solo alcanzó a viento fresco cuando el sol calentó mis pupilas y brotó como una corriente la vehemencia silente, pausada, sin prisas, coronándote entre el resto como mi único regente.
Te dediqué horas enteras, sin relojes marcado tiempos de espera, encontré lo que resta en las caracolas que traen sonidos de olas, cresta de sal y olores de algas muertas…y fui más tuyo que ninguno, por conocerte y adorarte, entre sabanas de fino lino y dos corazones unidos llegamos a la cima de los montes del olvido, en ellas nos perdimos ofreciendo al dios del ocaso un momento divino.
Y alcanzamos la madrugada callados y recogidos…yo te miré asombrado, tu lo hiciste reprimido…yo te dije te amo, tu soltaste un suspiro, yo besé tu boca, tu te abrazaste a mi ombligo y un susurro que me llego como un grito dejó mi cuerpo inerte y el tuyo sometido. Aposté por el amor y el amor me ha vencido…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
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