Cierra la noche sus ventanas
dejando en su interior el aroma de los sueños, un cacho de luna cosida al cielo
y esa pequeña estrella suspendida en el
deseo que pugna diariamente por seguir viva. Latente.
Sobre los tejados aparece el día volcando
su color sobre las antenas dormidas, los ojos se abren, las bocas espabilan y
un halo de luz se tragar la melancolía…
Empieza la jornada olvidando
quienes somos. Una taza que se estrella contra el suelo, un chocar de platos
viejos. Las cisternas cantando a su mañana, el pan tostándose en un agujero.
Mermelada o tomate.
Las mismas prisas, los idénticos
ruidos, el similar estorbo.
El jodido ascensor que no llega,
el reloj agitando sus saetas, los buenos días dados por inercia, los antónimos
asomando con destreza.
El bostezo alegre del niño, la histérica
voz de su madre, el calambre en el estómago, el autobús silente de los pensantes.
Calles y más calles, todas
iguales, todas sin pertenencia. Sonrisas de medio lado, callos en los zapatos, columpios
callados, el claxon de un tarado, rojos intensos danzando… Espejismos de seres
humanos.
No vemos, no escuchamos, no
sentimos, no amamos… No hay tiempo, no.
¿Y luego?...
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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