Languidece la tarde ante la
mirada desnuda de lujos, serena, va perdiendo el color dorado para vestirse de
negra gala chispeante. Allá arriba, entre los huecos de unas nubes caprichosas,
se despereza una redonda blanca que lleva grabado tu nombre.
Eres dueño de la luna, lo sé, lo
sabes.
No concibo mirarla sin rescatar
de mis memorias tu apariencia. Tan niño por la menguante, tan adulto por la
nueva. Igual que ella, que se refleja a voluntad dependiendo de quien la otea.
Unas noches magia, otras como un dolor de muelas.
Reviso los espacios silentes,
aquellos donde lates más fuerte, y, entre deseos que no se cumplen y heladas
que se difunden, recapacito si mi corazón merece que tanto te extrañe.
Recojo el fruto del tiempo e
intento tragarme los credos con el jugo de la experiencia, pero en algún punto
se atasca y revuelve mis tripas dejando al descubierto la ingrata realidad que
me envuelve.
No hay sueño capaz de trocar lo
que el destino dispone…si acaso, cerrando los ojos de nuevo y soltando amarras,
con una luz de gas formando filigranas en las paredes desnudas de mis sesos, podré
palpar la vehemencia en la piel de ángel que te alimenta…
Se oculta la tarde, ya es noche
abierta…en el cielo jugando entre las ramas aparece ella, y en la tierra, la soledad más
alarmante patea sin recatos mi inocencia.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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