viernes, 25 de noviembre de 2011

UN SUSPIRO...


Allá en la pequeña aldea, donde cada palmo se hace olvido. Vi tus ojos marinos, cuando mis pantalones no alcanzaban los tobillos. El mundo era una piruleta, y aquellos rizos tapando un poco tú cara, era la envidia de quien te miraba ¡morena!
Un campo abierto a la vida, de un verde esmeralda…y aquél trigo con sus aromas ¿recuerdas cómo bailaba? Yo recogía amapolas que engarzaba para hacerte una corona de hada.
Que bonitos momentos…un aro de hierro, una pelota de cuero…tu comba, mis miedos y aquellas risas que nacían de adentro.
El agua corría tranquila entre el jaral y el silencio.
Después vino el tiempo…
Los verdes se hicieron más intensos y tu cuerpo cambió su estado por el azúcar rechinando en mis pensamientos. La sensación del aleteo, del corazón brincando dentro…mis besos, tu sonrojo, mis caricias, tus antojos.
Y la vida siguió su curso abrazos el uno al otro…
Lejos de aquella aldea llegaron los retoños, tres años más tarde de aquella mañana clara donde el vestido blanco tapaba el sol que alcanzaba y volví a ver los ojos marinos en aquellos pequeños que nacían de tu alma. Confortando mi dicha y haciendo techo  de nuestra casa.
Han pasado sesenta lustros desde el día que vislumbre tu cara y quedaron tatuados aquellos luceros que brillaban con luna clara, la corona de amapolas todavía la siento pegada en tu pelo y el olor a libertad recubre mis poros  cada vez que te beso…
Todo ha cambiado, más todo sigue en su centro…el agua, el viento, el árbol y aquél cerezo…mis ternuras, la dulzura de tu cuello, mi poesía y tus verbos.
Y sigo hablando contigo e implorando a ese cielo introvertido que me deje ver de nuevo tus ojos marinos.



*Rocío Pérez Crespo*
*Derecho Reservado*



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