Quiebra la mirada el horizonte y,
entre los árboles que apuntan a mi cielo, escucho la voz del caminante que va
dejando su eco en mi recato.
No son tus pasos, ni la beldad de
tu palabra, es más bien la tierra amiga la que me da el olor de las diamelas
cuando se abren frescas en la alborada.
Y tú, que eres la fuente, la dúctil
asociación entre el ingenio y la esperanza, me brindas la sibilina búsqueda de
los anhelos que cubren tu almohada.
Encontraré opulencia en los rizos
que dibujan las nubes y anularé el oprobio de lo incierto que da el abrojo. Y
en el escollo de las últimas aguas negras, abriré un lago con los ojos de la
conciencia. Y allí, escondida entre el jaral y viento eterno, hallaré dormida la esencia que untará tu cuerpo con el dominio de mis manos, y la
suavidad permanente de un solo beso.
*Rocío Pérez Crespo*
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