Allá en la pequeña aldea, donde
cada palmo se hace olvido, vi tus ojos marinos cuando mis pantalones no
alcanzaban los tobillos. El mundo era una piruleta, y aquellos rizos tapando un
poco tu cara, era la envidia de quien te miraba ¡morena!
Un campo abierto a la vida de un
verde esmeralda y, aquél trigo con sus aromas ¿recuerdas cómo bailaba? Yo
recogía amapolas que engarzaba para hacerte una corona de hada.
Que bonitos momentos…Un aro de
hierro, una pelota de cuero…tu comba, mis miedos y aquellas risas que nacían de
adentro.
El agua corría tranquila entre el
jaral y el silencio.
Después vino el tiempo…
Los verdes se hicieron más
intensos y tu cuerpo cambió su estado por el azúcar rechinando en mis
pensamientos. La sensación del aleteo, del corazón brincando dentro; mis besos,
tu sonrojo, mis caricias, tus antojos.
Y la vida siguió su curso abrazos
el uno al otro…
Lejos de aquella aldea llegaron
los retoños, tres años más tarde de aquella mañana clara donde el vestido
blanco tapaba el sol que alcanzaba y, volví a ver los ojos marinos en aquellos
pequeños que nacían de tu alma. Confortando mi dicha y haciendo techo de nuestra casa.
Han pasado sesenta lustros desde
el día que vislumbre tu cara y quedaron tatuados aquellos luceros que brillaban
con luna clara. La corona de amapolas todavía la siento en tu pelo y el olor a libertad recubre mis
poros cada vez que te beso…
Todo ha cambiado, más todo sigue
en su centro…el agua, el viento, el árbol y aquél cerezo…mis ternuras, la
dulzura de tu cuello, mi poesía y tus verbos.
Y sigo hablando contigo e
implorando a ese cielo introvertido que me deje ver de nuevo tus ojos marinos.
*Rocío Pérez Crespo*
Querida Rocío!! Es poesía lo que escribes, decenas de hermosos y delicados versos...Me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte.
Gracias Juana por tus palabras, un beso enorme guapisima.
ResponderEliminar