¡Oh! trozo de Cielo que suplicas
clemencia, apostado en los costales de un credo impío. No hallarás paz ni gloria hasta que no te
rearmes en la base más profunda de la memoria. Ni encontrarás un atisbo de
cordura, mientras sigas bebiendo de las aguas del sacrificio y te inmoles cada
madrugada en pos de la certeza, como si cualquier dios, tuviera oídos para
escucharte. Son muchos los que gritan y allá arriba, o quizás sea debajo o al
lado, no hay espacio para tantas voces.
No hay más oropel que tu propia sombra proyectada en una arista de la pared.
Tendrás que romper las telas que
te envuelven, ajadas y negras como la brea y,
escupir sobre la tierra la sal de tus entrañas, el veneno y la
desgracia, dejar que con ella crezca
sana la única cosa que ha salvarte.
La vida son dos días de riesgo,
incierto, inicuo y, uno de claridad serena, el más cercano a la muerte.
Cómo sellaste el corazón dejando
todas las llamas del infierno dentro…
*Rocío Pérez Crespo*
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