No existe el amor
imposible,
Existe la cobardía
asumida.
Alineamos los campos cargados de
piedras para poder mirarnos sin rencores. Hablamos de simetrías como si
fuéramos dos hipérbolas, sin darnos cuenta que somos el norte y el sur de dos
continentes diferentes. Cuando amanece en uno, anochece en el siguiente…
Se arrecian los reproches
chocando contra las paredes, ya, ni las lágrimas tienen el sabor de un posible mañana con tintes de ternura.
Todo lo ha devorado la
desconfianza… sin ser almas negras, los hechos caducan las palabras
convirtiendo a la sensatez en una mera marioneta que guardamos en el último
rincón de la conciencia. El adiós se queda pegado a unas cuerdas vocales
paralizadas por el miedo absoluto de perdernos, pasando de esa realidad irónica que se refleja en el espejo y nos
grita cada alborada que ya estamos más que perdidos. Que el camino de vuelta a
casa se borró hace años y en su lugar nació una hiedra espesa cubriendo todos
los otoños.
Echaré de menos tu piel, suave
cuerpo en mi cama. Tus ojos marrones reflejados en mis caderas, tus manos en mi
espalda. Pero no a ti, tú seguirás estando en todas mis estancias. Y, tú, amor…mis besos, mi boca saboreando la
miel de tu centro y mis benditas
alabanzas. Pero no a mi, yo seguiré estando en todos tus momentos.
Así…
Dormiremos tranquilos cada uno es su sueño,
sabiendo que al despertar, lo haremos en soledad, con un inquieto vacío que nos
sacuda el alma, pero sin nada que
reprocharle a Eros.
Somos nosotros que nos amamos
tanto los que no hemos sabido hacerlo y, hoy a los postres, no queda azúcar
suficiente para tragarnos sin muecas nuestros propios recelos.
*Rocío Pérez Crespo*
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