No soy verbo, ni verso. Ni mi
corazón salta de alegría. Encarcelada en la soledad, observo el cristal de mi
vida y, despacio, computo como me
devuelve el reflejo de la desidia.
Tiempo…Tiempo que no camina.
Punitivo y fatuo.
Me siento como la
hiena hundiendo su hocico en las tripas de la misma muerte. Cargando mis
venas de recuerdos opacos, de voces que explotan en mí conciencia… Tú eres, tú
eres…
No, no soy yo.
Ni oscura ni sibilina. Sin
embargo, hago reventar los lagrimales y mancho de bruno
argumento el alma del niño indulgente que me instó a creer en él. A cambio
trueco mi calma por su agonía hasta consumir la poca estima que me queda.
Me rompo en pedazos y, no en sus
manos de hombre. Sino en las aristas abismales del mismo infierno, donde la
piel se queda pegada y la sangre chorrea hasta agotar la dicha de tener como aliadas, las alas que
me brindaron una nube de colores.
Estúpida inconsciente…
Sola, en el destierro de este
cuarto, me anclo a un pasado que no tiene memoria en su memoria. Solo, los
fragmentos gastados de aquello que reventó las entrañas, manchando de mierda lo
blanco y sublime de mi existencia.
Y me escucho suplicando a una
pared sin puertas que se abra y deje entrar el sol, para calentar en un algo la
impureza que me absorbe. No quiero sentir el frío, como tampoco quiero sentir
el hambre. Y aunque me toque comer los podridos intestinos que me ha dejado
sobre la tapa de la imputación, sé que no soy pérfida ni santa…soy una mujer
que lo ama, como quizá, nadie nunca lo
amó.
*Rocío Pérez Crespo*
Bello y desgarrador, querida Rocío. Cómo me emociona leerte.
ResponderEliminarMuchos besos.
Juana, poetisa...muchas gracias por tus palabras. Llegando de la voz de una mujer que me apasiona leer, es todo un lujo, creértelo.
ResponderEliminarUn beso enorme.