martes, 17 de septiembre de 2013

ME CAÍ DEL CIELO DE LOS NECIOS...





¿Cómo te lo digo sin aparentar frialdad?
Sí, ese día vi caer la gigantesca piedra sobre el tejado y no hice nada. No me dio la gana. No grité, no alerté. No sentí pánico. Me quedé sentada, con las piernas cruzadas fumando un cigarro. Mirando el tremendo agujero, sin importarme un carajo el destrozo que estaba causando.
Observé como atravesaba una habitación detrás de otra, llevándose a su paso, recuerdos y momentos de toda una vida. Los retratos, el piano, el escritorio vestido de lunas de las noches de mayo. Mis pasos, tus pasos, mis ropas, tu osadía.
Estallaron los cristales del mirador invadiendo la calle de brillos de agonía,  y los viejos versos volaron por los aires entonando su última melodía. Un canto de sirenas roto, que sonaba a rebeldía.
No sentí nada: ni miedo, ni zozobra, ni angustia, ni melancolía…
Al final, cuando la piedra no pudo seguir su camino, reventó la puerta saltando por los aires las astillas de tu cobardía. El polvo cubrió mi pelo de gris  y los anhelos de cenizas. .
Me levanté del viejo banco del jardín de las delicias, el no importarme nada seguía sacudiendo las venas de mi dicha, asaltando de paz cada molécula viva. 
No giré la cabeza cuando el sonido del derrumbe azotó el santo silencio de la avenida.  Solo despertó en mi alma una preciosa sonrisa y, note la gravedad actuar cuando pisé tierra firme escrutando como se marchaba la siniestra nube de la necia rutina.
Una guerra ganada –me dije-. Sí, no me mires así… Fue la mía.



*Rocío Pérez Crespo*




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