A ti, que te
gusta la poesía, los acordes, la grandeza.
A mí, que
descubro cada día el límite, el duro tacto de la apariencia.
A ellos, que
añoran la estrofa que sale de tu boca.
Mírate en el
espejo, hombre de hielo, desquebraja ese corazón que
crees tierno
y, aprende a mirar a tus demonios a la
cara.
El tiempo,
ese ingrato que permite adivinar la estructura insignificante de una mentira,
que se pasea alegremente por el vértice de la experiencia y, acumula en sus
años la sapiencia de lo que no se debe hacer. Y probablemente ni decir.
A ti, que no
sabes dar palos de ciego
A mí, que
te miro y entiendo la poca esencia que
escondes
A ellos, que
se corren con la mera sensación de tu perfume.
No dudes, o
duda, porque la vida es eso, saber y no saber, intuir y jugar a ese juego cruel
donde no hay vuelta atrás cuando te sale un uno en el dado.
Decadencia
vestida de seda, una grandeza infame que guarda en el cajón, el polvo asentado
de la absoluta mediocridad.
Rocío Pérez
Crespo.
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