Pasaron los motivos, pasaron las
ofrendas…quedó un cielo dormido sobre un
suelo de tristeza.
Callaron los sonidos ante tu razón y mi conciencia, murieron en tierra de nadie tus palabras y las promesas.
Sí, se agotaron las paciencias,
se partieron los afectos y nuestro mundo se partió en dos dejando a cada uno
en un camino sin regreso.
Troqué el verde que me cubría por
unas cuantas manchas de sucios aspectos.
Sin fe y con los ojos hueros
terminé cuando empezaba a sostener mi propio aliento. Así pasó el tiempo,
despacio demasiado lento.
Pero una noche…
Me escapé con los reflejos de la
luna encontrando en su cara oculta la verdad de mi existencia. Me esperaba con
tejanos y una camisa a cuadros sentado
en una nube con las piernas colgando.
Me habló de amor y magia, de
ilusiones y esperanza y dejó caer entre mis manos una estrella con puntas
labradas. Me miraba con los ojos muy abiertos haciéndome sentir que rozaba su alma y lo dejaba
prisionero.
Con un chasquido de dedos borró
la indiferencia que me cubría, y suplió lo impío de mis sesos con un cuarto de
arrogancia y un kilo de sentimientos frescos.
Y entre el jade más puro y el
índigo más limpio volvió el credo a mis estancias y la luz a mi mundo…aunque de
vez en cuando sienta que solo fue un
sueño tibio en una noche clara de intenso frío.
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