¡Uf!...que calor hace.
Buenos días, ¿estás bien?...ya
veo por tu cara que sí, además aquí se está fresquito, eso quieras que no
alivia lo suyo el carácter. Que se pegue
los pantalones a los muslos, crispa…ag.
Vengo de compras, de acompañar a
una de mis amigas, de las pudientes, a conjuntarse para la comunión de uno de
sus sobrinos. Ha sido toda una experiencia religiosa, créetelo, he tenido la
sensación en mis carnes de contemplar una aparición mariana, pero sin María y
siendo yo la que levitaba. Tanto, que he optado por venir a verte, no vaya a
ser que me quede en ese espacio nube-acolchada-limbo-imposible.
Dejando aparte que me ha tildado
de subnormal por darle mi opinión, eso es lo de menos, porque igual lo
soy…tengo esa sensación que los humanos no cambiamos por más siglos y avances.
La información genética, en ese punto, se quedó estancada. Si tienes, tienes
que gastar sin mesura. Marcando bien el territorio que habitas.
Verás…
Lo primero ha sido ir a desayunar
a una terracita en el centro y ya, con el estómago satisfecho nos hemos puesto
rumbo a una tienda de alta costura. Porque evidentemente ella no es de tiendas
normalitas, no. A su piel le salen sarpullidos solo con mirar mi camiseta y mis
tejanos, made in Springfield.
Después de probarse mil conjuntos
entre dependientes sobones y cargantes, con sonrisas “profiden” que te llaman
cariño cuando te ven entrar y te dejan caer dos besos que ni te rozan, ha optado por un pantalón con chaqueta corta
en verde menta con apliques en morado, de un famosísimo modisto. Realmente es
un conjunto muy bonito que le queda precioso, todo hay que decirlo.
Después de pasar por la sección
zapatos, eso mejor no te lo cuento, hemos
ido a parar al apartado más selecto…bolsos y complementos. Aquí es donde nos
han obsequiado con chocolates y champagne.
En este punto es donde he tenido
esa experiencia…no me he atragantado de milagro.
¿Cómo se puede gastar una persona
dos mil trescientos diez euros en un
bolso? Fácil, sacando la visa oro o, casi mejor la platino. Es surrealista por
completo, diga ella lo que quiera decir. Y encima, al darse cuenta de la cara
que he puesto, me ha preguntado con sorna ¿has visto un muerto? No nena, si
hubiese visto un muerto te garantizo que mi cara no sería esta, sería una cara
mucho menos crispada.
Viendo tanto ella como el
dependiente, mi asombro latente, han tenido a bien explicarme, más él que ella,
que dicho ejemplar de bolso esta confeccionado con la piel entera de un
cocodrilo y, qué como vería, mostrándome el bolso, está cosido sin costuras
aprovechando y mimando al cien por cien la piel del bicho.
O sea, ¿que encima de todo han
matado a un cocodrilo para esto? Es aquí justamente cuando mi amiga me ha
tachado de subnormal. Bien…
Entiendo que siempre ha habido
clases sociales, lo que no comprendo es que todavía se estén muriendo niños de hambre agarrados a una teta más seca que la estopa.
Que haya una pobreza que roza el techo, que encima tengamos una crisis horrible
que soportar, que muchas personas rebusquen en la basura, tus vecinos, mis
vecinos, para llevar un algo a la mesa y, que unos pocos, no tengan conciencia
de todo eso y, se permitan sin complejos y alegando que el dinero es suyo, que
lo es, gastarlo en sandeces como un bolso sin costuras para meter dentro un
jodio carmín y un móvil última generación.
¿Te has parado a pensar que con
lo que cuesta ese bolso come una familia más de dos meses? Pero si añadimos el
traje y los zapatos Blume, tienen cubierta la hipoteca dos años, joe. Y todo
eso para asistir a la comunión de un sobrino.
El día que se case tu hija te
capuzas la cúpula de San Pedro encima, chata…
Claro qué, según mi amiga, si
personas como ella no compran esos artículos iría mucha más gente al paro. Empezando por el
matador de cocodrilos y terminando por el de la sonrisa “profiden”.
Supongo que si se estipulan esos
precios es porque hay demanda de ellos. Y me fastidia. No por el hecho de
gastar a lo bestia en una castaña cosida sin costuras, no, sino por la
sensación palpable de que quedan personas tan apartadas de la realidad que
acojona. Viven en una especie de esfera, de nube, que los aparta de lo
cotidiano. Están tan elevados que no tienen remota idea de lo que anda por el
suelo y eso, en estos tiempos, es demencial.
Asumo las injusticias, porque el
mundo es así, aunque me parta el alma contemplarlas. Pero no por eso, no por la
impotencia que me pueda crear verlas, tengo que pasar de ellas.
En fin…
Para redimirse un algo conmigo y
mi careto de pocos amigos, me ha dicho que si quiero, me deja el vestidito rojo
de Herrera para la presentación del libro de un amigo que tengo el viernes.
Amablemente le he dicho que no, prefiero mis vaqueros de mercadillo, que igual
si voy con marcas no me reconocen y, ciertamente perder la identidad a estas
alturas, no me apetece.
Bueno, pues ya me he despachado a placer, ahora me voy que
tengo que hacer la comida, que yo no tengo asistentes.
Pero antes… ¡espera! me acabo de
acordar de un… ¿te lo cuento? ¿sí?
Está una pareja muy “osease de
verdad” en el zoo, observando a los cocodrilos.
A todo esto uno de los reptiles, sale del agua y fija sus ojos en la chica
avanzando hacia ella…ésta asustada, con las manos en alto, voz aflautada y
piernas juntas, sale corriendo, mientras grita: socorroco, socorroco, que me
quiere comer un lacoste.
Te has reído…me gusta.
Hasta pronto, bombón.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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