Te llamo amor, y no estás.
Ni tu voz ni tus caricias me
acompañan, en estas largas noches de infinitos días; no brilla la aurora ni la luna alumbra mi
cama. Un espacio de sombras envuelve la memoria, y se mecen al compás de una
nana histérica que saca sus garras y jeremiquea irónica, abriendo con su melopea arquetas repletas de recriminación.
Te busco amor, y no te encuentro.
Ni el calor ni tu cuerpo
reconozco. Son claves perdidas, señales muertas de un pretérito enterrado allá donde no hay espacio para
averiguar la oquedad de tu resguardo. Callas y caigo. Y los ojos se vuelven
ciegos y el cuerpo flácido dejado y consentido en una maraña de provocación,
sumisión y desvarío.
No queda camino cuando el camino
empieza donde yo termino.
Una pulsación se escapa
alcanzando la cota más alta, una eternidad me cubre de sensaciones jacobinas,
me eriza la piel, me siega el sentido, regresan las arcadas.
El telón cae con su pesado
terciopelo. Se acabó la farsa, las caretas están en el suelo y entonces, entre
pesares y pensares, desde atrás escucho tu tono sibilino pronunciando mi
nombre…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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