Tengo una amiga que se ha gastado
un pastón en una lavadora que le da los buenos días con su nombre. No puedo
soportarlo, ni entiendo que gastes mil euros más de la cuenta para que un
cacharro infecto te diga con voz de ultratumba, buenos días Mari. Cacharro “mu”
listo (ya que habla) pero incapaz de ponerse ella sola el detergente, el
suavizante, meter la ropa seleccionada en su enorme panza y programarse.
Tampoco sabe tender, así que ya de planchar, ni hablamos. Eso sí como se
averíe, la factura es equiparable a un riñón, hay que cambiar todo el cuadro de
mandos, qué como no podía ser de otra manera, es un
ordenador.
Conclusión: Con una lavadora más
económica me apaño y si quiero los buenos días saco la cabeza por el ventanal
de la galería a ver si pillo a “la” Carmen…nada mejor que la vecina.
Es como los detergentes. Os pongo
en antecedentes: el niño que entra hecho unos zorros y manchado de barro y
chocolate hasta las trancas. La madre toda feliz bailando en la cocina y
diciendo a voz en grito…el lavar se va a acabar.
Tú con cara de boba mirando la
televisión y preguntándote; ¿Qué dice que
se va a acabar?
Lo normal es ver entrar así al
niño y del grito dejarlo sordo media hora. Porque en pleno siglo XXI si quieres
quitar manchas, las tienes que quitar como tu abuela…a mano y frotando, ah, y
dejando la ropa previamente en remojo.
Porque aunque el detergente sea
la leche (mentira) y la lavadora te
hable, como no hagas todo ese proceso te vas a la calle con más medallas que un
general.
Conclusión: Sigue con tu
detergente, ni caso a la chica cantarina, no tiene ni idea. Ah, y los polvos
del tarro rosa, no son de Marte, te lo
aseguro. Es un sencillo perborato que comprado con su nombre original no llega
a los dos euros.
Ahora vienen los robots.
Unas aspiradoras “monísimas” de
la muerte que merodean por tu casa ellas solas mientras tú te lees una novela.
De vez en cuando levantas los ojos para echarle un vistazo y decirte a ti
misma…que dinero más bien empleado. Hasta que te das cuenta que el “jodio”
bicho no llega a los rincones y para cuando quieres emplearte tienes el suelo
limpio como una patena y todas las esquinas de la casa como una pocilga. ¿De
que ha valido? De nada.
Conclusión: se guarda el bicho en
el trastero, se saca de nuevo la mopa.
¿Nos hacemos un zumo?... ¡Vale!
Sacamos un aparato enorme, que no
puede estar en la encimera porque sino no tienes espacio ni para cortar el pan.
Sacas tres naranjas y empiezas a meterlas por su boca, pones el vaso debajo. Te
das cuenta que con tres naranjas no llenas el vaso, añades dos más… ¡estupendo!
Ya tenemos el zumo con todas sus vitaminas…. ¿ahora que nos queda?
Desmonta el aparato, limpia los
filtros, sécalos con cuidado no vaya a ser que se oxiden, móntalo y volverlo a guardar. Esto, más vale
que lo hagas después de beberte el zumo, si lo haces antes, se te van a
evaporar las vitaminas.
Conclusión: O dejas de tomar zumo
o sacas el exprimidor eléctrico y que encima te llena el vaso con dos naranjas.
Voy a limpiar los cristales y
azulejos.
Sacas un artefacto que poseé una
varilla telescópica como tecnología punta (pero que en realidad es un
palo que se desliza con un tope) y que su esponja no entra en ningún cubo.
Haciendo malabares, lo metes inclinado, escurres con una palanca que lleva
incorporada y comienzas de arriba a abajo. De pronto la tecnológica varilla se
hunde, casi te comes los cristales porque estabas haciendo un algo de fuerza
sobre una mancha, te cagas en “to” y vuelves a ajustarla. Entonces sale más de
la cuenta y te clavas el chisme en una teta que te deja “pasá” de dolor y al
final resulta que tanta gaita no vale “pa” “na” porque tienes que secarlos a
mano o se quedan “empañaos”.
Conclusión: Bayeta, cubo y amoniaco.
Y encima te ahorras la factura del ginecólogo, joe.
Y voy a parar aquí aunque quedan
muchos, muchos más…otro día os hablo de la planchas, de los cuchillos hechos
por monjes tibetanos (como si no tuviesen otra cosa mejor que hacer) y de unas
sartenes dobles para tortillas.
Nos llenamos de tecnología
propagandística pensando que nuestra vida va a ser más grata para terminar
haciendo las cosas como siempre…una verdadera pena.
*Rocío Pérez Crespo*
jejejejejeje nos dejamos engañar. Saludos
ResponderEliminarbueno, jocoso y triste por lo real,
ResponderEliminarsaludos
Gracias Anónimo por tu comentario...saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Omar...besos.
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