Perdida en el valle, entre pinos
y genista alcanzo a mirarte de frente, no sin cierto recato. Hay un enigma que
te viste, celeste y blanco, que me impide posar los ojos sin vergüenza. Huele a
limones, a sosiego. Esa paz que proyectas
inunda a raudales el alma
incansable de esta penitente.
En un gesto pueril, sonrío…nadie
me ha contado la historia de tu encanto, sin embargo siento el bien a cada
paso, como si en el silencio que te envuelve dejases escuchar la voces de aquellos que te levantaron.
Entre chocolate y pan de carrasca
de las manos laboriosas de los que te rezaron, brota la esencia que te mantiene
serena y al cruzar el pequeño atrio, mis
piernas tiemblan.
Dentro, el frío de tus muros
rodean mi cuerpo, más el corazón sigue
templado ante tu universo. Sencilla, casi austera; solo unas cuantas velas
alumbran la imagen de tu Virgen serena y un solo fraile le reza…más yo, muda,
me como a bocados grandes la concordia que me regalas a manos llenas.
De píe ante ti, mi espíritu se
despierta y puedo al fin entender, que hay pasados que nunca pasan en las
conciencias. Por más cegueras, siempre habrá un mañana que pueda saborearte como yo, en esta tarde sin boato y cargada de una luz
inmensa.
Adobe anacoreta, trece tu número santo, humildad que acaricia la mano de Dios.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
Más pasado...
Esta Ermita es para mi, un lugar en el mundo. Ese espacio que une tierra y cielo, cuerpo y alma.
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