Subida al carro de las mil
preguntas, sólo precisaba una respuesta. Una solo.
La mañana se presentaba luminosa,
azul y calida, cuatro nubes con aspecto de algodón parecía suspendidas casi
como un adorno, en ese cielo celeste limpio. El sol brillaba con fuerza. Olía a primavera, a brotes verdes tempranos,
a amapolas, a cambio de estación, a movimiento, a futuro…
Las cubría un toldo amarillo y
blanco en esa terracita, acogedora, de la plaza mayor.
Ana estaba agitada y esa
inquietud nada tenia que ver con el
paisaje que tenía delante, ni con las expectativas de unas vacaciones al lugar
de sus sueños. Egipto. Acompañada de Luisa y de un café con leche bien
caliente, desplegaba sus sentimientos al compás que comía una tostada de pan
con aceite y manzanas asadas.
- Son mis sentimientos y, sean
recíprocos o no, siguen siendo míos. Tengo derecho a expresarme.
- Nadie te dice que no lo hagas,
Ana. Pero…me parece una exposición estúpida donde vas a quedar, cómo poco,
tocada de más. Tienes que estar segura para dar ese paso. Esto no es echar la
quiniela, aquí se habla de estar enamorada y, eso cuando no es correspondido,
por más madurez, por más derechos…jode.
- ¿Pero por qué me tiene que
pasar esto? ¡Con lo bien que estaba! Tranquila, en paz conmigo misma. Sola…en
paz.
- Porque estabas predispuesta.
- De eso nada.
- De eso todo, en el fondo
estabas predispuesta a enamorarte. Por más puertas con llave, más cofres en el
fondo del mar y mas historias de corazas y heroínas, tú, querida mía,
necesitabas enamorarte.
- ¡Tengo una suerte que me rompo,
coño!
Las dos eran divorciadas. Luisa tenía
su vida rehecha desde el año pasado. Cuando Amadeo, un hombre un algo mayor que
ella se cruzó en su camino y el destino jugó a su favor. Sin embargo para Ana el divorcio le había dejado secuelas. Aún
siendo de mutuo acuerdo dentro de la más profunda cordialidad y respeto, ese proceso la había dejado con demasiados
miedos.
Después de veinte años de
matrimonio, enfrentar que una parte considerable había sido un desperdicio de
tiempo y sentimiento, de lucha, de reclamo, era un despropósito. Ahora no sabía
enfrentar una nueva relación. Ni tan siquiera sabía enfrentar sus sentimientos.
Era puro pavor. Era consciente que quería a ese hombre, estaba sumergida en un
mar de dudas respectos a sus sentimientos por ella. Era todo barro y figuras
chinescas. Nada era real y, con todo eso llegaban los mismos planteamientos: ¿Y
si todo es lo mismo? Los primeros meses de lindezas y, después ¿qué? ¿Qué le
podía ofrecer? ¿Qué podía ofrecer ella?
Estaba apartada de la vida
social, de cenas, salidas y entradas. El acercamiento de cualquier hombre le
producía una abrumación fuera de lugar. No quería nada con nadie. Y de pronto,
una noche, vio unos ojos y se quedó prendida de ellos. Pero de unos ojos que
hasta el momento no le habían devuelto la mirada. Ana era un fantasma.
Dudas, confusión, estados de
alerta…más confusión.
- Estás enamorada, Ana, eso no es
pecado, alégrate por ello. Estás viva, estás estupenda y tu corazón siente. No
tienes que sentir vergüenza…-apostillaba Luisa con la boca llena de pan-.
- Si, tienes razón. Pero estar
enamorada de alguien que no sabe que existes es una putada. Me deja vulnerable,
pienso que estoy haciendo la tonta. Pensará
de mí que soy imbécil. Me quedo mirándolo como si fuera una tarada y, no
puedo evitarlo. Esa es la vergüenza…
- ¡Uf! ¿Ves?...me estás dando la
razón. Con esas ideas no puedes ir y decirle lo que sientes por él.
- Lo sé, pero si lo hago y me
dice que no, pues ya está, una cosa menos. Dejaré de una vez está maldita
zozobra para respirar en paz de nuevo, me olvidaré que existe.
- ¿Y si te dice que sí? ¿Qué
harás?
- Morirme de miedo.
- ¿Me lo explicas?
- Pues por un lado me sentiré
pletórica, eso es normal. Pero por el otro me preguntaré miles de cosas. Ya sé
que para ti no tienen sentido, pero para mí es algo fundamental saber el paso
siguiente, soy así, no puedo evitarlo.
Mira: no necesito a nadie que me
alimente, ni que me de nada, únicamente pido amor. ¿Y cuánto puede durar eso?
¿Un mes, tres meses, un año? Yo no quiero un hombre para lavarle los
calzoncillos y hacer el amor una vez a la semana. Quiero un compañero en mi
vida, en mi vida, no en mi cama. No quiero volver a sentirme recipiente. Tengo
la mala suerte que cuando me enamoro lo hago hasta las trancas… ¿pero y él? Eso
me asusta muchísimo. Volver a vivir lo ya vivido no es un plato que busque. No
me gusta esa ingesta.
- Acaso ¿eres de las que sueñan
con el amor eterno? ¡Por Dios, Ana, espabila! Obsérvame a mí con Armando.
Muchas veces tienes que acoplarte más a la compañía con cierta ternura que a
ese amor del que tú me hablas. Tenemos una edad y creo que envejecer solos no
es lo conveniente.
- ¿Ternura? Joder.
- Ni joder ni porras…sí, ternura,
cariño y una pizca de gusto. A mi Amadeo me gusta, me siento bien con él, lo
adoro, me ofrece todo aquello que se me negó… ¿pero enamorada? No, Ana, eso no
existe.
- Entonces… ¿Qué me estás
hablando de vergüenza y de que estoy enamorada? –preguntó Ana un poco alterada
mientras encendía un cigarrillo.-
- A nuestra edad no pensaba en
ese enamoramiento del que me hablas. Eso está bien para los quiceañeros, no
para nosotras. Eso ya lo vivimos hace eones ¿y de que nos ha servido? De nada.
El amor en sí, se pierde con la rutina. Esos amores no existen, nena, no
existen.
- Pues si no existe como dices,
prefiero quedarme como estoy. Me olvidaré de ese hombre para siempre desde ya.
Porque lo que no pienso hacer es compartir mi vida con un sucedáneo.
- Amadeo no es un sucedáneo, joer
Ana.
- Ni tampoco chocolate puro…
¿cierto?
- No, no es chocolate puro, pero
míralo así: es chocolate con leche.
- No sé Luisa, necesito que me
amen con la misma fuerza que amo yo. Necesito ser la mujer en la vida de
alguien, pero ser la mujer, lo más importante para su vida. No quiero volver a
andar quince pasos por detrás, ni sorprenderme preguntándole… ¿me quieres? Quiero sentirme la princesa de algún cuento,
coño. No quiero más mezclas en el chocolate… ¿entiendes? Por bien que sepan,
por bueno que esté…no quiero mezclas.
- Ana, no existen los Romeos.
Aunque te siente mal lo que te estoy diciendo, no existe lo que anhelas.
- No me entiendes Luisa y, no me
sienta mal lo que dices… ¿veras? No quiero ramos de flores, no quiero bombones,
no quiero joyas. No quiero que me lleven en bandeja de oro, ni convertir a mi
pareja en un sartenilla. No quiero versos, ni odas. Ni canciones dedicadas, no
quiero melaza, ni puestas de sol. No quiero rodillas en el suelo. Quiero un
hombre normal con la capacidad de amarme. De sentir por mí…AMOR.
- Pues lo tienes jodido, que lo
sepas. Los hombres no sienten amor, solo recrean una pantomima cuando les sirve
a sus propósitos.
- O sea, que según tú es un sentimiento absoluto femenino, ¿es eso?
- Pues sí, panfilota. Y que sepas
que tampoco son románticos, por eso te he dicho que no existen los Romeos. No
recuerdan fechas, ni aniversarios y, no
se enfadan si no las recuerdas tú. No se quitan la vida, metafóricamente
hablando, por ninguna damisela. No, Ana, estás equivocada. La vida real no es
una película, ni una novela. En la vida real tienes que tener los ojos muy
abiertos y las ideas muy claras.
- ¡Eh! Yo las ideas las tengo muy
claras, más que claras, meridianas.
- Pues francamente, no lo parece.
Los hombres quieren por rachas, no son estables. Su capacidad de sentimiento no
les permite amar a tiempo completo. Son como corrientes marinas, van y vienen.
Su punto álgido en el amor, son sus propias erecciones.
- joder... ¿alguno habrá, no?
- Todos, Ana, cuando empiezan
todos son románticos. Pero les dura lo que una gripe, siete días de subida y
después, de la misma cepa ya no se contagian más… ¿me comprendes?
- Perfectamente, pero me fastidia
darte la razón. Sé que la tienes… ¿Qué voy a hacer si no soy capaz de estar con
un hombre solo por cariño? ¿Si tampoco voy a soportar que esté conmigo por la
misma razón?
- Quedarte sola o cambiar el
chip, pero no pidas a un hombre amor eterno porque te estrellas fijo. Es más
fácil que le pidas rosas, joyas, hasta un viaje a Barbados…todo eso que no
quieres, ellos te lo dan de mil amores.
- En esta conversación solo falta
Carmen alegando que para la próxima vida se pide ser lesbiana.
- Mira, Anica guapa, prepara las maletas
que nos vamos a pegar una semana en Egipto de tres pares y, con un poco de
suerte te quitas al hombre ese de la cabeza y te encaprichas de un egipcio
moreno de profundos ojos verdes… ¡vive la vida, coño! Que son dos días.
- Que fácil lo ves todo, joe…de
verdad.
- No es facilidad de visión, es
la realidad y dejar de engañarme hace mucho tiempo.
- Si tienes razón, la
tienes, la tienes. Está bien, me quitaré
de la cabeza tanta estupidez y del corazón su parte más noble… ¿te parece?
- Eso y así entre un buen
gambari, seguido de un kumafa y regado con zabih, con un marco incomparable
intentaremos entre las dos que veas el mundo de otra manera. Y ahora vámonos
que tenemos que hacer unas cuantas compras.
Las dos amigas se levantaron,
dejando aquella mesa y el sol de la mañana entre aromas calidos y dulces.
De pronto Ana se paró y sin más
preguntó.
- ¿De verdad que no existen esos
hombres?
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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