Esta mañana de viernes, que sabe
radiante, al volver de desayunar, he descubierto en uno de los laterales de La Catedral una pequeña,
pero muy pequeña librería donde venden
libros antiguos y de segunda mano.
Al entrar en ella, me ha cubierto
esa sensación de antaño; cuando siendo niña me colaba en la biblioteca de mi
pueblo a experimentar entre sus baldas todas las sensaciones que me eran
permitidas.
He encontrado uno de Chaucer, que
lo he leído recientemente (de nuevo) pero curiosamente no lo tengo en mi gran
tesoro (pequeña biblioteca) así qué, ni corta ni perezosa, lo he comprado; con
esa sensación interna que se produce cuando se consigue lo que se quiere o sea,
sin frustraciones.
Me ha chocado, arrancándome una
sonrisa, el entorno clásico, austero, recogido, casi agónico, con el ordenador
del dueño descansado altanero sobre el mostrador. Desde luego, hay cosas que
nunca casaran por más empeño que le pongamos. He pagado mi libro y, al despedirme del señor que tan amablemente me ha
atendido, mis ojos, éstos ojos que cuando están rodeados de belleza se empiezan
a desprender, se han tropezado de frente con un Fausto que estaba colocado en el diminuto escaparate, francamente me ha resultado más que
provocador, al punto de pensar que si estuviese en mis manos, me lo llevaba a
casa, seguro que luciría mejor. No ha pasado desapercibida mi reacción ante el
dueño de la librería, qué con un brillo especial ha dicho: es toda una maravilla, lastima que
unos pocos solamente reparen en ello.
“Cuatrocientos euros ahora mismo,
es una pasta que no me puedo permitir”
Al salir de nuevo a la calle, he
respirado profundo el aroma, el calor, el sueño, la distancia, la risa, los
amigos, la soledad…todo ha regresado a mi piel.
He bajado por Traperia casi con
la indiferencia de quien pasea por sus calles todos los días, llegando a la Plaza de Santo Domingo para
darme cuenta que en ésta mañana me apetecia mucho más el color rojo. ¿Por qué?
ni idea, supongo que los humanos somos así de raros. En un segundo aparece un
cosquilleo que te dice que mejor un lugar con más flores o más privado o más
escandaloso…no lo sé.
Eso sí, sin pensarlo mucho, he
desandado el trayecto, he atravesado la Plaza de Belluga, para sentarme en una cafetería
rodeada de geranios rojos, preciosos, aunque no me guste el aroma que desprenden. Me abruma. Pero sin
embargo me gusta y mucho el paisaje que ofrece ésta hermosa Glorieta, por lo
tanto compensa una cosa con la otra.
Ya sentada, en un espacio con
sombra cerca de una palmera, he pedido un café con leche. Mientras espero mi
consumición viendo el ir y venir de las gentes me ha llegado a la memoria el
libro que estoy leyendo. Bueno, más bien me lo ha traído de regreso, la pareja
de ancianos que están desayunando a mi lado. El lleva pajarita sobre una camisa
que en su estreno era blanca y, ella un vestido a flores que hace juego con los
parterres de geranios. Un algo escandaloso en sus colores, pero no deja de ser
un toque personal, que a fin de cuentas, es lo que importa. Se les aprecia con
esa complicidad de una vida entera. Ella lo ha ayudado con la aceitera y, él le
ha contestado con un gruñido que ninguna
mella ha dejado sobre su compañera. Cómo el que oye llover una tarde de lluvia,
pasando de idioteces supinas. “Di misa, pedazo carcamal”.
Anoche, en la soledad de esa
habitación de hotel, me reafirmé entre páginas
y páginas, que el amor no tiene edad. Lo que sentí al comenzar la historia, ese
momento casi tétrico de la tristeza que producía la escena, se fue difuminando con
esa melancolía de una vida de cara al escaparate, tremendamente vacía para sus protagonistas.
El amor es lo que mueve el mundo y, lo que nos da la fuerza, la voluntad y la fe a cada humano. Sin él, no existe la plenitud…y aunque se tarde cincuenta años, los corazones que se han amado con esa fuerza, con ese ímpetu, con esa armonía total, terminan por buscarse y por encontrarse, aunque solo sea para morir juntos. Hermoso pero trágico.
El amor es lo que mueve el mundo y, lo que nos da la fuerza, la voluntad y la fe a cada humano. Sin él, no existe la plenitud…y aunque se tarde cincuenta años, los corazones que se han amado con esa fuerza, con ese ímpetu, con esa armonía total, terminan por buscarse y por encontrarse, aunque solo sea para morir juntos. Hermoso pero trágico.
En realidad somos sencillos para entendernos
a nosotros mismos, pero francamente complicados para hacernos entender. Nos da
tanta vergüenza decir lo que sentimos, dejar nuestros sentimientos al
descubierto; que nos quedamos en esos hilos suspendidos durante años y años,
haciendo profundas oquedades en nuestro interior. Alimentando las carencias de
una forma brutal a sabiendas que ni tan siquiera se intentó y,
por ende, culpando a un destino que igual hizo su trabajo y se quedó esperando
que nosotros hiciéramos el nuestro, para compensar esa balanza que no somos
capaces de apreciar.
Trae el café con leche y salgo
por unos segundos de mis pensamientos.
Hoy no regreso en el autobús de
las doce y media, sino en el de las nueve de la noche. Ayer tarde lo pasé
genial con mi gente en una cafetería que me costó encontrar una eternidad. Fue
una tarde-noche distendida, hermosa, muy amiga, llena de encantos. Me gustan
esas reuniones, las disfruto como nadie. Tengo una carencia importante de compañía…siempre
ando sola. Eso sí, aquí aplico una cita de Shakespeare…nunca dudes que amo y,
yo añado, por más soledad que veas en mi.
Ésta tarde tengo “Té con poesía”
una tertulia literaria en casa de una amiga, donde el ambiente, la conversación
y la poesía obran el milagro de la cercanía. Momento que también me gusta, todo
lo que sea cercano y personal, me gusta.
Me gusta reír, mirar a los ojos,
saber que soy parte de un proceso de unificación.
Estoy esperando a mi hermana,
gracias a ella, he decidido quedarme.
Y vuelven los pensamientos…con
esa seguridad que me dice que me estoy perdiendo lo mejor de mi edad. Lo que me
gusta, lo que quiero, a quién quiero. Estoy tan lejos de todo, tan sumamente
lejos que ya no puedo medir las cosas ni por distancias. Es un abismo.
Espero, no ser yo como la
protagonista del libro que me estoy leyendo ahora, no quisiera pasarme lo que
me resta de vida, pensándote, añorándote y preguntándome…por qué nunca te dije mirándote
a los ojos: eres tú. En lugar de conformarme con la creencia absurda y obsoleta
que tiene que ser el hombre quien de el primer paso. Si la respuesta es no, el
corazón y el cerebro confabulan para hacer pasar a otro estadio y olvidar el
agravio y la desazón. Mira tú si es sencilla la cosa. Pues no, nos agrada meternos
de cabeza en esas telas de arañas.
El amor… ¡dichoso amor de los cojones! Que levanta
corazones o los llena de podredumbre hasta las trancas conformando a golpe de
maza una vida. No es justo, joder…no lo es.
Tendríamos que tener una especie
de luz incorporada, cómo la que tienes los parking. Ocupado, libre…pero ni aún
así. Porque luego queda que tus sentimientos sean los mismo que los de él. ¿Probabilidades?...una
aguja en un pajar, ea.
Creo que nunca llegaré a
comprender, el forro tan grueso con el que nos vestimos para disimular la piel
que habitamos y, tengo la seguridad, que si hiciéramos las cosas más naturales
y mucho más sencillas, no habría tanto sufrimiento, pena y desconcierto en las
personas.
Estamos cargados de “vitriolo”.
Pero nos gusta lo complicado,
somos incapaces de sentarnos en la piedra que nos oferta el camino, tenemos que
andar kilómetros para hallar un confortable banco que posiblemente esté
astillado…
Burros, somos burros.
Veo llegar a mi hermana, le hago una
señal con la mano para indicarle que sigo viva, porque con las horas que llevo esperándola,
es para estar muerta.
Se sienta a mi lado; tiene unos
bonitos ojos verdes, me gusta cuando sonríe. Se difuminan mis pensamientos,
regresa el color rojo, la luz, se callan mis voces internas… escucho la suya.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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