Desnuda, delante de la ventana,
cuando descansa hasta la luna; observo
como se van quebrando los minutos envueltos en un segundero incansable. Lo
normal sería estar durmiendo, regalando de una manera confusa mi conciencia a
mi inconsciencia y proyectando imágenes que no tienen pies ni cabeza; para
despertar con esa carga obtusa y a veces siniestra, que me dice, golpeándome lo
sesos, que algo he vivido en un mundo
que no conozco e irremediablemente he dejado de vivir en el que conozco.
Dicen que la noche es tenebrosa.
Debe ser que la falta de luz provoca en nosotros ese temor ante la incapacidad
de ver más allá de un palmo de nuestras narices.
Yo la encuentro alentadora y
tremendamente romántica.
Las siluetas de las cosas, la
calma, el silencio…el tiempo, el espacio para pensar sin interrupciones
molestas, sin ruidos chirriantes, sin las prisas de fragantes estados de
alerta.
Todo está en su sitio, tal y como
corresponde.
Tengo la sensación que me
desdoblo, mi imagen difuminada en el cristal de la ventana…esa luz del
cigarrillo encendido, ese humo que choca y se desliza, perdiéndose en el techo.
Mis ojos, mí mirada…esa misma mirada que tanta gente me dice que está cargada
de tristeza y, yo la contemplo tan
normal. Tan sencilla, tan sumamente sencilla. Igual lo único que ven en estos
ojos no es tristeza, sino más bien el agotamiento de vivir una vida que no me
agrada y tener que conformarme con mi jodido destino.
Empiezo a tatarear una vieja
canción, sonrío al llegar al estribillo, de alguna manera me identifico con
ella.
Mi corazón también está cerrado
por derribo…pero ¿seré capaz de reconstruirlo?
¡Cuantas tonterías pienso, por
Dios! Si el destino es destino, ya se ocupará él de reconstruirlo o de dejarlo
así para siempre. Creo que es un algo o un todo, donde nada tengo que ver.
Donde no participo.
Un coche ha subido por la calle,
sus faros han iluminado el parque que hay debajo de casa… ¿dónde va?
Oteo el arbusto de laurel y los
falsos pimenteros que lo circundan, también uno de mis árboles preferidos: el
ciruelo japonés. Además están colocados de una forma preciosa, a ambos lados de
unas escalera, así qué cuando subo o bajo por ellas tengo la sensación de
entrar en otro espacio, para luego chocar de frente con lo mismo. Me gusta.
Me pregunto por qué se llama
laurel, por qué arbusto, por qué ramas, hojas, viento… ¿quién le puso esos
nombres?
Todo está en su lugar, sí, tal y como
corresponde…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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