Ayer, como otras
tantas veces, hice una pausa. Supongo que es una manera burda de llamar al
instante de ocio, a entrar en un estado teórico de semi-libertad. Entre en la
cafetería de siempre, la de esa esquina transitada por multitud de personas,
edades y sexos.
Todos con sus
quehaceres cotidianos, sus prisas; creo que muchas simuladas o impuestas ¡vete a saber porqué o por quien! Personas indiferentes unas de otras, sin
roce, ni calor cívico. Caras simuladas, algunas de prepotencia, la mayoría
serias inmersas a saber en que pensamiento, o simplemente la forma de llegar a
final de mes. El caso es que si tuviese que hacer un perfil seria algo así
como, seriedad por estreñimiento severo y prolongado de una existencia sin
futuro, no en los tiempos próximos, pero sí en estos en los que vivimos.
Siempre pensé que
esta cafetería, camarero y clientes habituales incluidos, era parte de mis
momentos, esos momentos donde se carga de energía para seguir con la labor
diaria, despejar la mente (como dirían
los mayores). De esa manera también lo pensaba yo. En realidad era como un
punto de reunión sin buscar, ni quedar. Un cortado con charla, generalmente de
cosas triviales, del tiempo, del partido del domingo y por supuesto de esta
crisis que nos lleva a la ruina. Todo sin demasiada profundidad, la verdad sea
dicha ni mucho entender. Pero era para mi y los demás, nuestros momentos.
Hasta que sin saber
porqué, como si de un arte de una magia macabra se tratase, me ha venido un pensamiento al cual hoy le sigo dando
vueltas. Creo que las cosas ya no son como antes y, lo que era una forma de escape, de sosiego
mañanero, se ha convertido en algo totalmente distinto. Es una sensación de
continua presión, de ser una parte más del redil en lo que nos estamos
convirtiendo (borregos sin decisión propia). Y me he puesto a comparar como era
todo solamente un año atrás. La misma hora, el mismo lugar, hasta el mismo
sabor del café, pero… ahora el volumen de la música es mas alto, supongo que
será una forma de compensar que el bullicio no es el mismo, tal vez también para que los pensamientos de
esa gente callada no se hagan publico, sustituyendo las risas por los
estribillos estridentes del cantante de moda.
Pudiera ser también la compensación de menos afluencia, no están las
cosas para desayunos y, mucho menos
relajados,
Tampoco ayuda el
que ya este prohibido ese cigarrillo tan toxico para nuestra salud, pero
que le hacia muy bien a mi mente, la sensación de bienestar, de el
finiquitar una labor casi necesaria, alimentarse y relacionarse de una forma
costumbrista de siglos.
Supongo que algo
tiene que ver, pero me doy cuenta que tampoco toman café los detractores
acérrimos del tabaco, debe ser que querían no fumadores, pero sí tertulia, en
fin. Creo que es un poco de egoísmo, un intento de mandar sobre la libertad de
los demás. Como el resto de clientes, los que quedamos, tomo mi café con la
rapidez precisa para salir a echar ese
cigarrito, claro está, en la calle, en el rincón menos visible. No vaya a ser
que me vean y me señalen como si fuese un terrorista.
Aunque enfrente
está el parque casi vacío, tampoco se puede fumar… los mayores ya no lo hacen.
Los niños están en el colegio y,
aquellas terrazas donde las mamás tenían su punto de reunión mañanera, están a
merced de las palomas. La verdad que ya no se fuma en casi ningún sitio.
Dicen los
políticos, esos de imaginación torcida, desgastadores de nuestra paciencia y no
solo por el tabaco, esos dioses con poderes humanos y culo apretado, que todo es
por nuestro bienestar y salud ¡mentira cobarde! abusadores de mi libertad y la
de tantos otros que pensamos, que no somos ni seremos rebaño de nadie.
Que la libertad
individual está por encima de casi todo y, por supuesto por encima de ellos, meros serviles
nuestros y que no todos somos panzas agradecidas, de bocadillo, bandera y
autobús.
He terminado el
cigarro, piso la colilla y me dirijo a continuar con mi labor, la de
supuestamente producir para el bien de todos, ¿de todos? Bueno esto será para
otra ocasión. Ya no es nada como antes, por la acera sigue un deambular de
estreñidos…
He dicho.
*José Manuel
Salinas*
D.R.
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