Te esperé durante mil mañanas en
la soledad de mi vientre.
Amueblé mi casa con hielo y, la
fachada la enlucí con el color vivo del tiempo. Me acurruqué en un rincón, fui
un fantasma adornado por las telas de arañas y las sombras del pasado que cubrían
mi cuerpo, con un vomito amargo lleno de resentimiento.
No me importaba nada…
Un rostro blanco durmió sobre mi almohada y quinientos sueños se rompieron
entre las sábanas, se colaron por los canales que llevaban directos a tu cama.
Y un día, cuando menos lo
aguardaba, me di cuenta que no te echaba en falta. Que el frío glacial que me
congelaba se deshacía en aguas templadas.
Descubrí un nuevo cielo que me
hizo levantar la cara y contemplar con
luz de esperanza que estaba sanada.
Dejé de sentir dolor, dejé de ser
una mujer enamorada y, en el instante que admití la buena nueva, comencé a
caminar por una senda que me definía como persona, dejando anulado el ente con
el que comulgaba…
Sólo me falta una cosa. El juramento que hice ayer al caer la noche en una equidad diáfana, con ojos
nuevos, con una sonrisa recién estrenada, siendo testigos las estrellas y la tibia luna que me observaba…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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