El día que yo nací, se habían agotado las alas de ángeles. Dijeron que esa misma tarde las despensas se repondrían nuevamente. Y además llegarían desde más arriba con unos colores fascinantes, unos nuevos diseños que iban a causar auténtico furor. Pero por desgracia, mi turno había pasado y no me estaba permitido quedarme a esperar el pedido.
No quedaba más remedio que dejarme caer a la tierra de golpe.
Así qué, viendo mi cara de interrogación, más que nada por la gran castaña que me esperaba en el aterrizaje, me pegaron dos alas de una paloma que pasaba por allí un algo famélica y aburrida, con unas cuantas grapas que hacían cosquillas, convirtiendo mi expresión en una eterna sonrisa…tiene poca gracia, pero es así.
Cómo no tenían la suficiente capacidad para soportar la gravedad de la caída, mi llegada a este mundo fue como poco sorpresiva. Destrocé un seat seiscientos y me dejé los dientes en el parabrisas. Pero seguí viva...
Bueno, pues ya está, no soy un ángel.
Pero…
Aquellas alas de paloma pasajera, se fueron fusionando a mi espalda y empezaron a crecer conmigo. Vista de perfil no doy la talla, pero si lo haces de frente verás que asoman por los flancos blancas y relucientes, con menos plumaje y muchísima menos envergadura que la de los ángeles, eso sí, pero eficaces. Pues me permiten volar de los sueños a la realidad con mágicas gotas de diamantes.
Y tengo la percepción qué, quien es capaz de hacer eso tiene el valor de los dos mundos. Sin quedarse en ninguno de ellos y recogiendo a su vez lo genuino.
Soy terrestre con un anexo integrado y, aunque mi alma es transparente, mi cuerpo sigue siendo opaco.
Casi tengo que dar las gracias de nacer aquel día, donde las despensas quedaron hueras…porque francamente, tanto ángel danzando en armonía, deja la especie desolada de sus propias raíces naturales.
¡Bendito sea Dios! Tanta inmaculada volando aturde los sentidos hasta la extenuación.
No quiero ser perfecta, no quiero, ni tan siquiera me lo permito. Ni participar sólo en celebridades, en esos campos otoñales donde se reúnen en cuartel a contarse sus azares. Vanidades que aportan a sus alas más plumas de seguridades. No. Me gusta la sencillez. Me gusta entender que cada ser humano es un compendio de maravillas en la complejidad que lo porta y prefiero mil veces compartir contigo lo poco o lo mucho que me mantiene en un refugio de invierno nevado y caliente, sin subir un solo peldaño para mirar tu frente, que quedarme rezagada en el aleteo de las proezas y las ganancias. Saber que ante las palabras, siempre queda un hueco para retractarse. Porque lo humano es contradictorio en todos sus caudales. Y que nadie peca de embustero por decir mañana quiero y llegado el mañana dejar de quererlo.
Que los verdes son enormes e impactantes, y es, una gama amplia como amplios son los horizontes. No sólo hay un tono, no sólo hay una idea, no sólo hay una verdad…no sólo hay ángeles. No todo es concordia y razón, hermosura y beldad…también está la cara menos amable y de ella nos nutrimos todos. Únicamente que unos pocos, lo asumimos.
Soy una imperfección que respira perfectamente imperfecta y aunque sea redundante tiene su explicación, párate un segundo y si me ves…darás con ella.
Quedamos unos cuantos repartidos por el orbe que llegamos tarde a esas sublimes postulaciones…
Yo me llamo Nerea… ¿Cuál es tu nombre?
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
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