Admito que no tengo ego, quizá
porque nunca lo he necesitado. Alimentarlo es inútil, no existe.
Y entonces me quedo pensando si
el problema es mío o sólo es un reflejo de tanto portento que tengo que
soportar. Es tal la cantidad, que no me deja espacio para exponerme con
veracidad.
Las lecciones de vida y
comportamiento se me dan a diario, además gratuitas, sin pedirlas. Y noto que
se refugian en esas creencias y se maximizan en su autoestima. Se adoran a
ellos mismos. Se idolatran. Se besan, se aman. Son nobles, fieles, tienen
agallas…
La boca se abre para no decir
nada y queda un vacío en el aire que casi lo puedo palpar.
Luego miro la vida como ha sido
mi costumbre, sentada en una nube con los pies colgando. Me da una perspectiva
genial.
Los veo danzar de aquí para allá,
dejando una estela de estrellas…no sufren, no tienen penas, se alivian con sus
esencias, con los residuos de tanta majestuosidad. La culpa es de los demás. Del que pasa por su lado con el mismo afán.
Hablan de dar, pero no aportan más que palabras revestidas de un orgullo brutal. Sólo reciben.
El yo, por encima de todo, los
encamina al yo más natural.
Quedamos los parias de la tierra,
apostados en nubes saltarinas. No
tenemos voz, somos fantasmas embusteros…no damos consejos, no
nos miramos el obligo con lupa. Nos
contradecimos, confundimos…dejamos sin aliento.
Aportamos amor a manos llenas
pero no llega y aguantamos como un chaparrón tanta inclemencia de una
apariencia muerta con síntomas de realidad.
No somos nobles, no somos fieles,
no somos leales…nos ven con ojos hueros.
¿Qué sería de ellos si no
existiésemos nosotros? ¿Cómo podrían exponer lo grandiosos que son?...Dioses.
Vida, ¡ay vida!…enséñame a vivir.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
Siempre me han catalogado como irreverente en mis tareas. Muchos no me soportan, pero...voy a volver. Yo suelo decir que soy como los rokeros, tengo las mejores baladas del mundo.
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