Me miras con ojos brunos, las
pupilas dilatadas; las cejas levantadas, la baba chorreando entre gritos que
nadie escucha. Trémulo, en ese rincón donde te arrodillas, donde te abrazas
cada día intentado que no te hurte lo poco que cobijas.
No emites ni frío, ni calor…ni soberbia, ni envidia…solo
la inquina de quien te contempla desde fuera. ¡Tu realidad los asusta! ¿No te
das cuenta? les devuelves a sus mentes lo patanes que pueden llegar a ser en la
vida.
Se alejan de ti por ser infausto,
ante el miedo de caer en la misma cuita de sentir lo que tú sientes. Estorbo,
que solo aúllas en las noches como lobo hambriento de sangre y en las mañanas jeremiqueas balanceándote
sobre tus talones como un alma en pena…
¿Donde dejaste la coherencia?
¿En que momento de tu triste
existencia perdiste lo poco que te dejaba pegado al suelo que pisas?... ¡A
comer en la mesa!
¿Quieres que te lo recuerde?
¡Oh!, pobre infeliz.
Me quede con ella hace dos décadas y por más
que opugnes el momento, el dogal se cernirá sobre ti dejándote consumido…solo
tengo que tirar un poco más; solo un poco más…pero no es la ocasión.
Soy impía y tan tuya, ¡tan
sumamente tuya! que no sabes donde empiezas tú
y donde termino yo; bruñidor de
sueños…proveedor de risas vanas, de llantos negros y espumas blancas.
Hasta que llegue el instante que
dé el último tirón serás lo que quiero que seas…después ¡sólo después! Te dejaré en manos de Dios.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
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