En la tempestad te vi llegar,
desnudo y desprotegido, con las secuelas de la lucha encarnizada asomando en
tus ojos. No quedaron lagunas donde flotar en paz contemplando un cielo
cualquiera y, el poco verde que se mantenía en pie trocó su tono por un mustio
y desganado opaco.
Te advertí que no se puede pugnar
sin convicción, que la coraza más sólida
es miga de pan, si el corazón no palpita al ritmo de tu espada…
No escuchaste nada.
El campo de batalla más cruel es
tu propia conciencia, la que te dice en voz alta tu tremendo error. La que
grita mi nombre sin piedad y con tres palabras sacude hasta el último hálito de
esa magnánima dignidad que te mantenía erguido y colmado de seguridad.
Esa. La misma que has callado
tantas veces, convencido que eras el mejor. Que contra ti nada se podía…para la
que nunca has estado preparado.
Te dije que pasaras y calentases las manos en el fuego de la chimenea que abandonaste sin condición. Sin mirar,
sin compensar, sin tan siquiera dar una explicación.
Con la mirada perdida y la
derrota en los labios, sólo atinaste a emitir una palabra, la única verdad que
te he conocido…
*Rocío Pérez Crespo*
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