La noche me ha sorprendido
conduciendo. Escruto la esfera que me protege, infinita antes mis ojos y me
gustaría perderme en ella, no volver nunca más a pisar la tierra. Convertirme
en algo parecido al viento y volar…volar.
Soy un cobarde. Un tremendo
cobarde incapaz de descubrir mi alma. Cierto es que de esa manera no hago
sentir mal a nadie, solo me hago daño yo. Pero algo araña mis tripas y hace que
me revele contra tanto dolor. No puedo soportarlo más.
Mi vida se desgrana ante mis
ojos, es como una montaña de arena, como un reloj sin cuerda perdido en
cualquier agujero, como una escalera sin fin. Por más peldaños que suba, estoy
siempre en el mismo. En el mismo minuto de la misma hora. En el mismo día del
mismo amanecer.
Duerme. Miro su cara y solo me
apetece besar sus labios.
La línea continua de la carretera
pasa deslizándose a mi izquierda, la veo brillar. Los arbustos del anden
adquieren formas extrañas, detrás de la oscuridad, solo hay más oscuridad. Es
un vacío, es un tremendo vacío tan negro como yo.
Han sido unas horas bonitas a su
lado, ha cerrado los ojos a los tres kilómetros, siempre le pasa lo mismo, es
incapaz de mantener los ojos abiertos. Me recuerda a mis hijos cuando eran
pequeños y el coche era el mejor sedante que conocía.
Vuelvo a mirar su cara. Adoro esas facciones, sus
ojos, la línea de la nariz, la curva de su espalda… su cuerpo desnudo, su risa.
El amor. Llevo a mi amor durmiendo a mi lado ¡bendita ironía! Daría mi vida, mi
vida entera para poder salir de todo esto. Para que no fuese un secreto, tener
la libertad de decir…aquí está. Y no perdernos tres horas cada quince días, a
hora y media de casa para estar juntos en cualquier habitación de hotel.
Y si lo cuento… ¿Quién lo
entenderá?
¿Quien de toda mi familia,
amigos, mujer e hijos, compañeros de trabajo...puedan comprender algo así? Yo
no tengo la culpa, sé que no la tengo. No lo busqué…sencillamente ocurrió. Me
enamoré, ya está…pasó, pasó. Y siento el amor más limpio y más puro que he
conocido desde que tengo uso de razón. Estar a su lado y notar como me ama es
algo tan profundo, tan intenso, tan extraordinario…me hace sentir tan vivo, tan
real, tan yo. Nunca me había sentido tan yo, no tengo nada que fingir, nada que
esconder…nada. Únicamente soy yo.
Empiezo a divisar las luces de la
ciudad, esperaré un poco más para despertar a mi amor…
No quiero llegar, pero tengo que
llegar y ponerme de nuevo el disfraz aunque este veneno me está matando. Me
corroe por dentro quemándome las venas. Me vence, me pudre, me encarcela en mi
propia identidad.
Estar a su lado es como una
lluvia de estrellas, no dura lo suficiente para poder saciarme. Sin embargo de
mi vida cara al escaparate, estoy saturado.
¿He sido así siempre y no me
había dado cuenta? ¿He engañado? ¿Me he engañado? Necesito respuestas. Hasta
que no las encuentre no cesará este infierno. ¿Pero donde las hallo?... ¿donde
están?
Para el mundo voy a ser un
vicioso, un enfermo mental. Para mis hijos ¿Qué voy a ser? ¿Para mi mujer? ¿Qué
voy a ser para mi madre?
Las luces se van acercando, las
sombras que me han acompañado durante todo el viaje empiezan a tener silueta,
diviso las casas de campo que flanquea la carretera y la higuera del huerto de
mi abuelo Antonio. Bueno, más que verla, la intuyo...se que está ahí.
Si alguien pudiera entenderme, si
alguien secundara mi valía, mi corazón, mi honestidad…quizá todo seria
distinto.
He cruzado media ciudad y sigue
durmiendo, ni las farolas, ni los rótulos de neón parpadeantes pueden con su
sueño. Me sonrío, despacio le acaricio la pierna llamando su atención.
- Miguel cariño, ve despertándote,
ya hemos llegado.
Lo miro abrir los ojos y unos
segundos después fija su mirada en mí…
- ¿Te llamo mañana?
- Sabes que si.
Antes de bajarse del coche
acaricia mi mano, sabe que más no puede hacer. Y en voz baja me dice, te amo.
Mis sentidos se quedan con él,
todo queda con él…yo solo soy una funda vacía llegando a casa, lloviendo
estrellas que se apagan ante mis ojos y mojado hasta la medula de miedo.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos Reservados*
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