Todo comienza de la manera más
natural…
Pablo sueña con goles a portería,
dibuja en su pequeña cabeza el césped verde y fresco, los tacos de sus
zapatillas corriendo por encima de la mullida hierba, ese balón pasado con
destreza y, el gol que lo llevará
directamente a la posición de su ídolo.
Sueña y su paladar se llena de
sabor a pan caliente con chocolate, a tardes de domingo con los amigos, a
colores en un cielo cargado de esperanza.
Pablo sueña y sueña, mientras la
señorita Elena da la lección de matemáticas. Su imaginación vuela de un campo a
otro, de una línea a otra. Es él, vestido con los colores de su equipo favorito
cortando el viento, batiendo alas, dando el salto más elevado, casi hasta tocar
el sol. Es una afición gritando su nombre, alabando al héroe.
Gruñe la tiza en la pizarra y por
un momento el chirriante sonido saca a Pablo de su mundo imaginario. Con un
bostezo sacude su pasatiempo incorporándose en la silla.
El día es precioso, por los
ventanales la luz se cuela dando brillo a los peces de papel charol que están
pegados en la pared del fondo, los confeccionaron en la clase de plástica en la
semana dedicada a la naturaleza. Pablo diseñó un pez espada y entre todos, con
celofán azul y verde, simularon el fondo
del mar.
Pablo odia las matemáticas con la
misma fuerza que odia el colegio, también la lengua y la historia, piensa casi
en voz alta que nada de eso le servirá para ser futbolista. Para marcar ese
gol, para ser tan famoso como Messi no necesita aprender los quebrados, ni los
verbos y sus conjugaciones y, mucho menos, quién era Carlos V. Solo se conforma
con la clase de gimnasia, es la única que le da base para su sueño. Además,
Pedro, su profesor, se enrolla muy bien dejándolo jugar a fútbol quince minutos antes de
terminar la clase.
Es el mejor profesor del mundo
mundial.
No le dice nunca que lleva malas
notas y, qué cómo no se ponga las pilas, va a repetir de curso. No lo obliga a
estudiar, solo a estar en buena forma.
Le cae bien Pedro. También le cae
bien Belén, la “profe” de plástica. Sus clases le resultan muy divertidas. Con
recortes, lápices de colores y pegamentos. Además, Belén, les deja hablar entre
ellos en sus clases.
La señorita Elena sin embargo es
una pesada que no para de repetirle una y otra vez, que con esas pocas ganas
que le pone a estudiar, no va a llegar a ninguna parte.
“¿Qué sabrá ella?”
La clase está llegando a su fin
–por fin, piensa Pablo al escuchar el timbre por los altavoces- Mete los libros
y la libreta en la mochila y sale disparado a jugar esos veinte minutos que su
madre le permite antes de la hora de la comida.
Baja las escaleras corriendo,
llevándose por delante con sus prisas, a la niña tonta de trenzas que siempre le pide que la
deje jugar con ellos.
“Siempre está ahí, parece que lo
hace adrede”
Sale al patio tomando con fuerza
el aire tibio que la mañana le regala. Sus amigos lo están esperando con las prisas para empezar esos toques de
balón y esas entradas que tanto le gustan.
Tira la mochila al suelo mientras
corre a ponerse en su posición; Pablo es delantero, le gusta ser delantero. Se
quita la sudadera protegido por un sol que a esas horas calienta su piel, la
deja de cualquier manera en un rincón cerca de la portería donde Iván, con los
guantes puestos está a la espera del comienzo.
No es buen portero Iván Martínez
–piensa Pablo- le quedan grandes los guantes aunque él piense que es como
Casillas.
No se da cuenta de que la niña
rubia con trenzas que siempre empuja por las escaleras se queda todos los días
para verlo jugar, para disfrutar con él de esos pases de niño que tanto la
entusiasman.
Ojala la dejaran jugar, les
demostraría a todos lo buena que es parando balones. Mucho mejor que Iván
Martínez.
Pablo juega diez minutos con una
intensidad asombrosa. Mete dos goles trabajados con destreza. Se siente el rey
notando como la fuerza de su pierna derecha es capaz de estrellar el balón
contra la red de la portería, mientras José López –el portero contrario- se tira de boca para intentar detener lo que
es imposible detener. El balón directo de Pablo.
De pronto un sonido familiar lo saca del juego. Reconocería el
silbato de Pedro, su profesor de
gimnasia, a kilómetros.
Busca con la mirada y lo
encuentra detrás de la valla, en la esquina derecha, cerca de la portería
contraria, con la mano levantada
llamando su atención.
“¿Qué quiere?” se pregunta Pablo
no sin cierto fastidio. Aunque Pedro le cae muy bien, no le gusta que le
interrumpan el juego. ¿Y no es la tonta esa de trenzas la que está a su lado?
Pufff...”
- ¡Pablo! ¡Pablooooooo!
¡Acércate!
“Joe, que fastidio” piensa
mientras de mala gana deja el balón, a los amigos y un juego que sigue sin él.
- ¿Qué quieres? –Pregunta Pablo
sudado hasta las cejas y evitando mirar a la tonta de las trenzas-
Pedro le sonríe, le mesa el pelo
con cariño.
- Vamos a ver si me sacas de una
duda, a ti que tanto te gusta el fútbol.
La cara de Pablo se ilumina. El
profesor, su profe favorito, está
contando con él para una duda. Sabe que es el mejor. Lo sabe.
Se siente pletórico, importante
delante de la niña que siempre está en medio.
Carla, que así se llama la niña
de trenzas, lo mira y sonríe sin decir nada.
- Tengo un problema con el
“profe” de ingles, incluso nos hemos apostado el siguiente partido y no me
gustaría nada perder ante él. Se pone luego muy pesando. Veras: dice que el
fútbol nació en China y yo digo que no, que fue en Egipto. ¿Sabes tú que eres tan aficionado, dónde nació? Me
harías un gran favor, que lo sepas.
Pablo se queda estupefacto, lo
sabe todo de fútbol pero no tiene ni idea de dónde procede el juego que tanto
le gusta.
- No, no lo sé. –Contesta con un
halo de vergüenza-
- ¿No? ¡Cómo es posible eso! ¡Un
chico que adora el fútbol y no tiene ni idea de su historia! ¡Vaya! Yo pensé
que tú lo sabrías de principio a fin. Me vas a hacer perder ante don Roberto
–Pedro se toca la barbilla aparentando desconcierto- Bueno –prosigue- a ver si
me aclaras lo siguiente: ¿Fue Ricardo Corazón de León o fue Enrique VIII quién
propuso al caudillo musulmán Saladino que debatieran sus cuestiones sobre la
propiedad de Jerusalén con un partido de pelota?
Pablo está atónito. No tiene ni
idea de lo que le está preguntando su profesor de gimnasia y, francamente, le
cuesta mucho decir que sus conocimientos son nulos. Se siente el chico más bobo
de todo el colegio y, encima la niña de trenzas está ahí, mirándolo de arriba
abajo.
Traga saliva y es la primera vez
en toda su corta vida, que esa saliva se torna espesa y amarga. Su profesor ha
confiado en él y él le ha fallado por no saber ni papa y, para colmo está
quedando como un tonto de remate delante de una niña. Una niña desgarbada y con
trenzas que quiere jugar en su equipo.
- No –responde- no lo sé.
- ¿Lo sabes tú, Carla? –Le
pregunta Pedro a la niña-
- Sí, creo que fue Ricardo Corazón
de León –contesta con una sonrisa-
- Pablo, la historia es
importante. Te da conocimientos que luego puedes aprovechar durante toda tu
vida, te dediques a lo que te dediques. Creo que sería importante que tuvieses
esto en cuenta…en fin, tengo otra pregunta más, vamos a ver si hay suerte con
esta y no me haces quedar ante don Roberto como un idiota. ¿Preparado?
Pablo asiente.
- ¿Cuánto mide y pesa un balón de
reglamento? Y sobre todo: ¿Con qué material se confeccionó el primer balón?
Pablo se quiere morir, de hecho
se siente morir. Está sudando copiosamente, pero no es por correr detrás de un
balón. Se siente ridículo, tonto...como dice su madre cuando se enfada con sus
notas: “zote”, que eres un “zote”.
No quiere defraudar a su profesor
favorito y mucho menos dejarlo como un idiota delante del profesor más estirado
de todo el colegio. No le gusta don Roberto, ni el inglés, ni su barba, ni sus
formas de decirle: estás suspendido de nuevo.
- ¿Lo sabes?
- No, no lo sé.
- Pero Pablo, ¿tú sabes algo
aparte de darle patadas a un balón?
- De lo que me ha preguntado, no.
- ¿Eso quiere decir que sabes de
otras cosas?
- Supongo que sí.
- ¿Si?...bien. Resuelve esto para
mañana: Por tres horas de jugar a fútbol, Messí ha cobrado 60 euros ¿Qué
cobrará por ocho horas? Anótalo en tu cuaderno y a la hora del recreo me llevas
la solución al gimnasio.
Con la cara descompuesta Pablo
dice que sí.
- Venga, vete a casa que ya es
tarde. Mañana nos vemos. Y es una pena, confiaba que me pudieras ayudar con el
tema de la historia del fútbol, pensé que nadie mejor que tú para apoyar a este
profesor que confía en ti. Menos mal que Carla por lo menos me ha dado una
respuesta…
De pronto una luz se le enciende
a Pablo, todavía está a tiempo de serle útil a Pedro.
Quitándose las gotas de sudor con
la palma de la mano le hace su propuesta:
- Si quiere, mañana le puedo
traer también las contestaciones de las preguntas que me ha hecho y, así podrá
ganar la apuesta con don Roberto.
Pedro sonríe.
- No es mala idea, tengo tiempo
hasta el viernes, pero me vendrá genial esas respuestas… ¿de verdad lo harías
por mi?
Ahora es Pablo quien sonríe y lo
hace de una forma sincera.
- Sí, claro que sí.
- Gracias, sabía que podía contar
contigo. Dame unos minutos que te las apunte. Acércame de tu mochila papel y
lápiz.
Pablo corre a su mochila y por
primera vez pasa por delante de sus amigos sin reparar en el juego, solo quiere
satisfacer a su profesor.
Pedro anota las preguntas y se
despide de él.
Pablo se queda mirando las
anotaciones. No sabe por donde empezar a buscar la información. Levanta la
vista y choca de frente con los ojos
oscuros de Carla que lo están mirando fijamente.
Antes de que Pablo se de la
vuelta para volver a por su sudadera, escucha la voz de la tonta de las
trenzas.
- ¿Quieres que te ayude con los
deberes?
Pablo no sabe que contestar.
Necesita esa ayuda, sabe que solo no podrá tenerla para el día siguiente, pero
le fastidia decir que sí a Carla.
La mira. Por primera vez se da
cuenta que tiene pecas en la nariz, igual que él. Esas manchitas que tanto les
gustan a su abuela y a su madre y que Pablo odia a muerte.
Piensa que igual no es tan
pesada, ni tan estorbo. Así que formula su pregunta.
- ¿Lo harías?
- Sí, si tu quieres.
- ¿A cambio de qué? –Pregunta
Pablo levantando una ceja-
- Déjame jugar contigo un rato a fútbol.
Lo piensa unos minutos. No cree
que sea tan malo dejarla en ridículo y de paso calmar sus ganas.
- Vale, tú me ayudas y yo te dejo
jugar conmigo.
Carla se siente satisfecha,
contenta, feliz. Por fin va a poder demostrarle que es la mejor portera del
mundo.
-¿Cuándo?
- Pues ya, todavía está el
partido, mira…
Carla mira hacía las pistas de
atletismo; el campo de fútbol del colegio está ubicado en el centro de las
pistas. Observa a los niños jugar y una oleada de entusiasmo la recorre de
arriba abajo.
Ajusta sus pasos a los de Pablo y
juntos llegan a las pistas. Iván se está quitando los guantes, desde que Pablo
ha sido requerido por el “profe” de gimnasia, el partido ha dado un giro, ahora
van perdiendo tres a cinco.
Se forma un revuelo cuando Pablo
presenta a Carla a los demás amigos y, como capitán, decide que va a jugar en
el puesto de Iván.
Todo está alineado, cada jugador
en su lugar. La portería cubierta por una niña con trenzas y la cara llena de
pecas.
El balón empieza a rodar. El
equipo contrario avanza con fuerza, tienen la ventaja de la diferencia de goles
y, la seguridad de que la portería contraria no está bien guardada.
Llega a la línea de tiro y con una
potencia extraordinaria, Lalo tira a puerta en una jugada certera. Carla,
atenta y concentrada lo ve llegar, ajusta sus guantes y dando un salto lateral
con el brazo estirado, tira fuera el balón con un sonido seco. Ha parado el
primer gol.
Pablo no da crédito a lo que está
viendo. La chica de las trenzas es increíble.
El equipo de Pablo adquiere la
ventaja, corren al campo contrario, despejan, despistan el balón hasta que cae en el pie demoledor de
Pablo…Chuta y ¡¡¡gol!!!.
El marcador empieza a
equilibrarse. El partido continúa con más entusiasmo que nunca.
Resultado final, seis a cuatro.
El equipo de Pablo gana por goleada y, Carla es sacada a hombros por todos sus
compañeros de juego. Se ha ganado con su buen hacer ser la portera del equipo
de LAS FIERAS DE SAN GINÉS.
Después del entusiasmo y las
sonrisas de alegría, cada uno se dispone a volver a casa.
Pablo recoge sus cosas y sale
junto a Carla camino de casa. La sensación que lo invade, aunque no la reconoce
porque nunca la ha sentido antes, le
gustaría sentirla todos los días. Es parecida a comer chocolate derretido
cuando su madre no lo ve.
Antes de despedirse de Carla en
la esquina anterior a su casa, queda con ella para las seis de la tarde.
Punto de reunión: La biblioteca.
Hoy tiene tarea que hacer y
además está deseando hacerla. Hoy no toca jugar a fútbol, ya ha jugado. Hoy le toca estudiar y
le toca estudiar con una niña genial con pecas en la nariz que sabe parar balones mejor que nadie en
todo el mundo mundial.
Al salir por la puerta del
colegio una sonrisa se escapa de la boca de Pedro, el “profe” de gimnasia,
directa a los ojos de Elena, la profesora de matemáticas.
Pablo pronto se dará cuenta que
puede hacer las dos cosas. Y que las dos cosas le serán de gran valía para su
futuro.
*Rocío Pérez Crespo*
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