Suena un violín y un acordeón en
la plaza de Santo Domingo. Un grupo de palomas levantan el vuelo y, la más
temeraria, planea por debajo del toldo de la cafetería imponiendo su autoridad.
Hace calor, demasiado para mi
gusto. Es como si en lugar de venir de fuera, naciera de tu propio interior.
Todo arde por debajo de la piel, la sensación térmica es horrible. Estoy
empapada. Creo que en toda mi vida había notado resbalar las gotas de sudor por
la espalda, por el cuello, por las sienes. Francamente es una estampa poco deseable. Sin
embargo la música dulce, el ambiente casi inerte, el reloj de la iglesia
anunciando la hora ha llevado a mi pensamiento hasta Italia; olvidando por un
rato el malestar que llevo pegado al cuerpo. No creo que haya un rincón más
parecido a esta plaza de Murcia como Cortona.
No puedes evitar que te salga la
vena romántica, ¡eh! –Me digo- mientras mastico un trozo de hielo del cortado que
acabo de consumir e intento falsamente refrigerarme por dentro.
Hace veintitrés días que vivo en esta ciudad. Es lo que quería,
por lo que he luchado, por abrirme camino, por respetarme como ser humano.
Aunque de vez en cuando me llega la pregunta… ¿si es lo que querías, por qué
esa tristeza? La respuesta viene sola: echas de menos a tus hijas, a tu
familia, a tu gente.
Ellas vendrán en breve, empiezan sus estudios,
así que la adaptación a todo la tengo que hacer yo sola. Y eso, de vez en
cuando, me supera. Pero también me da perspectiva y enseñanza de lo que soy
capaz de hacer en la vida.
No me considero una mujer
valiente, pero sí una mujer con decisión y chocar de nuevo con aquella chica rebelde
pero con determinación, francamente me ha gustado. No he cambiado tanto como yo
pensaba.
Hace un rato pasé por el puente
de Los Peligros, cruza el río Segura y a su derecha hay una imagen de una
Virgen. En el lado izquierdo del puente, conforme avanzaba, he reparado en una
cantidad enorme de candados. Todos llevaban nombres. He supuesto que lo ponen
allí los enamorados como ofrenda a la perpetuidad. Igual me equivoco, pero todo
apunta a eso. Descubrir paisajes nuevos, aunque sea con un calor demencial, es
algo que valoro infinitamente y crear historias con lo que descubro, algo que
no tiene precio. He seguido andando, percibiendo el cambio de paisaje una vez
cruzado el puente, dejando detrás de mi esa Gran Vía, bulliciosa, llena de
colores, olores y estallidos, me he chocado con un mundo más relajado, más
sereno. Muchos más proclives a la contemplación. Me he metido por sus calles,
por el parque del conde de Floridablanca, hermoso, silencioso, sombrío,
lleno de historia. He sentido en su tierra la paz y la armonía que tanto me
gusta rescatar de los lugares donde voy. Un chico ha cruzado el semáforo en rojo
y un claxon se ha hecho escuchar enfadado…he sonreído, en todos los lugares
ocurre siempre lo mismo porque en todos lo sitios somos los mismos.
El gordo, el flaco, el romántico,
el loco, el prisillas (el chico del semáforo) el histérico (el del claxon), el simpático,
el antipático y así hasta terminar las etiquetas establecidas. ¿Y dónde estaré
yo? Pues francamente no tengo ni idea, pero si tienen que ponerme una me gustaría
que fuera algo que tuviera que ver con las sonrisas.
He regresado sobre mis pasos,
pasando esta vez por la Plaza
de Belluga, contemplando una vez más, esa Catedral que tanto me gusta. La he
rodeado y he bajado por Alejandro Seiquer hasta aquí, hasta Santo Domingo. Ahora
estoy pensando que igual en lugar de ir a casa por Alfonso X, mejor cruzo el
arco y regreso por Gran Vía, sea como fuere, empiezo a conocer los caminos más
cortos y no temo a adentrarme en calles que no conozco. Lo que si espero es
seguir paseando por estas calles, odiaría que con el tiempo solo las ándase.
Empiezo a entender, empiezo a
entenderme.
Mañana cuando regrese volveré a
pensar en ti…
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
Casi cinematográfico... Pueden verse las imágenes. Gracias, Rocío!
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