El término “capital” no se refiere a la
magnitud del pecado sino a que da origen a otros muchos pecados y rompe con el
amor al prójimo, y por ende, a lo que proclama Jesús.
Por cada pecado capital nos
encontramos con una virtud. Es la cara y la cruz de la siempre eterna moneda.
En 1589 Peter Binsfeld, Obispo Sufragáneo de Tréveris y muy conocido escritor teológico,
alcanzando fama como uno de los más importantes cazadores de brujas, asoció a cada pecado un demonio.
Os presento el pecado más importante de todos, pues encierra otros pecados en él.
En 1589 Peter Binsfeld, Obispo Sufragáneo de Tréveris y muy conocido escritor teológico,
alcanzando fama como uno de los más importantes cazadores de brujas, asoció a cada pecado un demonio.
Os presento el pecado más importante de todos, pues encierra otros pecados en él.
SOBERBIA...(Dios al hombre)
Pavo real, espejo dorado. Reflejo
de los cauces de tu razón, anquilosados momentos de rebeldía o quizá de ese
punto de espesura donde tus inseguridades se ven matizadas, en dones altaneros
de sonrisas falsas.
Ojos que miran por encima, y a la
luz, turquesas plumas sin carisma intentan camuflar la bajeza acomplejada de tu
espíritu.
Metal revestido de nobleza, que a
duras penas soporta el paso del tiempo. Ante ti sólo estás tú, sobre ti, solo
existes tu. Por debajo de tus pies, camina el resto de la humanidad arrastrando
lo natural y sobrellevando la posición de tu henchido ego.
Te crees héroe de mil batallas,
sin rebajar tu altura a pedir perdón de tus pisadas…y la chispa que salta de tu
vientre, enarbola la creencia de que puedas escalar la cumbre de tu frente.
Sin caer en la cuita qué, solo,
no se consigue nada.
LUCIFER...(La soberbia a Dios)
Quise ser como tu, ¡Oh, Dios!
Para enseñar a la creación cuan equivocado estabas. Me miraste por encima de
las nubes y rechazaste la versión justa y plana. Eso sí, encontré la manera y la raza de saber
superarte con creces. Porque ni tan siquiera dudarlo, soy más y más que
más…absoluto.
Tú que pensabas que mis alas metálicas
no ganarían batallas, tengo a tu estirpe lamiendo en escalas las guindas podridas que les ofrezco en
bellas tartas. Apariencia de merengue,
con sorpresas espirales de una infinita nada.
En ese cielo azul que engendraste,
me quisiste esconder entre polvo y escarcha, pero el punto que brilla a lo
lejos, el negro con tintes escarlatas, el que abre los sesos y pugna por
extraerlos, el que consigue que te miren con desafíos, el que brama por que
maldigan tu nombre…ese sigue vivo y soy el ángel negro que sabe, como sabes, que es más fuerte; soy y, más
divino. Siempre.
Soy un viaje intermitente a tus designios.
La excelsa transparencia que todo
abarca.
Mírame.
Cuando consigo que bajes la
cabeza y además de pedir perdón, ofreces alegre tus tremendas gracias, haces
honor al ecuménico número áureo que llevas impreso en tus huesos.
Escúchame.
Soy de bajezas existenciales y de
alturas esenciales y, que no te importe si suenas ridículo cuando expongas sin
recatos, ante quien mira, quién soy y como me llamo. Porque soy tu propio nombre, la misma sangre y el mismo
sentimiento que tantas veces te cuesta asumir.
Atiéndeme:
Deja que salga el sol por las yemas de tus dedos y, el
color del cielo por cada poro que respira. Marca la sonrisa sincera que portan
los moradores de santas tierras. Olvida el que dirán ahora, cuando las mesas están llenas, porque a los
postres, te habré valido para que te reconozcan los demás, como un alma noble.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
aunque su sesgo teológico sea evidente, ha sido una valiosa entrega,
ResponderEliminarsaludos
Muchisimas gracias Omar por tu voz siempre en este blog...besos.
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