Avanzo con la sensación de ir a cámara
lenta mientras la vida corre a mi lado haciendo surcos de aire.
Choco contra las paredes
imaginarias de mi propia existencia, reviento, vomito, doy vueltas en la
espesura. No me veo, no te veo…no hay nadie. Nada.
Escupo palabras sueltas que no
tienen sentido, el miedo atraviesa sin piedad mi espalda mientras el espíritu romántico
que me habita apuñala con saña hasta el más profundo sentimiento de evolución.
Quiero salir, involucrarme de
nuevo con el mundo.
La inercia me supera con creces.
Busco un camino en mitad de un sinfín de luces de neón que ciegan mis ojos,
rojas, verdes, amarillas. Risas estridentes, propiedad de la palabra, voces que
son ecos profundos de miles de seres tan perdidos como yo.
Encuentro un sendero con una
señal que me indica la dirección del viento, un viento húmedo y severo que moja
mi cara y destroza mi piel.
Entro en un laberinto de calles idénticas
unas a otras y sé, que me ha mentido el destino, jodido y brutal destino.
Sigo buscando, no puedo parar. No
debo parar…
Recorro millones de pensamientos,
trillones de recuerdos hasta que doy con uno, quizá sea el último o el primero.
O acaso he saltado entre ellos. Brota en mis sesos la imagen de una árbol seco
y en sus ramas como palos, unos pájaros muertos. Todo es oscuro y tenebroso, las
luces de neón no tiene cabida en esos momentos y el sonido asnal que recorre
mis lamentos me dice que es tanto lo que me pasa que parece que no me pasa
nada, tanto lo que tengo que decir, que no digo nada...tanto por lo que llorar, reír,
gozar que me quedo inerte, flotando como una pavesa en mitad de la nada y, en
esa nada, a tres metros del suelo, entre
plumas negras y picos silentes, descubro
que nada huele a ti, y, nada sabe a mi…
Nos perdimos hace eones,
alimentamos la farsa con delicados pétalos de fresias, pusimos mascaras a
nuestras caras y una enorme cadena a nuestras almas y ahora, a los postres,
cuando el peso es insoportable e impenetrable la creciente nada…ahora, en esta
nada que me consume, es cuando soy consciente que nunca fuimos nada.
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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