Empezó con unas voces ocultas que
de alguna forma extraña entonaron los
afectos. Cada uno en una ribera, cada cual en su mundo paralelo.
Siguió en un canto lento que
llamó al mismo viento, transformando el
cariño en amor duradero. De esos que nacen en las profundidades y cruzan
razonamientos, desbaratando a su paso los lazos férreos e impuestos,
trastornando voluntades, haciendo crecer el deseo.
Y en el deseo de sentir su
cuerpo, su calor, de ser su color, su mejor momento, su absoluta canción, lo rompió en mil trozos cada día e hizo con sus
fragmentos la pócima que calmó sus heridas. La que la confiaba a un cielo que no existía, la misma que la
clavaba directamente al suelo.
En un poco y en un mucho, igual
se sentía ridícula, que la diosa vestida
de azules que navegaba libre por su
cintura.
Y así, día a día, noche a noche,
estañaba con finos hilos las platas de sus cabellos a los singulares dorados de
sus cimientos, en un cerrar de ojos o en un abrir de mundos, igual lloraba de
alegría que la pena la sujetaba en un algoritmo que no entendía.
Qué más da si es un sueño.
Lo
realmente importante es que ella lo sentía y con ese sentimiento aun rozando la locura,
la estupidez, la falta de cordura, se decía con una sonrisa cada vez que oteaba
despuntar el mediodía…amor, hazme digna de su estrella y que su mano roce la
luna para que su lluvia empape mi presencia y por fin…me vea.
Un cuento para Ana (mi memoria).
*Rocío Pérez Crespo*
*Derechos reservados*
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