Te has vaciado en arcadas,
paladeando el ácido de sus palabras en el arco abismal de tu garganta. Rotura
incierta que se evapora como el humo, dejando el alquitrán pegado a las
entrañas.
Sumisa delante del espejo,
recreas paso a paso los hechos que te desbastan. Siempre él, en las escalas del
tiempo que miden las desgracias. Y te dices, y te prometes y no vale de nada. Porque
al mirar de nuevo su cara, caen como racimos de uvas maduras tus propósitos
sobre la almohada.
Vuelves a empezar cada mañana y
al llegar la noche, percibes entre las nieblas de tu cuarto, los fantasmas
acostados entre las sábanas. Te rozan con sus fríos pies, te tocan con sus
manos heladas. Susurran su nombre en tu oído dejando sus fétidos alientos
aglutinados en los vértices del alma.
El miedo sacude el cuerpo, el
sueño se espanta, la piel recibe el impulso llenándose de gotas saladas; en las
retinas cerradas se proyecta con una claridad diáfana, los ojos oscuros que
invaden las ganas.
Ya no dormirás en tibias
primaveras, ni pisarás la hierba bañada de rocío. En los augures picos de las
golondrinas, que hacen nido en la cornisa de tu casa, el trino se descompone anunciando la noche
más larga de un gélido invierno dormido.
*Rocío Pérez Crespo*
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