Manuel: ¡Buenas tardes bella dama!
Ana: Buenas tardes tenga usted, caballero.
Manuel: Ausente, estoy ausente de sus miradas, del color de sus ojos y el sentir de mi eterno morir, no es vida bella mía, tanta ausencia me hace temer perderla…
Ana: No digas usted tontadas, que es muy temprano para aguantar tantas gaitas... ¿de que tiene miedo?
Manuel: ¿miedo? ¡De perderla a usted mi bella dama!
Ana: ¿ha merendado?
Manuel: Si, entre bocado y bocado hice suspiros, intentado beberla desde mis adentros.
Ana: ¡Que zalamero está usted hecho!
Manuel: Llámeme zalamero, ese que hace de la manteca su brillo, llámeme dulce porque sus mirada es mi azúcar, dígame lo que quiera que yo por usted sentiré.
Ana: ¡uf! Es zalamero hasta las meninges.
Manuel: Solo con lo que quiero…
Ana: Eso también lo sé, con lo que quiere y cuando quiere…
Manuel: ¡Justo!
Ana: Si tan cargado de ausencia se encuentra no me haga que pida su presencia cuando solicita la mía debiera.
Manuel: No es que no quisiera verla, mi cielo, tampoco es despiste…es la vergüenza que me deja subyugado ante la belleza que irradia su ser inmaculado.
Ana: Es inaudito que con tal remanso que brota de su ser, olvide mirarme a los ojos. Que supiere entre bocado y bocado y cuando tenga el antojo…pase de largo.
Manuel: ¿de que me habla? ¿A que se refiere? Siempre miro de frente, salvo cuando la miro de lado y no es cuestión baladí el mirarle desde todos los ángulos, es lo que me llena a mí…
Ana: En esos mundos que se mueve, cada cual tiene su retrato. Es grato mirarlos y poder asimilarlos…tanta belleza esconde su arte que es de ignorantes obviar los resultados. Usted es un caballero andante, entre retablo y retablo…aquí deja una rosa y en cuestión de segundos un clavel a otra.
Manuel: ¡le temo! ¡Me asusto! ¿Acaso es pecado ver su retrato de rato en rato?
Ana: Yo no hablo de mis retratos, a mi me conoce de memoria…
Manuel: Es el que llevo en mi pecho, en mi cabeza desde hace tiempo.
Ana: ¡Será embustero!...son las damiselas de oculta belleza que lo tienen obnubilado y es para usted grato encontronazo hallarlas esperando…
Manuel: ¡Ensoñaciones! Eso son cosas del pasado, secuelas que le vienen y yo tengo que soportarlo. Castigo me diste, he de reconocer, que por merecido lo admito y a raja tabla lo llevaré…nada de mujeres, de los hombres lejos y con cordel, que no se acerquen a mi cuerpo que tiene y como debe ser, una sola dueña a la que quiero y yo por ella soy su querer.
Ana: Eso son palabras vanas, mire usted. Cuando sabe de sobra que por mucho prometer, sin hecho ni pruebas no hay que hacer…
Manuel: ¿Vanas y en su momento?
Ana: Por mucho que me quiera y haga lamento de su padecer, no hay mujer que se le resista siento mi espalda su pared.
Manuel: ¡Ande y calle usted! Es la voz de mi alma, no me la descuide usted.
Ana: ¿Descuidarlo yo? No me descuide usted, que tanto montar a caballo deforma la sensatez.
Manuel: Con la debida atención, son como dagas lo que me dice después de mi confesión.
Ana: No son dagas caballero, son camelias puestas en sus manos, lo que ocurre que no le es grato por preferir otros tallos.
Manuel: Ya le hice confesión y sabe de corazón que mi alma está en su poder.
Ana: Eso dice usted, pero dama que se acerca nariz que pega, sépalo usted. ¿Las quiere lejos? Déjelas en los confines, allá en las profundidades, pero todo caballero que pretenda ser su amigo, haga el bien de presentármelo, igual tengo un marido oculto entre tanto espanto, salvando las diferencias, claro está…
Manuel: Me parte usted el alma con tanta palabrería si sabe que mis labios en cercanía son sinceros como promesas dadas y el respeto que le profeso, ese… ¡ese va a misa!…
Ana: ¡ay, majadero! Para respetar y querer lo primero que hay que hacer es mantenerse limpio como un cincel y dejar la entrepierna en reposo, que se note que su daga está entre las rosas de una sola mujer… ¡no de cien!
Manuel: Piense en claro bella dama de mis ojos el placer, piense en limpio y despacio escuche mis palabras, que todas las buenas son para usted…de las malas o malos entendidos mejor nos hacemos sordos, que por error, no quisiera insultarla o que me tuviera temor.
Ana: Si temor no le tengo, pero entienda usted don Manuel que cuando una mujer entrega su ofrenda no le gusta ser expuesta a las burlas ajenas.
Manuel: dejemos de palabrear, dejamos esta conversación que ningún puerto nos va a llevar. Tomemos un respiro y cogida de mi brazo, haga bailar la sombrilla que yo a su paso le canto.
Ana: No puedo por menos que asimilar que tiene muchos dones y entre ellos el de don Juan…cante, cante usted que escucho presta su trinar.
Manuel: Iremos por la senda, esa que tanto le gusta…olor a limoneros, la calidez del naranjo y entre paso y paso una paradita junto al lago, en aquel lugar con encanto que gustoso, además de mi canto un ramito de violetas le harán reír y borraran el llanto…y yo en su descuido, le daré un beso escapado. Espero ser prudente y que no me suelte como la última vez ese gran sopapo.
Ana: Ponga usted otra vez las violetas en mis senos en lugar de mis manos y le garantizo que no le soltaré un sopapo, que yo jarrón no soy y mis pechos son delicados…aguante el beso robado, más sus manos ni en caderas y cercanos a las ubres que amamantan a los renacuajos...Que para besar don Manuel, solo se necesitan los labios…
*José Manuel Salinas y Rocío Pérez Crespo*
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