Hoy te miro compañero, cuando tus
aspas se han tornado viejas y esta
cabeza somnolienta agradece el sol de media tarde.
Esos campos dorados de infinitos
anaranjados, se comieron con sus encantos la juventud de mis manos y la
blancura de tu piedra. Ahora ajados los dos y demolidos; tu tan cansado y yo
medio muerto, me siento a tu vera y te miro como lo que has sido: la sutil
presencia de todos mis años.
Cuatro estaciones completas,
vientos, soles, lluvias…proezas. Piel agrietada, una molienda perfecta.
Viniendo del sur la brisa y del
norte el callado pensamiento, somos viejas glorias venidas a menos.
Ayer envidia de trigos y
centenos, abrazados a estas yemas y a tu vientre con solera, producíamos
la mejor harina que daba de comer a la aldea.
Ya no quedan momentos de labriego
y esperanzas. Cuando los cantos se redondean y las luces se apagan, cuando la
noche no brilla y los ojos se quedan abiertos por miedo a la muerte, recorro mi
vida apostado a tu lado y siento que de alguna manera, la hemos malgastado.
*Rocío Pérez Crespo*
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