Esta mañana, todo está tranquilo.
Murcia rezuma paz y calma por todos sus rincones. Es normal en las fechas que
estamos, la gente está de vacaciones y marchan a puntos más apetecibles. Yo también estoy de vacaciones, pero sigo en la ciudad.
Quedamos unos pocos rezagados acompañando a las masas de turistas con guía
incorporado que hacen su aparición por cualquier esquina y llenan los espacios
de vida, algarabía e interés.
Estoy desayunando en “El capricho
del cardenal” una tostada y un café con leche, eso de estar a dieta me ha hecho
asentarme en otra terraza a la habitual. Añoro los churros con chocolate, pero
me convenzo a mi misma con dos argumentos. El primero: Nena, hace un calor
horrible para meterte entre pecho y espalda un tazón de chocolate, por más
vapor de agua que expulsen los aspersores de los toldos, mejor un cafetito con leche desnatada (ag) que
es más ligero y; el segundo: A ver si te enteras de una buena vez, chata, estás
a dieta…DIETA y eso significa: restricción. Es algo que tienes que llevar a cabo todos los
días, de nada sirve decirte que por un
día que la saltes no pasa nada, porque sabes que no es así. De esta manera cuando te mires en el espejo no dirás que
pareces una pelota vasca ¿Lo has
comprendido?
Sí, parece que lo tengo asumido,
de hecho estoy aquí, pegadita a La
Catedral.
Tengo el ebook abierto por la pagina trescientos de la
novela Drácula, la tengo leída desde hace un tiempo, sin contar que he visto la
película por lo menos tres veces. Pero me ha apetecido leer este libro de nuevo
y meterme en esas formas floreadas, llenas de modales y compostura. Hasta
Drácula es de lo más educado y pomposo a la hora de clavar sus afilados
colmillos en el cuello de la buena de Lucy. ¿Y Van Helsing, elaborando el mismo
las guirnaldas de ajos para adornar el cuello de la damisela y velando noche
tras noche por su sueño? No me imagino a
Hugh Jackman haciendo guirnaldas en la versión de Sommers. Aunque,
francamente está de toma pan y moja, jolines.
No es un secreto para nadie que
me conozca, que me gustan los vampiros. Algún día me pondré en serio y
descifraré el por qué o los por qué, que igual hay más de un motivo.
En fin…
Se ha levantado un algo de brisa,
no sé si es de levante, de poniente o de “naciente”, quedo muy lejos de esas
interpretaciones. Solo sé que apetece sentir un algo de aire correr por el
cuerpo.
Apago el ebook y enciendo un
cigarro. Fijo la mirada en un grupo de ingleses que aparecen en tropel. Seguro
que vienen de La
Glorieta. Observo como
se van acercando, todos con la mirada puesta en La Catedral. Abundan
los sombreros de paja, las playeras, los colores chillones y los vestidos de
gasa. La guía, una mujer bajita embutida en un pantalón marrón poco femenino,
les habla de la historia de la torre, del calor de su vidriera. De la
disposición del templo en forma de cruz latina con tres naves y girola en dónde
se observa los rasgos del gótico mediterráneo. En breve, seré testigo una vez
más de un montón de cámaras disparándose a la vez. Un recuerdo del verano de dos
mil trece, reducido a un millón de píxeles.
Detrás, a otro paso, se
incorporan dos jóvenes. Les calculo treinta años. El es pelirrojo, de piel
blanca y pecosa. Ella una mestiza preciosa de ojos claros y pelo suelto. Se
están comiendo a besos ajenos a toda explicación. Me encanta, pero no puedo
evitar añorarte.
Te echo de menos con tal
intensidad que me duele, no hay forma de vaciarte de mis pensamientos. A veces
pienso que tiene que ser fácil, que solo es dar con la clave… ¿Pero que pista
me pude llevar a esa clave? Me ajusto a la versión de Edison cuando dijo que no
había fracasado en las dos mil veces que falló en su invento, sino que aprendió
dos mil veces como no se hace una bombilla. Pero creo que me falta
perseverancia para eliminar hasta dar con la clave que me permita no beberte,
no fumarte, no comerte y no respirarte…hasta entonces, concédeme querido
desconocido, que te siga echando de menos.
Meto a Drácula en el bolso, mis
pensamientos en el bolsillo trasero del pantalón y salgo decidida camino de
casa, sorteando como puedo, al grupo de turistas que en ese momento se disponen
a poner los pies en suelo sagrado.
Un hombre pasa por mi lado, va
hablando solo, mejor dicho: discutiendo. Pienso que el calor y la soledad no
son buenas compañeras de viaje.
Dejo a mi espalda Belluga. Pasó
por delante del conservatorio. Un músico toca una dulce melodía sentado en sus
escaleras. Suena bien, y la suavidad me
acompaña hasta que mis pasos se para de golpe delante de la pastelería “La
peladilla”. Mañana me voy a mi tierra y aquí hacen un pastel cierva estupendo. Voy a comprar algunos para
mi padre, sé que le apasionan…
Es increíble. El mazazo que le ha
dado el consciente al subconsciente ha
sido la leche. No he entrado a la pastelería, me he quedado parada en la puerta
con cara de imbécil. No tengo a quién llevarle el pastel cierva.
La tristeza se ha colado a través
del cristal, ha entrado por la piel y se ha alojado de nuevo en mi corazón.
Enfilo mis pasos por la calle de
Alejandro Seiquer, cruzo por la plaza Cetina y me choco con el cine Rex. Estoy
en mi barrio. Una lágrima se ha escapado y rueda por la mejilla. Temo no poder
llegar a casa con la compostura necesaria para que nadie se me quede mirando.
Tu recuerdo me acompaña por estas calles que ya las siento mías. Ya no me
pierdo, papá.
Al llegar a la altura de la Plaza Europa la pena se ha
agudizado. Mañana no te veré cuando llegue y sin embargo sé que estás allí…
Rocío Pérez Crespo.
Siempre estará... porque tú le llevas contigo donde vas..
ResponderEliminarPrecioso relato mi querida Rocío ..
Un inmenso y cálido abrazo desde el corazón
Gracias por tu palabras, Ascensión...un beso enorme.
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