Terminar diciendo adiós, como si
eso fuera importante. Terminar diciendo ¡vete! Como se le dice a los fantasmas
en las menguantes noches de un mes de noviembre. Terminar diciendo…Con la boca
muy abierta y los sesos encogidos, flagelados los huesos por los tumores
crecidos.
Potestad y calibre del ego dolido
que aguantando la amargura sospesa solo la purga dañina que lo sostiene, para
repartir con furia un antídoto que vela a la muerte. Todo, para recuperar por
dentro la seguridad de una mentira que no tiene ni dueño, ni vida.
Terminar diciendo…¡tanta osadía!.
Terminar para terminar volviendo
de nuevo a la rutina de dos ojos que no miran, de una mente que no calibra, de
un sostén que no aguanta ni tan siquiera la filigrana de dos trozos de malvas
sujetos a sus costuras.
Tanto esfuerzo y tanta patraña.
Tantas noblezas y tantas estancias, y, a los postres, un humano más desnudo de
gracia.
*Rocío Pérez Crespo*
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