Quizá sería buena idea tenerte
cerca, en lugar de saberte en una infinita distancia. Todo es más difícil cuando
no hay cercanías. Se pierden los olores, las sensaciones, se pierde el
reconocimiento. Es tan complicado que, incluso idealizarte, que es lo que se
suele hacer con lo que se quiere y no se tiene, me cuesta un trabajo profundo,
no llego a sentirte en los sueños que no llevan sueños porque mis ojos
permanecen en un vigilia latente. Y por más que quiero atrapar el instante y
guardarlo en algún lugar sagrado donde no pueda ser profanado, la araña de la
decepción hace su trabajo, cerrando con su tela el único hueco que no me sabe a
esa humedad cerrada que revuelve las tripas y, descompone las ilusiones.
A veces, en la soledad de mi espacio,
intento encontrar la justificación, mi justificación para el destierro al que
te sometí. Te mandé a un lugar árido, oscuro y huero como ésta carta que nace
para ti, desde la fría antesala de lo cierto a la incapacidad chillona de la
recuperación.
Sin romperme las vestiduras,
porque no tengo derecho; ni despojarme de un criterio que atesoro, aprieto la
coraza hasta asfixiarme, notando como mis pasos se ralentizas ante el peso
añadido. Ya no importa ser invisible o
visible ante las retinas que buscan y no encuentran una pizca de gratitud.
Sabes bien que me gustaría volver
a notar como se me eriza la piel con una mirada, o sencillamente escuchar de
nuevo a mi razón diciéndome bajito que la plenitud se me nota en cara. El calor de un beso, un pecho donde
refugiar mis miedos, unas manos que acaricien mi espalda…pero sin ti, todo eso
es imposible.
Perdóname si puedes o, más bien
me tengo que perdonar yo por haber vaciado las ilusiones sin dejar ni una sola
para la esperanza, y luego culparte de mi
altruismo y tirarte a patadas a ese lugar desde el que soy incapaz de
rescatarte...
Rocío Pérez Crespo
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