Suenan las campanas de Santo
Domingo, choca su eco contra un cielo dormido, se estrella contra los árboles,
bloquea lo inerte del tiempo.
Recuerdo un viejo reloj de arena,
los sueños estrellados contra su base, enterrados a cada hora por la arena de
un desierto sin oasis. Un giro, una vuelta que se pierde entre velos de años
vividos.
Todo se consume, se va perdiendo
sin poder asirlo. No sirven los empeños, ni los pronósticos pusilánimes que se visten con su amarillo mortecino, ni tan siquiera los
atrevidos que destacan sus ígneos vivaces. Hoy, ahora, solo queda hueco para el
destino, ese desconocido que juega con finos hilos y calza sus pies con zapatos
para bailar claqué.
Te pienso y, una pena enorme
recorre mi alma. Debe ser porque te quiero tanto que ver una sola lágrima en
tus ojos, un solo suspiro de dolor en tus labios, revienta mis angustias derrotándome
en la batalla, la misma batalla que luchas tú desde los umbrales de las nubes,
mientras a ritmo de “Tap” te vas perdiendo con un jazz que nunca termina.
Rocío Pérez Crespo
Papá.
Mi amor, cómo te entiendo. Y cómo entiendo esa sensación de se te desteja la vida, de que todo lo que has construido se deshaga sin que puedas hacer nada. Mucha fuerza y ánimo y todo mi apoyo, cielo. Pero hay que seguir tejiendo, siempre hay que seguir y si no puedes, llámame cuando lo precises, si puedo ayudarte en algo...
ResponderEliminarUn beso enorme.
Tan triste pero maravillosa prosa
ResponderEliminarsaludos
Muchas gracias, Ana, eres un cielo, que lo sepas.
ResponderEliminarUn millon de besos.
Muchas gracias Omar de nuevo.
ResponderEliminarBesos.