domingo, 22 de septiembre de 2013

COMO UN CUADRO DE MAX ERNST…




No pude sostener la palabra cuando los pies rozaron el abismo, ni dejar cerradas las llagas que con tanto mimo había sellado. No quedó cesión ni incuria, solo el espectro que habitaba en los callejones dormidos de un consciente quemado.
El mismo que empujaba a saltar, sin pensar en la oscura oquedad, ni tener presente las cien auroras que cantaban mi nombre.
Me desdoblé en el posterior segundo de un suspiro,  para ser testigo del liviano descenso de un pétalo de rosa, una ínfima parte de la frágil mujer que nació conmigo, perdía su blancura, su luz, al chocar con la negra nada quedando enterrada en lo más profundo.
Desde entonces, la música dejó de tener ritmo y, el sol de calentar. Todo se tornó huero, como la tinta de la pluma que ya no rasga ni piel ni pergamino. Oneroso, como las moscas del mes de septiembre e, insoportablemente  impío.
Silencio y soledad…Soledad y desvarío.
Núbil fue el pétalo desprendido, pero en él estaba impreso mi espíritu.


*Rocío Pérez Crespo*



2 comentarios:

  1. Narración intensa. Me ha emocionado, sinceramente, Rocío.
    Soledad y silencio, aliados unas veces, verdugos otras, pero necesarios casi siempre aunque nos cueste reconocerlo.
    Muy bueno.
    Un abrazo

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  2. Muchas gracias, María José...un placer leer tu comentario.
    Un beso.

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