Me habla fausto e impío, su eco
lacerante choca contra la pétrea austeridad
de mis sentidos, desenterrando la rosa blanca que lleva lo indómito de
su aroma.
Como una pavesa que muere en
ceniza, me elevo llena de vida y caigo al suelo como una mancha gris pronunciando
su nombre con la devoción de una fe inquebrantable.
Lo llevo tatuado en el alma con
la vanidad del dominio de saberlo mío, sin ornato, así, a lo vivo a lo
espontáneo… Pero me mata cada día un segundo, vapuleando sin piedad el
sentimiento más limpio que queda en este fútil minuto, donde mi amor por
él, sigue jurado y vivo.
*Rocío Pérez Crespo*
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