Un millón de palabras muertas
flotan a dos palmos de mi cabeza. Cierro los ojos ante tanta estupidez. La
razón deja libre a la consciencia, mientras, en la otra esquina de la mesa, una
boca escupe su verdad sobre el plato que mantiene unos restos incomibles.
Late, sí, late rabioso y
descontrolado bajo un pecho abrasador y unas venas con escarcha que arrastran
un flujo que duele. Duele a decepción, duele a ironía, duele a memoria. Absurda
memoria que rebota como un ronco estallido, en el umbral de un corazón que se
da por vencido.
Mi silencio ante su perorata, mi
dignidad ante su narcisismo, mi determinación ante su victoria.
Su voz, prepotente lecho de
supuesta certeza, pone el punto final a ese poema dedicado al que le puse por
titulo: olvido.
*Rocío Pérez Crespo*
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